La adecuación de las competencias y las opciones podía verse afectada tanto por cambios institucionales como tecnológicos. Así, en la década de 1850, la dinámica de ofensiva costera en la planificación británica hacía hincapié en el papel de la Oficina Hidrográfica para el desarrollo de una estrategia para el teatro de operaciones, y, a su vez, contribuía a esa dinámica. En marcado contraste con la infructuosa invasión francesa de Rusia en 1812, la guerra de Crimea (1854-1856) se centró en la acción naval y anfibia contra Rusia del bando anglo-francés, una práctica a la que contribuyó decisivamente el reciente desarrollo de los buques de guerra propulsados a vapor[57]. Se ha vivido esta situación más recientemente con la creación de instituciones que aúnan el conflicto armado y las operaciones combinadas, instituciones que tratan de explotar sistemáticamente las oportunidades creadas por las nuevas opciones de desembarco y las tropas transportadas en helicóptero.
Como otro aspecto de la adecuación de los medios a los fines, cabe comentar que hubo siempre, una vez se desarrollaron los Estados, una estrategia funcional, aunque no contase con instituciones y un lenguaje específico. Puesto que la estrategia es contextual, y en gran medida, también lo son sus definiciones (o la ausencia de estas). La Encyclopaedia Britannica de 1976 apuntaba que «la demarcación entre la estrategia como un fenómeno puramente militar y la estrategia nacional en sentido amplio se vio difuminada» en el siglo XIX y es menos clara aún en el XX[58]. Esto no afectó a la adecuación entre fines y medios del aspecto militar de la estrategia.
LA PROPIEDAD DE LA ESTRATEGIA
Hay una dificultad recurrente en torno al asunto de la «propiedad», uno de los aspectos más relevantes en el análisis estratégico. La amplia variación en el uso del término «estrategia», y del concepto, proviene en parte de este mismo asunto, junto a problemas más corrientes derivados de la definición y el uso de los términos conceptuales, especialmente de aquellos que tienen diferentes resonancias en contextos culturales y nacionales específicos. En gran medida, aunque no desde luego de forma exclusiva, este asunto de la «propiedad» proviene de la determinación de y por cuenta de los militares al definir una esfera de actividad y planificación que está bajo su comprensión y control, un proceso que cuenta con el respaldo de los comentaristas civiles que les apoyan. Mucho de lo que se ha escrito sobre la estrategia ha sido escrito por o para los pensadores militares
Este contexto sigue siendo relevante hoy en día respecto a la estrategia, señaladamente porque los ejércitos modernos en muchos países siguen aspirando a una profesionalidad que tanto limite la intervención de otras ramas del gobierno como consecuentemente les permita definir su papel. La Doctrina Powell en el caso del ejército norteamericano en los años noventa (Colin Powell dirigió el Estado Mayor Conjunto de los Estados Unidos entre 1989 y 1993) fue un ejemplo de este punto[59], como lo fueron las discusiones sobre la intervención anglo-norteamericana en Afganistán e Irak en las décadas de 2000 y 2010. Junto a las áreas cedidas en general a la competencia de los líderes militares, especialmente el entrenamiento, la táctica y la doctrina, llegó la determinación de estos líderes, una determinación públicamente aireada, de mantener puestos clave en el abastecimiento, las operaciones y la decisión de las políticas. Unir todo lo anterior en términos de lo que se define como estrategia, y limitando el gobierno a un campo más general y anodino llamado «política», sirve a este fin.
En sentido más positivo, los líderes militares que insisten en la claridad de los roles, los términos, las misiones y las responsabilidades están en parte motivados por la sospecha de que los líderes políticos no entienden realmente lo que quieren. Como resultado, esta insistencia es un esfuerzo de forzar a los líderes políticos a que articulen sus objetivos. A veces este proceso se ve impulsado por un sentido de deber profesional y a veces surge porque los líderes políticos son, parecen o pueden ser presentados como incompetentes al vislumbrar una política y considerar la estrategia. En la práctica, basándose en las circunstancias y los criterios internacionales y domésticos, los líderes políticos han tomado frecuentemente sus decisiones sin consultar a los expertos militares, cuando dicha consulta no es más que un trámite para justificar lo que decidieron o no tiene otro fin que ayudar a que se implemente[60]. Este es un aspecto común de la política institucional.
De igual modo, las críticas de los líderes pueden constituir un intento de evitar ser culpados o de asumir el control, ante lo cual los políticos uniformados también suelen estar determinados a tener algo que decir. Ciertamente puede esgrimirse el argumento a favor de la independencia militar, tanto en términos concretos como generales. El debate en torno a la estrategia merece atención tanto a este respecto como en cuanto a la popular división entre política y estrategia, aunque depende en gran medida de la comprensión de contextos particulares y de culturas institucionales.
Otro ejemplo de este debate es la cuestión de si la confianza en la independencia militar es un aspecto —en buena medida un aspecto interesado— de aquello a lo que se refirió en 2015 el general Nicholas Houghton, jefe del Estado Mayor británico, como «el conservadurismo militar»[61]. Este conservadurismo incluye tendencias históricas fundacionales para instituciones, prácticas y sistemas armamentísticos específicos. Los análisis estratégicos en Gran Bretaña, con su énfasis en el gasto en medios militares específicos, han contribuido a este enfoque. El intento de deslindar la estrategia de la política es, en cierto sentido, no solo una mera cuestión de precisión terminológica, sino también un aspecto de su conservadurismo, aparte de ser un esfuerzo por proporcionar una voz distintivamente militar en el proceso de toma de decisiones y por tratar de asegurar que tal voz es coherente y tiene peso específico. Un ejemplo de cualificación comparable (aunque diferente) a la distinción entre estrategia y política es la que se establece entre lo público y lo privado en la organización de la guerra. Ambas se solapan considerablemente en la práctica[62].
CONTEXTOS PARA LA ESTRATEGIA
Claramente, incluso aunque deba hacerse una distinción entre medios y fines al tratarse la estrategia y la política y la relación entre ambas, los fines tienen una indudable relación con los medios; y los medios, a su vez, son concebidos y planificados en relación con los fines. Además, desde otro punto de vista, la estrategia fue y es conceptualizada en términos de cultura estratégica, esto es, de perspectivas a largo plazo tanto en cuanto a los asuntos globales como a la cultura política doméstica; perspectivas que aportan información esencial sobre el sistema de creencias de los gobernantes, y sobre sus inclinaciones psicológicas. Deslindar estos factores no solo es de escasa ayuda al abordar el pasado; también resulta ahistórico y por lo tanto errado, además de no ser más que una aspiración para el presente y el futuro, una aspiración que confunde.
La proposición según la cual la política norteamericana y británica en el mundo musulmán en la primera década de este siglo fue errada en cuanto a su comprensión de la estrategia sirvió aparentemente para desacreditar su imprecisión, que fue vinculada directamente al fracaso en Irak a mediados de dicha década[63]. Ese fracaso, no obstante, no de debió a la imprecisión, sino a una lectura completamente equivocada de la situación que había allí, tanto política como militar, lo cual constituye un buen ejemplo de cómo entender la naturaleza de un conflicto en particular, en vez de teorizar sobre la guerra en general, resulta de crucial importancia.
Aparte, dejando a un lado el asunto de que una falta de coherencia en la estrategia fue de hecho una respuesta apropiada a la complejidad, incluidas las circunstancias cambiantes[64], la aparente imprecisión en la comprensión de la estrategia y su práctica es, en parte,