–Nada de detalles –le dijo a su amiga–, pero te invito a un café y una magdalena de la cafetería en el primer descanso que tenga si tienes Advil.
Sadie sacó un frasquito de su bolso.
–Bienvenida a la madurez, donde el Advil lo es todo. ¿Quién es él?
–¿Quién?
Sadie puso los ojos en blanco, y Molly suspiró.
–No te lo voy a decir.
Sadie ladeó la cabeza y la observó.
–Lucas.
–Cómo demonios…
A Sadie se le salieron los ojos de las órbitas.
–¿En serio? ¿He acertado? –preguntó, y se echó a reír–. Buena elección –dijo, con cara de aprobación.
–No, no. No es ninguna elección –dijo Molly–. Es…
–¿Guapísimo?
Bueno, sí, eso sí.
–¿Perfecto?
–No –respondió Molly rápidamente–. No es perfecto.
–Pues mejor –dijo Sadie–. El elegido nunca debería ser perfecto.
–Y tampoco es el elegido –dijo Molly–. Eso es absurdo.
Por muchos motivos, uno de los cuales era que, aunque Lucas era increíblemente serio y profesional en el trabajo, fuera del trabajo no lo era. Le gustaba mucho jugar, y tenía un encanto y una manera de flirtear que atraía a las mujeres con facilidad. Pero a ella, no.
Ella tenía problemas para confiar en un tipo como él.
–Bueno –dijo Sadie, asintiendo–. No estás lista para el elegido. Bueno, pues que sea el elegido de una noche. Antes de que venga otra y se lo lleve.
Molly abrió la boca y volvió a cerrarla para no decir nada de lo que pudiera arrepentirse. Como, por ejemplo, que acababa de darse cuenta de que no le gustaba nada la idea de que Lucas se acostara con otra mujer. Y eso era algo muy incómodo, así que tenía que superarlo rápidamente.
Veinte minutos después, cuando entró en la oficina de Investigaciones Hunt, ya no le parecía divertido el jueguecito de dejar que Lucas pensara que se habían acostado. La señora Berkowitz ya no la estaba esperando, pero había otro millón de cosas que sí, como, por ejemplo, una batalla con el seguro de salud de Investigaciones Hunt por una parte de la cobertura del tratamiento médico de Lucas.
A ella le encantaba su trabajo. En su familia no había dinero para ir a la universidad, y, aunque ella tenía pensado sacarse una beca para estudiar, había tenido que abandonar aquellos planes al destrozarse la pierna. Por pura desesperación, había empezado a trabajar de administrativa mientras Joe estaba en el ejército. Había cambiado de trabajo en varias ocasiones y había ido mejorando su capacidad laboral hasta que Joe había vuelto a casa y había conseguido trabajo para él y para ella en Investigaciones Hunt.
Sin embargo, después de pasarse dos años detrás del mostrador de la recepción, quería más. Le había rogado a Archer que le permitiera hacer las comprobaciones de la situación de las empresas y recabar la información necesaria para apoyar las investigaciones, y él se lo había concedido encantado, porque esas dos tareas representaban una sobrecarga de trabajo para los demás. Y ella lo había hecho muy bien, les había proporcionado información muy valiosa durante todo el año. Aunque tenían a un encargado de Tecnologías de la Información, el propio Lucas, ella sabía que podía llegar a ser tan buena como él con un poco de formación.
Seguramente.
De todos modos, aunque le encantaba haber metido un pie en el campo de la investigación, no se sentía satisfecha. Quería algo más.
Quería participar en las misiones.
Archer le había dicho que, aunque era muy inteligente y le agradecía todo lo que estaba haciendo, no podía permitir que resultara herida. Y Joe había sido mucho menos diplomático todavía; directamente, se había negado a hablar de aquel tema con ella. Y lo entendía; la apariencia física era muy poderosa a la hora de crear impresiones, y ella tenía aspecto de debilidad, no de fuerza.
No le quedaba más remedio que demostrarles que estaban equivocados.
–Necesito que nos envíe la documentación por fax –le dijo el agente de seguros, después de tenerla esperando treinta minutos–. Esto ya se lo dije la semana pasada.
–Claro –dijo Molly–. Voy a buscar mi DeLorean para volver a 1987 y recoger mi fax. ¿Es que no puedo enviarles las páginas escaneadas?
–No aceptamos documentación escaneada. Tiene que ser enviada por fax o por correo ordinario.
Necesitaba más cafeína para soportar aquello. Después de la llamada, fue a la sala de personal y se encontró con Archer. Lo señaló con el dedo índice.
–Has echado a esas encantadoras ancianitas que necesitaban que las ayudaras.
–No aceptamos ese tipo de casos.
Ella lo fulminó con la mirada.
–¿Te refieres a los casos de ancianos?
–Estamos ocupados hasta dentro de cinco meses. No tengo a nadie disponible.
–¿O es que no tienes interés?
Archer estuvo a punto de exhalar un suspiro.
–Mira, sé que estás aburrida. Sé que quieres hacer más cosas. Lo entiendo. Estoy trabajando en ello. Pero no voy a asignarte un caso sin que tengas la formación y la experiencia necesarias. Cuando estés preparada, tendrás casos propios, te lo prometo. ¿De acuerdo?
Ella suspiró.
–De acuerdo.
–Eres una empleada muy valiosa de esta agencia, Molly. No estoy tratando de aplacarte. Lo único que te pido es un poco de paciencia hasta que estés lista.
–¿Y estás seguro de que no es al revés? ¿De que tú no estás preparado para mí?
Al oír aquello, Archer se rio.
–El mundo no está preparado para ti –dijo, y se puso serio de repente–. Pero lo estará, y, cuando sucedan las cosas, tú estarás preparada y podrás trabajar con seguridad.
–¿Y mientras?
–Mientras, voy a pedirte que te hagas cargo de la investigación y la información de un par de casos. Ya te lo he enviado por correo electrónico.
Sabía que le estaba arrojando un hueso, pero estaba dispuesta a aceptarlo. Aunque ya se le estaba acabando la paciencia. Y, más aún, cuando se encontró a Joe un poco más tarde.
–No vas a hacerte cargo de ningún caso –le dijo su hermano, mientras le daba un mordisco a un sándwich. Acababa de volver de una operación en la que había tenido que intervenir todo el equipo y tenía tres minutos antes de marcharse a una vigilancia de otro caso.
Su trabajo sí que era interesante, demonios.
–Creo que tengo derecho a hacer el trabajo que yo quiera –respondió con frialdad.
Joe suspiró y bajó el sándwich. Eso de que su hermano apartara la comida era muy raro, y quería decir que se había puesto muy serio.
–Molly, escúchame. No puedo imaginarte a ti haciendo el trabajo que hago yo, corriendo peligro constantemente.
–Pero tú sí lo haces. ¿Crees que yo no me preocupo? ¿O que Kylie no se preocupa? –preguntó ella, refiriéndose a su novia.
–No quiero que te pase nada –respondió él con terquedad.
Las palabras que no pronunció fueron «otra