Además, aplicar la comprensión de la estrategia a circunstancias particulares plantea cuestiones que subrayan el problema que existe con otro concepto, por lo demás atractivo: el de la «estrategia óptima». Por si fuera poco, hay aspectos de esta tarea que no siempre casan adecuadamente con dicha optimización, por ejemplo el hecho de que sea perentoria, como puede verse en esta conversación de la satírica cinta de James Bond Casino Royal (1967): «¿Cuál es la estrategia, señor? Salir de aquí tan pronto como se pueda [la respuesta es de Bond]». En tales casos, la estrategia, la operación y la táctica van todas de la mano y se desarrollan a una velocidad de vértigo.
Wayne Lee señalaba que la mayoría de los lectores y autores piensan que conocen intuitivamente la diferencia entre la estrategia, las operaciones y las tácticas, pero que en la práctica hay muchas definiciones distintas. Para Lee, «la estrategia se refiere al despliegue de recursos y fuerzas a escala nacional y la identificación de objetivos clave (territoriales o de otro tipo) que las operaciones han de lograr posteriormente». Las operaciones se definen como «campañas»[3]. Adoptando un enfoque empleado con frecuencia, Thomas Kane y David Lonsdale describieron la estrategia como «el proceso que convierte el poder militar en un efecto político»[4].
En términos más generales, se habla a menudo de estrategia para referirse al uso del conflicto para propósitos bélicos o, más habitualmente, para una guerra en concreto. La estrategia, hasta cierto punto, se concentra en la habilidad para asegurar y sostener una medida de cohesión política, y para traducir esto en capacidad militar, y no en la búsqueda de un estilo particular de combate junto a sus implicaciones. Los ejércitos proporcionan esencialmente la fuerza para que la estrategia surta efecto, de igual modo que la diplomacia es también importante para su implementación. Hay también formas de entender la estrategia en términos de teorías y prácticas de la seguridad, hablemos o no de estrategia nacional. Al mismo tiempo, este enfoque común, con el entendimiento que le es característico, no basta para dar cuenta de una realidad más compleja que conllevaba y conlleva tanto patrones como asuntos históricos, la geografía y el discurso como respuesta al conflicto, y asuntos relativos al abastecimiento, la priorización, la planificación y los sistemas de alianza a la hora de decidir cuál es la mejor respuesta.
También está, por supuesto, el argumento cínico, que ofrece por ejemplo Dean Acheson, cuando dice que «cada cierto tiempo, toca dar una conferencia, así es que miras a lo que has estado haciendo en los últimos meses, lo escribes, y ahí la tienes, esa es tu estrategia»[5]. El comentario puede rehacerse para sostener que la estrategia es esencialmente la racionalización, en su momento o posteriormente, de una práctica basada en los hechos. Hasta cierto punto, es así como ocurre, al menos desde esa visión que a menudo nos atrapa según la cual lo intuitivo es más cierto que lo deductivo, y esto explicaría por qué la estrategia puede consistir en dicha racionalización. Dicha visión hace hincapié en la estrategia como algo eminentemente político; la racionalización sería un proceso político. Aparte, una práctica basada en hechos o «estrategia emergente» aporta posibilidades más flexibles, ante todo al enfrentarse al descubrimiento de una estrategia disruptiva de un oponente.
La aproximación que hacen Lee, Kane, Lonsdale y muchos otros desdeña cualquier alternativa al carácter distintivamente militar de la estrategia, y por lo tanto es algo que requiere abordarse explícitamente. De hecho, la función de la estrategia, si se entiende como la relación entre fines, modos y medios en la política del poder, no es necesariamente militar. Por otro lado, incluso en caso de conflicto, la priorización de objetivos y medios a nivel internacional concierne al establecimiento de una política exterior, y no solo al ámbito del ejército. Este establecimiento resulta ser un cuerpo amorfo que incluye instituciones formales y servicios de inteligencia, sobre todo ministros de exteriores y otros decisores que forman parte del gobierno. Al mismo tiempo, no está claro por qué la escala nacional debería ser siempre la principal clave al estudiar la estrategia, en vez de incluirse la consideración de los subnacional o incluso lo supranacional. Además, el impacto de cada uno de estos niveles puede comprometer la autonomía de la toma de decisiones a escala nacional.
