El país de origen. Edgar Du Perron. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Edgar Du Perron
Издательство: Bookwire
Серия: Colección de literatura holandesa
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786077640998
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de talento. Y por su relación con la revolución, hace más por la causa escribiendo que lo que haría como hombre de acción, lo cual equivaldría seguramente a que se convirtiera en algo tan asqueroso como un político profesional. ¿Se da cuenta la gente de que un político es realmente mucho peor que un escritor? Y hoy en día los aventureros o los homosexuales son muy populares entre las personas que guardan algún tipo de relación con el mundo del arte…

      —Lo que no acepto —replica Viala— es que precisamente el talento castre a un hombre sin que éste se dé cuenta. Si tus libros son tan bonitos que el enemigo puede acabar admirándolos o concediéndote premios por ellos, entonces todo se acabó, habrás quedado reducido a las letras respetables, entonces sólo trabajarás para mayor honor y gloria del arte nacional. No es que la política me parezca mejor que a ti, pero hay algunas fases de la resistencia que son lo único humanamente digno, que se clasifican en el apartado “política”, por así decirlo. Nunca me he afiliado a un partido porque me repugnan los líderes, incluidos los comunistas aquí, en este país, pero para ser justos quizá tengamos que admitir que esos pobres diablos son víctimas de su destino si, al final, ni siquiera son capaces de pensar fuera de la legalidad de su organización, si se convierten en burócratas de la revolución al no poder formar parte del gobierno. Quizás hagan lo que puedan, ¡pero sólo pueden dar lo que tienen! La culpa de que se conviertan en esto, después de pasar unos años en la política, es de la situación, y ni siquiera puedes decir que habría que cambiarla, pues ellos aseguran que esperan que cambie para cambiar ellos a su vez. En realidad, todo esto me tiene sin cuidado, nunca me he hecho ilusiones acerca de los líderes. Tampoco tengo ganas de leer acerca de cuál es la dignidad, la tarea, la esencia y todo lo demás del proletariado. Cada vez que alguien me lo explica, por muy bien que lo haga, pienso que no hay nada como mi propio sentimiento de ser proletario, de haberlo sido siempre, con esa pestilencia que llevas encima desde la infancia. Los únicos proletarios que realmente me inspiran simpatía son los que pagan con una existencia miserable sin comprender nunca por qué; los que nunca harán arte y a quienes de poco sirve el arte con el que otro demuestra que los comprende y que comprende su destino. Nadie me devolverá nada de mi juventud, que también fue arruinada.

      —Una enfermedad sin cura, pues si lo piensas bien —opina Héverlé—, todo se basa en un malentendido entre Viala y dios.

      VII. El niño Ducroo

      La historia de mi infancia empieza con algunas fechas y algunos hechos exactos transmitidos por la memoria de los mayores. El primer documento es un ejemplar amarillento del periódico Bataviaasch Nieuwsblad en el que se anuncia mi nacimiento; en la portada un comentario acerca de la guerra: “El cerco que los bóers mantienen en torno a Ladysmith se estrecha cada vez más…” Nací el día de Todos los Santos de 1899, un jueves a las dos menos cuarto de la tarde. Doce años antes, el nacimiento de mi hermanastro Otto había sido un parto difícil para mi madre y, dada su edad cuando estaba embarazada de mí, debía cuidarse, por lo que el médico decidió “mantenerme pequeño”, lo cual significó que mi madre siguiera durante meses una dieta especial para frenar en la justa medida el desarrollo óseo de mi cuerpo nonato. No creo que ese método siga utilizándose hoy en día, pero por lo visto conmigo consiguió el resultado deseado. Al nacer pesaba alrededor de dos kilos y medio, y es un milagro que haya superado la estatura de mis progenitores. Sin embargo, mi nariz era tan extraordinariamente grande —quizá porque allí había más carne que huesos— que mi padre se asustó, preguntó al médico si se me iría y de quién podía haber heredado tamaña nariz. Mi nacimiento tuvo lugar en la kamar panjang (habitación larga) de Gedong Lami, en el edificio principal junto al río.

      Aun suponiendo que en este caso pueda decir “yo”, no puedo hacer lo mis-mo en el primer episodio, que nunca viví conscientemente. Cuando un adulto se refiere a sí mismo de niño diciendo “yo”, es como si en cierto modo adulterara la verdad y no temiera cometer otra adulteración. Esta vez, por motivos técnicos, me sentiría inclinado a hablar durante capítulos enteros —antes de cumplir los 16— del “pequeño Ducroo”. Eso resultaría inexacto para localizar los recuerdos, pero dejaría más clara la relación entre mi yo actual y el niño por largo tiempo perdido que era a la sazón. Sin embargo, la literatura infantil en primera persona, aunque tenga un tono muy puro —o al menos se lo parezca a los adultos—, siempre está plagada de equivocaciones. Por consiguiente, es preferible utilizar la forma más sencilla.