E-Pack HQN Jill Shalvis 2. Jill Shalvis. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jill Shalvis
Издательство: Bookwire
Серия: Pack
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788413756523
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muy satisfecha de ti misma, ¿eh?

      Molly se encogió de hombros.

      –Lo único que pasa es que me sorprende que preguntes con tanta insistencia por tu nivel de… rendimiento.

      –¿Vas a seguir insultándome o me vas a decir la verdad?

      Ella se echó a reír y, demonios, su risa era un sonido muy bonito.

      –¿No puedo hacer las dos cosas? –preguntó.

      Él cabeceó y miró a su alrededor. La casa de Molly era muy pequeña, pero estaba muy ordenada y era muy agradable. Había muebles que parecían muy cómodos y muchos toques personales, como fotografías, libros y plantas espléndidas.

      Él nunca había conseguido mantener viva a una planta. Cuando salía con Carrie, habían compartido un apartamento durante las temporadas que él no estaba participando en alguna misión secreta. A ella también le encantaban las plantas, y le había prohibido que las tocara, porque decía que las mataba con su mala actitud.

      Nunca había vuelto a convivir con una mujer.

      Ni había tenido una planta.

      –Respecto a lo de la otra noche… –dijo él.

      –¿Qué pasa con eso? –preguntó ella, con los ojos brillantes de diversión. Claramente, estaba pasándoselo muy bien.

      –Yo…

      Lucas se quedó callado al mirar hacia la mesa de la cocina. Allí estaban los tres elfos, tomando un té.

      –Dime que esto es solo una merienda –le murmuró a Molly–, y que no vas a intentar resolver su caso de Santa Claus.

      –Claro que voy a intentar resolver su caso de Santa Claus. Les dije que iba a ayudarlas.

      En aquel momento, él se dio cuenta de que eran mucho más parecidos de lo que habría podido imaginarse.

      Molly le señaló a la primera mujer.

      –Ya conoces a la señora Berkowitz, mi vecina. Y a la señora White, su compañera de tricot. Y ella es Janet, una de sus compañeras de trabajo.

      –Tenga –le dijo la señora Berkowitz, tendiéndole una taza de té humeante–. Es ginkgo. Le ayudará con su problema de falta de memoria.

      –Y puede tomar kava y ashwagandha para su… eh… problema de no ser memorable –dijo Janet.

      Entonces, todas se echaron a reír, mientras Lucas se contenía para no dar golpes con la cabeza en la pared.

      –¿Ha habido algún cambio o novedad?

      –No es asunto suyo –dijo Janet.

      Magnífico. Sin olvidar la orden que le había dado Archer, que debía cuidar de Molly y no permitir que le ocurriera absolutamente nada, se la llevó aparte para hablar con ella sin que los oyeran.

      –Si vas en serio con este tema…

      –Claro que sí –replicó ella. Había dejado de sonreír y estaba muy seria–. Y hay algo más.

      –¿Qué?

      –Que tú vas a ayudarme.

      Eso era exactamente lo que había ido a hacer allí, pero tenía curiosidad por saber qué era lo que le iba a pedir ella. En realidad, se lo había ordenado; era muy parecida a su hermano Joe.

      –¿Y por qué crees eso?

      –Porque, si no me ayudas, les cuento a Joe y a Archer lo de la otra noche.

      Lucas respiró profundamente.

      –Así que me odias y quieres que muera.

      Ella se echó a reír.

      –No –dijo. Después, se le borró la sonrisa–. Pero no soy tonta, Lucas. Ni temeraria. Puedo hacer el trabajo de campo en este caso, pero también quiero ir al pueblo y husmear por allí. Necesito conocer el lugar y encontrar a alguien con quien hablar, alguien que conozca el apellido de Nick, para empezar. Y necesito apoyo. Un socio. Alguien listo y con recursos, y que no tenga miedo de transgredir unas cuantas normas.

      –Te escucho –dijo él.

      Ella sonrió.

      –¿Por casualidad conoces a alguien que tenga esos atributos, aparte de ti mismo?

      Mierda. Lucas la miró a los ojos. Eran de color castaño claro y tenían una mirada llena de inteligencia. Supo que estaba perdido.

      Entonces, ella se dio la vuelta y volvió a la cocina desde el salón, para sentarse a la mesa con las señoras. Claramente, trataba de no forzar la pierna derecha. Algunas veces, él había intentado preguntarle por aquel tema, pero ella siempre le había dejado claro que no era asunto suyo.

      No había nadie más orgullosa ni más terca que Molly.

      Bueno, tal vez, él mismo.

      Sin embargo, cada vez sentía más deseos de saber lo que le había ocurrido. Se estaba convirtiendo en una necesidad. Tenía la impresión de que había sido algo malo, pero, como él tampoco tenía un pasado lleno de recuerdos felices, no iba a presionarla, porque sabía que haría que se sintiera mal.

      Tenía maneras de conocer su pasado. En Investigaciones Hunt tenían los mejores programas informáticos de búsqueda. Algunos eran tan eficaces que podría averiguar el día en que habían concebido a Molly, y cuántas caries tenía su padre en esa época. Él había utilizado aquellos programas sin escrúpulos para conseguir información sobre la escoria de la sociedad.

      Sin embargo, nunca había sido capaz de investigar a Molly. No podría justificar de ningún modo aquella invasión de su privacidad.

      Pero, aun así, seguía sintiendo una enorme curiosidad.

      Como sabía cuándo debía ceder, se sentó con las señoras a la mesa. La señora Berkowitz le puso delante una taza de té. Era de color verde y tenía algunos posos. Estupendo. Dio un sorbo y se quemó la lengua. Además, la infusión tenía un sabor repugnante.

      –Bueno, señoras. Cuéntenme.

      Todas empezaron a hablar a la vez.

      Él alzó una mano.

      –Por favor, una a una. Usted –dijo y señaló a la señora Berkowitz.

      –Trabajamos todo el año –dijo ella, y sacó su teléfono–. Lo tengo todo apuntado… Un momento, ¿dónde están mis gafas?

      –Las tienes en la cabeza –respondió la señora White.

      –Ah, es verdad –dijo la señora Berkowitz, y se las puso–. Mucho mejor. Bien, como bien sabéis, no nos han pagado lo que debían, y creemos que Santa es culpable de estafa y de blanqueo de dinero.

      –¿Tienen alguna prueba? –preguntó Lucas.

      –¿Por qué ustedes y la policía siempre necesitan tantas pruebas? –preguntó la señora Berkowitz–. ¿No es eso trabajo suyo?

      –Entonces, ya han acudido a la policía –dijo Lucas.

      –Sí, pero no quisieron ayudarnos si no les dábamos pruebas. Pero la verdad es que sé que tenemos razón. Además, el hermano de Santa siempre está por allí, comportándose como si fuera el jefe.

      –¿Y qué tiene de malo eso? A lo mejor es un negocio familiar.

      –Es un negocio familiar –confirmó la señora Berkowitz–. Hace cuarenta años, el hermano de Santa era un mafioso.

      –Está bien. ¿Saben cuál es el verdadero nombre de este hombre? –preguntó él.

      –¿El hermano? Tommy Pulgares –dijo la señora Berkowitz–. Dicen que, antiguamente, si lo enfadabas, te cortaba el pulgar y se lo daba de premio a su serpiente. Entonces era un mafioso de bajo nivel, pero tenía ambiciones.