–No –dijo la señora Berkowitz–. No está muerto.
–Nadie ha visto a Tommy Pulgares desde hace años, y hay mucha gente que lo ha estado buscando. ¿Por qué cree que es él? ¿Lo ha reconocido? ¿Cómo es posible?
–Bueno, me acosté con él unas cuantas veces a últimos de los noventa –dijo la señora Berkowitz con una sonrisilla–. Y puede que una o dos veces en el siglo xxi, también. ¿Qué? –preguntó la señora Berkowitz, al ver que Janet la miraba con horror–. Antiguamente era un poco más lenta a la hora de reconocer a un patán.
Lucas hizo todo lo posible por apartarse de la cabeza las imágenes de la señora Berkowitz con Tommy el Pulgares, pero no lo consiguió por completo. Se presionó los ojos con las palmas de las manos y respiró profundamente.
–¿Usted todavía…?
Dios Santo. Ni siquiera podía decirlo.
–¿Que si todavía lo hago? –preguntó la señora Berkowitz, con una sonrisa, y se encogió de hombros–. No tanto, últimamente. En primer lugar, los hombres de mi edad ya no tienen tan buen aspecto cuando están desnudos, no sé si me entiendes.
Lucas hubiera preferido no entenderlo.
–Pero, no, ya no me acuesto con Tommy –dijo ella–. Se ha hecho viejo y gruñón, y es más malo que la quina. No lo soporto. Soy feminista.
Lucas se frotó las sienes.
–¿Te duele la cabeza? –le preguntó Molly.
Peor todavía. Porque, si Tommy Pulgares seguía con vida, y con las manos metidas en el dinero del bingo del Pueblo de la Navidad, aquello se complicaba mucho. Los elfos tenían un caso bien fundamentado, y eso significaba que no iba a conseguir que Molly cambiara de opinión. Sabía que Archer y Joe le iban a rebanar el pescuezo por no avisarles de todo aquello inmediatamente, y era lo que debería hacer si valoraba su puesto de trabajo. Pero también sabía que podía resolver aquel caso y proteger a Molly sin apoyos, por lo menos, en aquel momento. Si pedía refuerzos, Archer y Joe aparecerían inmediatamente y la apartarían del caso.
Y ella nunca se lo perdonaría.
Así pues, iba a tener que dejar que el caso del Santa Claus malvado fuera el secreto de Molly, lo cual significaba que él estaba metido hasta el cuello, y no porque se lo hubiera pedido Archer. Iba a ayudarla de todas las formas posibles y a protegerla a cualquier precio.
Y, con suerte, no lo echarían del trabajo.
Ni perdería los pulgares.
Ni tampoco, pensó, mirando a Molly a los ojos, el corazón.
Capítulo 6
#FelizNavidadÉlfica
Molly observó la expresión de Lucas mientras los elfos hablaban con él. Tenían un caso evidente, y él lo sabía. Y, si había algo que ella sabía de él, era que siempre estaba dispuesto a luchar por lo que era justo.
Las señoras se quedaron hasta tarde; parecía que estaban contentas tejiendo en la mesa de su cocina. Lucas también se quedó allí y, por su forma intensa de mirarla, ella se dio cuenta de que estaba esperando a que se fueran los elfos para que ellos dos pudieran mantener una conversación.
Sin embargo, a Molly no le apetecía hablar de nada.
Por suerte, el teléfono de trabajo de Lucas sonó a las diez de la noche para indicarle que había recibido un mensaje. Él le lanzó una mirada indescifrable e hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta. Se dirigió hacia allí, como si estuviera seguro de que ella iba a seguirlo.
Lo cual hizo, por supuesto.
Él la sacó al porche, cerró la puerta para evitar los curiosos oídos y ojos de los elfos y la empujó hasta la pared, suavemente. Le tomó la barbilla con los dedos y la miró a los ojos.
–De acuerdo –dijo–. Me rindo. No puedo hacerle frente a alguien como tú.
Ella intentó contener la sonrisa triunfal, pero no pudo.
Él cabeceó.
–Antes de que digas «ya te lo dije», vamos a hacer un trato.
–Eso piensas, ¿eh?
–Sí.
–¿Qué trato es ese? –le preguntó ella, con cautela.
–Que no vas a salir sin mí. Somos socios, Molly, o no hay más que hablar.
Aquella noche que ella había dormido junto a él, Lucas estaba caliente como un horno. Ella se había despertado en dos ocasiones abrazada a él como si su cuerpo ya supiera lo que su mente no quería aceptar: que lo deseaba. Y se había apartado de él las dos veces.
En aquel momento, estaba igual de cálido. Y era todo músculos delgados y duros. Tuvo que contenerse para no volver a abrazarse a su cuerpo.
–¿Y si no acepto? –le preguntó.
–Entonces, avisaré a Archer para que se haga cargo del caso.
Molly sabía que Lucas era un hombre de palabra, y que haría exactamente lo que había dicho.
–Está bien –dijo–. Trato hecho.
Él asintió y dio un paso atrás, y ella se sintió desprotegida. Él le miró la cara y se detuvo en sus labios y, como por arte de magia, a ella se le separaron.
Entonces, Lucas la miró ardientemente, y desapareció con una sonrisa en los labios.
Cuando, por fin, ella se pudo acostar aquella noche, soñó con el futuro compartido con un hombre, un futuro que no podía ni iba a tener.
A la mañana siguiente, Molly se despertó pronto y fue al gimnasio. Hacía una tabla de ejercicios específica que le había diseñado su fisioterapeuta para que mantuviera la fuerza en la pierna debilitada.
–¿Preparada? –le preguntó una voz masculina a su espalda.
Ella se levantó y se enjugó el sudor de la frente. Se trataba de Caleb, un gran cliente de Investigaciones Hunt que, además, era su compañero secreto de lucha.
Caleb tenía sus motivos para guardar el secreto. Era un libro cerrado, un misterio para todo el mundo.
Molly nunca le había contado a nadie que la estaba entrenando. Había empezado a hacer ejercicio para recuperar la fuerza después de la última operación, y se había convertido en algo como una religión para ella. Una religión muy privada. El hecho de mantener la fortaleza física la ayudaba a mantener la fortaleza mental. Nadie podía llegar a ella.
O, al menos, eso era lo que le gustaba pensar.
Entró al ring con Caleb y sonrió.
Él enarcó las cejas.
–Parece que hoy estás deseando patearme el trasero.
–Pues sí.
Él se echó a reír y afianzó el peso en el suelo cuando ella se abalanzó. Molly le barrió las piernas de un golpe, pero, en el último segundo, él la agarró por una pantorrilla y consiguió que cayera también.
–Mierda –murmuró ella, tendida boca arriba, con la respiración entrecortada.
–Has hecho un gran movimiento –dijo él, quitándole el peso de encima rápidamente, y le tendió una mano para ayudarla a levantarse–. Pero lo delataste con la mirada, por eso te vi venir.
Ella asintió y… fue por él otra vez.
En aquella ocasión, Caleb cayó al suelo como un saco y se quedó allí, con un gesto de dolor.
–Oh,