Incluso durante los dos siglos en los que, aproximadamente, el término «estrategia» ha sido empleado en inglés, francés, alemán, italiano y otros idiomas, hay muchas diferencias, por no decir controversias, en cuanto a su definición, empleo, aplicación y valor. La voz «estrategia» se ha empleado para referirse a toda una gama de actividades humanas, como se ve en expresiones como «mérito estratégico» y «faceta estratégica»[6]. Así, en 1991, Patricia Crimmin se refería a la «relevancia estratégica del Canal de la Mancha», y, al hacerlo, atraía la atención hacia el carácter múltiple de esa relevancia «amenaza de invasión, línea de defensa, muro de la prisión, ruta de huida». En este contexto, «geografía estratégica» es otra expresión pertinente[7]. Al mismo tiempo que crecía el vocabulario sobre la estrategia, especialmente el ubicuo uso del adjetivo «estratégico», y que empezaba a expandirse extraordinariamente a finales del siglo XX, comenzaban a proliferar los usos interesados y poco precisos de esta terminología.
Los objetivos, los métodos y los resultados desempeñan todos un papel en las definiciones de la estrategia, y en la aplicación de estas definiciones, como también lo desempeñan los hábitos, las inclinaciones, las prácticas institucionales y las preferencias personales. Esto lleva a situaciones muy diversas, y es por lo tanto disculpable que quienes leen periódicos se confundan cuando encuentran en el mismo periódico artículos sobre la «gran estrategia» y la «estrategia militar», y asimismo referencias al compromiso estratégico[8]. Además, junto a los diferentes usos viene su yuxtaposición, como en un editorial de The Times del 5 de diciembre de 2018 sobre la Unión Europea: «Como institución basada en reglas con un proceso de toma de decisiones complejo, le falta capacidad para actuar estratégicamente. En cualquier caso, la acción estratégica requiere de cierta capacidad para generar compromisos. Esto puede resultar más sencillo para los gobiernos fuertes que para los débiles». En este caso, el contexto es presentado como inherente al proceso de creación de la estrategia.
Además, la estrategia puede verse, por ejemplo, como una senda, en vez de como un plan para la implementación[9]. De hecho, junto a aquellos que buscan la precisión en el análisis, hay, en la práctica, un nivel de actividad y energía que está mucho menos enfocado. Esto incluye la idea de que es posible plantear un gran impulso estratégico, más que un mero plan, pues a veces los planes no son sino la adición de una serie de posibilidades operativas, o incluso tácticas.
La mayoría de lo que hoy se dice sobre la materia no presta atención a los asuntos militares. Así, en 2016 había unas cincuenta y seis mil entradas en Amazon.com sobre estrategia en el capítulo «Negocios y dinero». De hecho, la estrategia es una palabra de moda en el mundo del Management y la economía, una que se emplea frecuentemente junto a términos como «gestionar» y «dirigir». La estrategia empresarial abarca desde qué productos vender en qué mercados a asuntos más complejos y variopintos, entre ellos la calidad y el respeto al medio ambiente.
También existen las «comunicaciones estratégicas», un término que se refiere a las operaciones informativas, la propaganda y las relaciones públicas. En 2016, el miembro del parlamento y conservador euroescéptico Steve Baker presumía de haber empleado el libro de Robert Greene Las 33 estrategias de la guerra (2006) para conseguir la victoria en el referéndum sobre la permanencia en la UE[10]. Este libro surgió como un intento de proporcionar una guía para la vida corriente «informada por […] los principios militares de la guerra». El libro, facilón y trivial, aunque también un gran éxito de ventas, explica las que llama estrategias ofensivas y defensivas. Era la continuación a otros textos de Greene, Las 48 reglas del poder (1998) y El arte de la