Al contrario, la historia militar puede emplearse para verificar y definir lecciones del pasado para el presente, y puede justificarse en estos términos en el seno del ejército[2]. No obstante, el proceso de aprender estas lecciones, en especial la comprensión de la historia y tratar de extraer enseñanzas, suele emprenderse en términos actuales, lo cual puede resultar equívoco. Este rasgo centrado en el presente se refleja en diferentes ediciones de algunos estudios[3].
Este libro arranca con una introducción, pasa después por una serie de estudios de caso sobre algunos Estados, periodos y conflictos y termina aportando ciertas conclusiones. Los casos estudiados están contextualizados en términos de cambios a lo largo de seis siglos. Buena parte del libro está dedicado a esos estudios de caso. Unido a esto, se discutirá sobre la práctica y la cultura estratégica, y, específicamente, sobre hasta qué punto es apropiado usar el término «estrategia». Los casos estudiados han sido escogidos para ilustrar el alcance de la estrategia, y también para atraer la atención sobre aspectos clave, ante todo la naturaleza cambiante y la importancia de la cultura estratégica.
Trata sobre la realidad de la estrategia y, en particular, sobre la toma de decisiones estratégicas: su práctica en el pasado, en el presente y, con toda probabilidad, en el futuro. La mayor parte de los escritos actuales sobre estrategia, por el contrario, se ocupan del pensamiento estratégico de algunos autores destacados, como Sun Tzu, Clausewitz y Mahan. Aunque se traten por encima estos pensadores, mi propuesta es que nos concentremos en la práctica estratégica de las figuras militares más prominentes de los últimos cuatro siglos, y en particular de los últimos dos, haciendo hincapié en los que ejercieron el poder, tomando decisiones y ejecutándolas, como fue el caso de Napoleón y Hitler.
Es crucial entender que la estrategia no es un documento, sino una práctica. Puede entenderse en términos de lo que ha de conseguirse (los «fines»), cómo se conseguirán estos (los «modos») y qué recursos se emplearán para ello (los «medios»), aspectos todos que se influyen entre sí, tanto respecto a su contenido como al modo en que se entienden. Al mismo tiempo, «estrategia» se ha convertido en un sinónimo de «algo muy importante» o «una aspiración». Las definiciones de corte militar, como el recurso a las batallas para conseguir los fines de la guerra, o el arte de distribuir y aplicar medios militares para alcanzar los fines de la política, no recogen los usos no militares de la estrategia, ni la confusión entre política y estrategia que suele darse en la práctica, tanto en el ámbito militar como en otros.
Muchos de los escritos actuales, tanto los históricos como los referidos al presente, se refieren a Occidente, y es por ello que los comentaristas y el público de Occidente no logran a menudo apreciar las premisas y valores estratégicos, y así pues las estrategias de sus oponentes no occidentales. Esta asimetría tiene significativas consecuencias en cuanto a que nos incapacita para entender las ecuaciones culturalmente cambiantes del éxito militar, como en el caso de la respuesta a las bajas. Estas consecuencias se hicieron visibles recientemente durante los conflictos de Irak y Afganistán. Como contraste a la postura occidental, también es necesario entender el enfoque asiático, y considerar a China, la India y Japón no como espectadores pasivos o meras víctimas, sino como agentes de primera línea que se oponen a otros actores estratégicos, o como aspectos de su poder. Así, por ejemplo, la India fue un elemento esencial en la estrategia asiática de Gran Bretaña desde 1762 (exitosa expedición desde Madrás/Chennai a Manila bajo gobierno español) hasta 1947 (independencia). Adicionalmente, Japón desempeñó un papel decisivo en la estrategia asiática norteamericana. Y no solo cuando fue su enemigo en 1941-1945, sino en otros tiempos, incluido, como agente pasivo y sin embargo como base crucial, durante las guerras de Corea y Vietnam, y también durante el actual auge de China como competidor y las resultantes tensiones territoriales y en cuanto a los recursos en los mares al este y el sur de China.
