C.H. SPURGEON
Porque en la muerte no queda recuerdo de ti; en el Seol, ¿quién te alabará? Señor, cálmate y reconcíliate conmigo (…) pues si decides quitarme la vida imponiéndome el horrible castigo de tener que morir antes de haberte alabado, me pregunto, ¿redundará esto en incremento de tu honor y tu gloria? ¿No será infinitamente más glorioso para ti perdonarme la vida, hasta que con verdadera contrición logre recuperar tu favor, y desde entonces viva para alabarte y engrandecer tu misericordia y tu gracia? ¿No te será más valioso que difunda por doquier la grandeza de tu misericordia al haberme perdonado, a mí tan grande pecador, y en adelante de testimonio de ti confesándote mediante acciones vitales de santa obediencia? Eso demostraría el poder de tu gracia al obrar en mí una transformación tan maravillosa. Pero nada de ello sucederá si me destruyes, tan solo la evidencia de tus justos juicios manifestados en tu venganza hacia los pecadores.
HENRY HAMMOND [1605-1660]
“Paraphrase and Annotations on Book of Psalms”, 1659
Vers. 6. Me he consumido a fuerza de gemir; todas las noches inundo de llanto mi lecho, riego mi cama con mis lágrimas. [Me he consumido a fuerza de gemir; todas las noches inundo de llanto mi lecho, riego mi cama con mis lágrimas. RVR] [Cansado estoy de mis gemidos; todas las noches inundo de llanto mi lecho, con mis lágrimas riego mi cama. LBLA] [Estoy agotado de tanto gemir, todas las noches inundo mi lecho; con mis lágrimas empapo mi cama. BTX] [Cansado estoy de sollozar; toda la noche inundo de lágrimas mi cama, ¡mi lecho empapo con mi llanto! NVI] [Estoy cansado de llorar, cada noche baño en lágrimas mi cama, con mi llanto inundo mi lecho. BLP] [Estoy agotado de tanto llorar; toda la noche inundo mi cama con llanto, la empapo con mis lágrimas. NTV]
El salmista ofrece aquí una descripción espeluznante de su prolongada agonía: “Me he consumido a fuerza de gemir”. Gimió hasta quedarle ronca la garganta; imploró hasta que la oración se convirtió en desgarro. El pueblo de Dios puede gemir, pero jamás refunfuñar. Sí, puede y debe gemir primero agobiado, para poder gritar de alegría después en el día de la liberación.
Todas las noches inundo de llanto mi lecho, riego mi cama con mis lágrimas. Pensamos que esta traducción queda lejos de poder considerarse acertada. Debería ser: “Haré que mi lecho nade en lágrimas cada noche”49 (cuando la naturaleza necesita descanso y quedo a solas con mi Dios). El sentido es este: mi dolor es tan acuciante incluso ahora mismo, que si Dios no le pone remedio pronto librándome de él no podré soportarlo, y mis lágrimas irán en aumento, hasta que mi cama flote arrastrada por ellas y quede a la deriva. Se trata, por tanto, no de una descripción de la realidad presente, sino de lo que anticipaba le podía suceder si Dios no lo remediaba. Pues, al implorar misericordias presentes, ¿no podrían convertirse en argumentos a favor de nuestra fe aquellos presentimientos que tengamos sobre el futuro?
C.H. SPURGEON
Me he consumido a fuerza de gemir. Tuvo que ser muy duro para David, un hombre fuerte y de mente tan preclara, verse de tal modo desalentado y abatido. ¿Acaso no había prevalecido contra Goliat,50 contra el león y el oso,51 haciendo gala de su astucia, coraje y fortaleza? ¡Y ahora le vemos acurrucado sollozando, gimiendo y lloriqueando como un niño! La razón es simple y tiene que ver con la naturaleza de sus oponentes. Mientras sus adversarios fueron hombres y bestias salvajes, por poderosos que fueran, salió más que vencedor; pero cuando tuvo que enfrentarse con Dios, contra quien había pecado, se dio cuenta de que era menos que nada.
