Reiteremos que el contexto político era crucial, incluido en las guerras anglo-francesas. Cuando, a mediados de la década de 1430, los ingleses perdieron el apoyo del duque Felipe III de Borgoña, su derrota en Francia resultó inevitable ya que, hasta la fecha, lo esencial de su estrategia en el siglo XV había descansado en explotar las divisiones existentes en Francia, sobre todo las pobres relaciones entre la Corona y Borgoña. Se dio un patrón similar en la India, con el intento conciliador de incorporar nuevos territorios, junto a la lucha para incorporar nuevos recursos, entre otros modos, asediando fuertes hasta llevarlos a la rendición. Tanto en la India como en otros sitios fue fundamental proyectar una imagen de control. El conflicto podía resultar un fallo estratégico por señalar la incapacidad, de una o ambas partes, para gestionar adecuadamente el poder. Esto se vio agravado por la falta de cohesión en muchos grupos políticos, sea como fuere que estos se definieran. Esta falta de cohesión pudo darse tanto en los grupos gobernantes (incluidos los linajes reales) como en las redes tribales y lo que podría definirse como un Estado[47].
Los aspectos pragmáticos de la guerra, relacionados con su alimentación y su capacidad de traslado, eran los requisitos dominantes. Así, la tierra quemada fue un método, a la vez táctico, operativo y estratégico, para impedir el avance del enemigo con efecto disuasorio. La tierra quemada fue empleada por ejemplo por los safávidas contra los otomanos (Turquía) en la invasión de Irán e Irak en 1514, y su éxito explica por qué los safávidas se equivocaron al exponerse en la batalla de Chaldiran, donde fueron derrotados por Selim I. No obstante, este fue incapaz de explotar la victoria. La tierra quemada también funcionó para los tártaros de Crimea para frustrar las invasiones rusas de la década de 1680.
En el caso de las contiendas de los cruzados, Saladino en 1187 supo tentar al mal dirigido ejército de Jerusalén a un área sin agua en la que pudo pelear según sus condiciones y destruir a sus oponentes en la batalla de Hattin. Además, en parte debido a la cuestión del suministro, Ricardo I de Inglaterra, un factor clave en la Tercera Cruzada, impulsó poco después la estrategia de invadir Egipto (que dominaba Palestina y Jerusalén), en vez de dirigirse a Jerusalén de frente. La misma estrategia se siguió en el siglo XIII, señaladamente por parte de Luis IX: Egipto era considerado un componente clave del Imperio ayubí, y se organizaron dos expediciones, en 1218-1221 y 1248-1250, resultando ambas inicialmente exitosas, aunque luego fracasaran estrepitosamente, especialmente la segunda. Posteriormente, tras la pérdida de la Tierra Santa en 1291, algunas propuestas para su recuperación, que incluían el bloqueo de Egipto como primer paso, fueron bastante sofisticadas, aunque los gobernantes europeos no fueron capaces de cooperar suficientemente para implementar su estrategia. En términos más generales, las ideas modernas de lo que fue estratégicamente importante deberían emplearse con cuidado al juzgar la estrategia seguida en las cruzadas, porque había factores políticos y desde luego religiosos en liza.
Una forma duradera de estrategia, una de las que aún se entienden y ya se vieron en la Edad Media, por ejemplo, en la Reconquista cristiana en la península ibérica, fue asegurar las conquistas mediante nuevos asentamientos. Este fue también un aspecto persistente de la estrategia china en la estepa[48]. También se vio en los avances rusos en Siberia, Ucrania y Asia central, y con las operaciones norteamericanas en el interior del país.
Fuera de Europa, ha habido un especial interés entre los estudiosos por la estrategia mongola del siglo XIII[49]. La conservación de sus fuerzas fue uno de los principales objetivos de los mongoles. El método de conquista mongol estilo tsunami incluía invadir y devastar una amplia región, pero después retirarse y conservar una estrecha parcela de territorio. Como resultado, las tropas no quedaban inmovilizadas para la ocupación durante la creación, por devastación, de una zona de seguridad que hiciera imposible que fueran atacados y que también debilitara los recursos del enemigo. Después venía otra arremetida, como a oleadas. A consecuencia de ello, los mongoles pudieron luchar en múltiples frentes sin expandirse demasiado ellos mismos.
Al mismo tiempo, se desarrolló la cultura estratégica mongola, experimentando una transición, en el siglo XIII, hacia los ataques a las ciudades, especialmente en China. Tal transición estuvo ligada a reformas administrativas que permitieron un diferente nivel de organización y fuerzas de ocupación. En parte, tal proceso implicó hacer uso de las regiones conquistadas, particularmente China. Como resultado, se desarrolló una forma híbrida de conflicto armado, en la que la hibridación se manifestó en términos estratégicos, operativos y tácticos.
Un aspecto diferente de la efectividad mongola invita a ser considerado cuando de elucidar la mejor forma de tratar la estrategia se trata. Si los oponentes se negaban a aceptar sus condiciones, los mongoles empleaban el terror, masacrando a muchos para intimidar a otros. Esta política tal vez incrementase la resistencia, aunque también incitaba a la rendición. En general, cuando tenía éxito recababa apoyos y mantenía la cohesión, y ambos son resultados estratégicos importantes.
Los métodos mongoles fueron reactivados por Timur el Cojo (1336-1405, después llamado Tamerlán). Un elemento clave de su estrategia fue el haber heredado el manto de Gengis Kan, el más célebre de los líderes mongoles; Timur sostenía ser descendiente de Gengis, lo cual constituía una significativa fuente de legitimidad, aunque, de hecho, no perteneciese, como aquel, al clan Borjigin. Timur se casó con una princesa de ese linaje para tener el título como yerno. Las campañas secuenciales contra una serie de objetivos fueron cruciales para la exitosa carrera de Tamerlán[50]. Por su parte, su caída, como la de otros imperios nómadas, reflejó no tanto sus limitaciones militares como sus dificultades para mantener la cohesión. Entre otras cosas, pasaron por numerosas luchas sucesorias.
En total contraste con la lógica estratégica de los objetivos de Tamerlán, los chinos presentaban su estrategia como destinada a mantener el orden y la paz y mantener a raya a los «bárbaros». Así, Zheng He, que condujo expediciones navales en el océano Índico a principios del siglo XV, hizo esta declaración de principios: «Cuando lleguéis a esos países extranjeros, capturad a los reyes bárbaros que se resisten a la civilización y se muestran desdeñosos, y exterminad a los soldados bandidos que se entregan a la violencia y el saqueo. La ruta oceánica estará a salvo gracias a esto»[51].
Los comentarios occidentales sobre la guerra, entonces y después, fueron un aspecto del pensamiento que se enfocó tanto en las oportunidades como en el contexto[52]. En el caso de Felipe II de España (r. 1556-1598), que hubo de enfrentarse a reiteradas a menazas a su vasto imperio[53], no hay consenso en cuanto a la calidad de su práctica estratégica. Hubo desde luego tensiones entre el objetivo de control y la más exitosa práctica de la autoridad ejercida con guante de seda, una práctica que incluía la amenaza de violencia junto a la propaganda, las iniciativas diplomáticas y la presión económica[54]. Los juicios inherentes a varios usos del término «estrategia», incluida la estrategia a largo plazo, la gran estrategia, la esquizofrenia estratégica, y la visión estratégica clara y coherente, son palmarios[55].
Se pueden plantear debates similares para muchos otros Estados y episodios. Con todo, se ha aducido más específicamente respecto a la guerra de los Treinta