No solo hay diferencias, también hay importantes coincidencias entre las estrategias occidentales y no occidentales. Para Oriente y Occidente «divide y vencerás» fue la estrategia imperial clave, sobre todo en los territorios recién conquistados, como fue el caso en Egipto tras la conquista turca de los mamelucos en 1517. En 1522, el gobernador derrotó a la insurgencia mameluca tras comprar a los aliados de los mamelucos, los jeques árabes.
Las áreas importantes que han de considerarse, por lo tanto, son la guerra, el sistema internacional, la política doméstica y las dinámicas que las interrelacionan. La clase de victoria que se persigue es fundamental para la estrategia que se busca. No hay que ver la estrategia exclusivamente como el proceso de formular objetivos militares y los medios para obtenerlos en cualquier contexto. Una visión «total» de la estrategia que cubra las fortalezas, intereses y asuntos domésticos e internacionales y que recoja la mayor parte de lo que se incluye en el uso popular del término[4], ha de tener en cuenta la preparación para la guerra y su ejecución, aspectos que formarán parte de nuestra discusión sobre la estrategia. Las políticas internacionales y domésticas son una parte integral de la estrategia pragmática: atender a las reivindicaciones domésticas, por ejemplo, hace que sea más fácil asegurarse los apoyos para una guerra en el extranjero. Así pues, la estrategia es un aspecto importante de la historia en su conjunto, tanto como componente como en tanto consecuencia.
Tanto en términos internacionales como domésticos, las estrategias emergen en respuesta a los intereses, y para fomentar coaliciones en torno a estos; aunque la dimensión doméstica de tales coaliciones tienda a ser soslayada o, más bien, infravalorada en la mayoría de lo que se escribe sobre estrategia militar. Los términos en virtud de los cuales estas coaliciones se forman y se reforman son relevantes para el proceso mediante el que las estrategias son presentadas, debatidas y reformuladas. De hecho, la habilidad para mantener tales coaliciones es un elemento clave de la actividad estratégica, y un vínculo central entre las políticas domésticas e internacionales y la ejecución de la guerra según se expone en este libro. Una postura bien fundada sostiene que «la práctica estratégica […] es siempre la expresión de una cultura en su conjunto». Edward Luttwark concluía sobre los bizantinos que «su estrategia militar estaba subordinada a la diplomacia», y que esta última se concentraba en enfrentar a los enemigos entre sí[5], una práctica que desborda ese ámbito y que fue tanto la causa como la consecuencia de la prioridad central de la estrategia. En términos más generales, los planes y los preparativos militares han sido y son frecuentemente una especie de póliza de seguros que cubre los fracasos de la diplomacia, y solo son realmente significativos en ese contexto[6]. Al mismo tiempo, tales planes y preparativos, en uno o ambos bandos, pueden contribuir a que fracase la diplomacia.
El contexto y el proceso de formación de las coaliciones, tanto domésticas como internacionales, y la consiguiente fijación de objetivos, no son estáticas. Así, por ejemplo, la guerra ha supuesto un desafío especial para la cohesión de los imperios multiétnicos, sobre todo en contextos de auge del nacionalismo y el protonacionalismo[7]. El carácter dinámico de la evolución estratégica se manifiesta en los cambios en las relaciones entre las partes constituyentes de las ecuaciones estratégicas de propósito, fuerza, implementación y efectividad. Estos desafíos iluminan nuestro hoy y aportan sugerencias para el futuro. Las sugerencias para el futuro no son más que eso, aunque algunas facetas son altamente probables, señaladamente la que dice que la estrategia continuará siendo al menos en parte un elemento en la política retórica del poder.
La aproximación analítica que hemos esbozado se hará visible cuando abordemos el desarrollo de la estrategia de los últimos seis siglos. Sostengo que la idea y la práctica de la estrategia han terminado devorando el vocabulario, que por lo tanto se corresponde esencialmente con lo ocurrido en los siglos XIX y XX. De hecho, la terminología moderna no es imprescindible. Fue posible, por ejemplo, tener un programa de «aldea estratégica» para el control civil mucho antes de que se usase formalmente el término durante la guerra de Vietnam[8].
Más allá del vocabulario, la idea y la práctica de la estrategia han contribuido a que naciese lo que posteriormente se describió como una «cultura estratégica», un concepto central en este libro,