De otro lado, el valioso argumento de que «la estrategia está destinada a que la guerra resulte utilizable al Estado, de modo que pueda, si fuese necesario, usar la fuerza para alcanzar sus objetivos políticos»[66], también depara una serie de cuestiones, no solo la distinción, o al menos la tensión, entre el uso de la fuerza y los objetivos políticos, sino también el papel de los actores no estatales y la propia diversidad de formas y culturas estatales. No hay una forma primigenia (original y esencial) de dinámica del Estado[67], como no hay ninguna forma tal de guerra. Los intereses reales del Estado —ya sean, por ejemplo, «incrementar su dominio»[68] o cualquier otro— pueden variar con el tiempo, como puede variar la forma de esos intereses y el énfasis en el uso cinético de la fuerza.
Lejos de existir ninguna relación fija entre la guerra y la política, es la variada y a menudo flexible naturaleza de estas relaciones la que ayuda a explicar la importancia de cada una de ellas. Por ejemplo, la actividad militar ha alterado enormemente los contornos y los parámetros de la política que contribuyó a causarla, y a veces de los Estados y otras demarcaciones involucradas en un conflicto. En algunos casos, la actividad militar ha tenido también un impacto comparable sobre las estructuras sociales, como en la Guerra de Secesión (1861-1865) al acabar con la esclavitud y el impacto transformador del comunismo en Rusia, China e Indochina. La centralidad de la guerra, y la preparación para la guerra, como bases y procesos de cambio, no obstante, no significan que haya existido un patrón consistente de causa y efecto. Además, las normas culturales, políticas y sociales, junto a las contingencias, han afectado a la disposición a seguir tales estrategias como medio de impulsar la oposición antigubernamental en los Estados enemigos.
Visto de otro modo, la estrategia fue en parte el resultado de los posicionamientos internacionales, siendo estos mismos posicionamientos a su vez afectados por circunstancias contingentes, diplomáticas, políticas y militares, todas las cuáles se discutieron en términos de la política del poder, y por lo tanto de retórica estratégica. Así se sigue haciendo, sobre todo al abordarse las relaciones entre China, Rusia y Estados Unidos.
Al mismo tiempo que se desarrolla este debate sobre los grandes Estados, que son las unidades mayores respecto a la estrategia, la mayoría de los participantes en un conflicto no están al nivel de dichos Estados, especialmente si se consideran los conflictos bélicos civiles. Esto no significa que a los participantes de tales contiendas les falte conciencia estratégica, capacidad estrategia, una estrategia o cualquier otra cosa al respecto. Muy al contrario, puede darse el caso de que los asuntos estratégicos sean más urgentes en estos casos porque los participantes son mucho más vulnerables que los grandes Estados. Tales asuntos pueden llegar a ser más difíciles de sustraer a la atención de un grupo particular de los órganos políticos que en el caso de las grandes potencias.
Habría que añadir un nivel antropológico y mencionar la importancia a lo largo del tiempo de los pueblos nómadas y seminómadas[69]. Una de sus estrategias centrales fue el saqueo, una estrategia en la que además se diluyen las distinciones entre los movimientos estratégicos, operativos y tácticos. El saqueo es igualmente un aspecto de lo que se ha denominado «guerra de guerrillas», una forma de conflicto a la que le falta un estudio sistemático, especialmente al nivel estratégico. Lo mismo cabe decir de las operaciones a pequeña escala que a veces emprenden las fuerzas regulares en las sociedades establecidas, que pueden llegar a socavar o revertir las consecuencias de la victoria en las grandes batallas, que es la que suele recabar toda la atención[70]. Las operaciones de saqueo no pueden ser desdeñadas y tenidas por menos significativas solo porque difieran de las operaciones de las grandes unidades regulares, un argumento que cabe extender a la consideración de la estrategia. Además, este tipo de situaciones son dinámicas a todos los niveles. Las tareas y posibilidades que afrontan los combatientes están sujetas a la percepción, las contingencias y la prueba y error, aspectos todos dignos de estudio.