Todas las noches inundo de llanto mi lecho. Las lluvias son más abundantes y mejores que el rocío; con todo, una simple escarcha es más que suficiente cuando Dios empapa con ella nuestros corazones infundiéndonos un espíritu penitente.52 Si no tenemos como David ríos de llanto que inunden nuestro lecho; si no alcanzamos como María Magdalena a regar con lágrimas sus pies,53 si no podemos aspirar, como nos aconseja Jeremías,54 a que nuestra cabeza sea un estanque y nuestros ojos dos manantiales de los que broten lágrimas de arrepentimiento día y noche; o somos incapaces de llorar amargamente como Pedro;55 si nuestro lamento es por falta de lamento y nuestro gemido surge de nuestra ineptitud para gemir; no importa: nuestro más imperceptible sollozo de dolor y tenues lágrimas de contrición, si son verdaderas y no de hipocresía, nos harán aceptables ante a Dios.56 La mujer con flujo de sangre que tocó a escondidas el borde del manto de Cristo57 no fue menos aceptada y ponderada por el Redentor que Tomás, que puso sus dedos en la herida de los clavos y la lanza.58 No, Dios no busca cantidad sino calidad, no se fija en el volumen sino en la sinceridad de nuestro arrepentimiento.
Riego mi cama con mis lágrimas. El escenario de su pecado se convierte en lugar de su arrepentimiento. Y así debe ser, sí, cuando contemplamos el lugar donde hemos perpetrado nuestra ofensa, una espada ha de traspasarnos el corazón, y allí mismo caer de rodillas implorando el perdón divino. Adán pecó en el huerto del Edén,59 y Cristo bañó con sudor de sangre y lágrimas el huerto de Getsemaní.60 “Meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama, y convertíos al Señor”.61 Siendo que en el pasado os habéis tendido sobre vuestra cama para idear cosas malas, arrepentíos ahora haciendo de ella un santuario para Dios; santificad con vuestras lágrimas todo lugar que hayáis contaminado por el pecado. Y busquemos a Jesucristo en nuestra propia cama, como la esposa del Cantar de los Cantares cuando exclama: “Por las noches busqué en mi lecho al que ama mi alma”.62
ARCHIBALD SYMSON [1564-1628]
“A Sacred Septenarie or A godly and fruitful exposition on the seven Psalmes of repentance”, 1623
¡Mi lecho empapo con mis lágrimas! No solo mojo sino inundo; no solo lavo sino empapo. Las ovejas fieles del gran Pastor “suben del lavadero, y ninguna entre ellas estéril”.63 Las ovejas de Jacob, después de haber concebido en los abrevaderos de agua, parían corderos fuertes y listados.64 Y asimismo David, que había errado y se había desviado cual oveja perdida,65 hace de su cama un lavadero, por lo que no es tampoco estéril en obediencia, ni menos fructífero en arrepentimiento. En el templo de Salomón se colocaron las fuentes de bronce66 para lavar la carne de los animales que iban a ser sacrificados en el altar.67 Y aquí vemos que el padre de Salomón hace también un lavadero con sus lágrimas, una pila de su cama, un altar de su corazón, y un sacrificio, no de carne muerta de animales, sino que ofrece su propio cuerpo vivo como su culto racional a Dios.68 El verbo hebreo que utiliza aquí el salmista: אַשְׂחֶ֣ה ’aśḥeh de שָׂחָה sachah significa propiamente “nadar”, va mucho más allá de “lavar”. Por ello la versión de Ginebra69 traduce: “hago que mi lecho nade en mis lágrimas cada noche”. Así como los sacerdotes solían bañarse en el estanque de metal fundido70 para limpiarse y purificarse antes de llevar a cabo los ritos sagrados en el templo, así el profeta principesco lavaba su lecho, nadaba en su lecho, o mejor aún, hacía que su cama nadara en sus lágrimas cual en un mar de dolor y tristeza penitente por su pecado.
THOMAS PLAYFERE [1561-1609]
“The sick-mans couch: A sermon preached before the most noble Prince Henrie at Greenewich, March 12”, 1604
¡Mi lecho empapo con mis lágrimas! Empapemos nuestra cama todas las noches con nuestras lágrimas. No nos limitemos a mojarla levemente con chorros intermitentes, porque como el fuego, resurgirá y las llamas irán a más. El pecado es como una vela maloliente recién apagada: no tarda en encenderse de nuevo. Puede sufrir un golpe o una herida, pero se lame y echa a andar de nuevo como hacen los perros; un poco de tolerancia y se multiplica como las cabezas de Hidra.71 Por lo tanto, cualquiera que sea la calumnia con la que el pecado nos