Es muy pertinente considerar los paralelismos a lo largo del tiempo sin asumir automáticamente que existió una mejora gracias a la modernización, y sin asumir que la conducta apropiada, no digamos la mejora, requirieron el lenguaje formal y el proceso de la estrategia. De hecho, asumir que el lenguaje formal de la estrategia es necesario o de ayuda es, de suyo, una «estrategia» de exposición académica y presentación militar coherente y repetida, aunque carezca de fundamento. En vez de constituir un indisputable avance, la teoría de la modernización ha creado muchas ilusiones analíticas en los historiadores y los comentaristas militares, que en ambos casos han procurado apuntalar teóricamente cierta coherencia en torno a la idea de desarrollo, enlazando aparentemente sin conflicto pasado y presente. Es tiempo de que la estrategia como práctica quede liberada de tales ilusiones.
CONCEBIR EL TÉRMINO
Centrándonos en el siglo XVIII, en el que el término «estrategia» se forjó en Europa occidental, es posible apuntar a una serie de nuevas circunstancias y requisitos y sugerir que estos hicieron que fuese práctica y hasta necesaria una nueva terminología. Esta perspectiva bien podría enfocarse en los nuevos lenguajes de clasificación y análisis asociados con la Ilustración, el movimiento intelectual de la élite dirigente europea de dicho periodo, o en un espectro más amplio de proyección del poder de los poderes europeos de entonces, particularmente Gran Bretaña y Francia, o en la necesidad en Europa de adaptarse a la dinámica de la nueva geopolítica creada por el auge de Rusia y Prusia. Alternativamente, el enfoque podría ser más estrecho, por ejemplo, en la combinación de la crisis de poder y autoconfianza en Francia tras las repetidas derrotas en la guerra de los Siete Años (1756-1763) y los intentos de los comentaristas franceses de aportar soluciones. Estos intentos incluyeron echar la vista atrás en busca de ejemplos clásicos para tratar de elucidar una tipología general de la guerra. El empleo moderno del término «estrategia» tuvo su origen en estos comentaristas. Se trata de explicaciones que se superponen entre sí, entre otras cosas porque Francia fue el centro mundial de la Ilustración.
Cabe expandir este relato hasta encontrar este fermento ilustrado contribuyendo a dar forma a las novedades que trajo el conflicto revolucionario francés que se desató en 1792, y seguir con los desarrollos que trajo Napoleón. A su vez, lo que aportó este último, de cosecha propia y por parte de quienes se le opusieron, tanto en su tiempo como posteriormente, también explicará muchas cosas de las ocurridas en el siglo XIX en cuanto a la estrategia, prefigurando a Clausewitz, como en su momento veremos.
En 1771, una traducción de la obra emperador bizantino León VI, Tactica, apareció en francés, publicada en París, bajo el título Institutions militaires de l’Empereur Léon le Philosophe. La traducción era obra del teniente coronel Paul-Gédéon Joly de Maïzeroy, que empleó el término «la stratégique» para referirse al arte del mando. Definió «la stratégique» como el arte de mandar empleando todos los medios para movilizar todos los elementos bajo el control del mando con fin de alcanzar el éxito. Con esto reemplazaba el uso del término «dialéctica» por parte del propio Maïzerov en su Traité de tactique, publicado en sus Essais militaires en 1762. En esta obra se había referido a «la dialectique militaire», que describía como hacer planes en campaña y dirigir operaciones.
En 1777, Maïzeroy presionó para que se publicase su obra Théorie de la guerre, où l’on expose la constitution et formations de l’Infanterie et de la Cavaleries, leurs manoeuvres élémentaires, avec l’application des principes à la grande tactique, suivie de demonstrations sur la stratégique. El influyente Journal Sçavans, en su número de noviembre, dijo que el libro era científico en su intención y matemático en su perspectiva. El libro trataba en parte de la «stratégie», definida como el arte de conducir la guerra y dirigir todas las operaciones. En la revista se decía que Maïzeroy había intentado aportar matemáticas al asunto, aunque también señalaba que en la práctica el planteamiento dependía de coyunturas, especialmente de las opiniones políticas de los príncipes, y de las que hacían que los generales prefiriesen unas operaciones a otras. En su introducción, Maïzeroy se refería al requisito de establecer una teoría que pudiera servir de guía.
El término «estrategia», no obstante, no