[57] A. LAMBERT, The Crimean War: British Grand Strategy against Russia, 1853–56. 2.ª ed., Farnham, 2011.
[58] The New Encyclopaedia Britannica, XIX. Chicago, 1976, p. 558.
[59] R. F. WEIGLEY, “The American Military and the Principle of Civilian Control from McClellan to Powell”, Journal of Military History, 57 (1993); R. F. Weigley. “The Soldier, the Statesman and the Military Historian”. Journal of Military History, 63 (1999); R. H. KOHN, “Out of Control: The Crisis in Civil–Military Relations”. National Interest, 35 (1994), pp. 3–17.
[60] Sobre los problemas de evaluación e implementación, véase M. D. COHEN, J. G. MARCH y J. P. OLSEN, “A Garbage Can Model of Organizational Choice”. Administrative Science Quarterly, 17 (1972), pp. 1–25.
[61] N. HOUGHTON, “Response to the Toast to the Guests”. Livery Dinner of the Worshipful Company of Armourers and Brasiers, London, 19 de noviembre de 2015.
[62] J. FYNN-PAUL (ed.), War, Entrepreneurs, and the State in Europe and the Mediterranean, 1300– 1800. Leiden, 2014; J. BLACK, War in Europe: 1450 to the Present. London, 2016, pp. 1–10.
[63] H. STRACHAN, The Direction of War: Contemporary Strategy in Historical Perspective. Cambridge, 2013.
[64] P. CORNISH y A.M. DORMAN, “Smart Muddling Through: Rethinking UK National Security beyond Afghanistan”, International Affairs, 88 (2012), pp. 213–22; P. CORNISH y A.M. DORMAN, “Complex Security and Strategic Latency: The UK Strategic Defence and Security Review 2015”, International Affairs, 91 (2015), pp. 351–70.
[65] C. VON CLAUSEWITZ, On War, editado por P. PARET y M. HOWARD. Princeton, NJ, 1976, pp. 88–9.
[66] STRACHAN, The Direction of War, p. 50.
[67] A. MONSON y W. SCHIEDEL (eds.), Fiscal Regimes and the Political Economy of Premodern States. Cambridge, 2015.
[68] Robert, 4.º conde de HOLDERNESSE, Secretario de Estado para el Departamento del Norte, a Robert Keith, enviado a Viena, 21 de junio de 1756, TNA, SP 80/197, fol. 179.
[69] J. C. SCOTT, The Art of Not Being Governed: An Anarchist History of Upland Southeast Asia. New Haven, CT, 2009; V. LIEBERMAN, “A Zone of Refuge in Southeast Asia? Reconceptualising Interior Spaces”. Journal of Global History, 5 (2010), pp. 333–46.
[70] G. SATTERFIELD, Princes, Posts and Partisans: The Army of Louis XIV and Partisan Warfare in the Netherlands, 1673–1678. Leiden, 2003.
[71] J. Black, Plotting Power: Strategy in the Eighteenth Century. Bloomington, IN, 2017.
1.
Contextos estratégicos en el siglo XVIII
ES EN EL SIGLO XVIII CUANDO NACE en Occidente un lenguaje formal de la estrategia. Así pues, se puede decir que el trasfondo histórico del cambio en la práctica estratégica fue la Revolución francesa, y posteriormente, en el siglo XIX, los análisis que hicieron Jomini y Clausewitz. Sin embargo, no está claro qué relevancia tenga esto visto desde Pekín, Deli u otras capitales no occidentales, por más que, como se ha dicho en la introducción, el lenguaje formal de la estrategia no fuese el elemento clave.
En todo caso, como en otros periodos, los valores culturales fueron de gran importancia en la concepción y la implementación de la estrategia. En el más amplio sentido, esto es cierto en un mundo de religiones que competían entre sí, en el que la tolerancia era vista en general como una debilidad y el conflicto bélico religioso, o al menos el conflicto a secas, como una necesidad. La animosidad estaba muy arraigada. Siendo más específicos, la rivalidad dinástica, fuese entre los borbones y los Habsburgo o entre los otomanos y los safávidas, tenía que entenderse en términos culturales, a causa de las dinámicas de largo alcance del prestigio y el control territorial implicados en las consideraciones dinásticas[1].
Adoptando una perspectiva funcional moderna, podría decirse que la cuestión dinástica operó como una norma moderadora al limitar las reclamaciones, contener los intereses y requerir una regulación en los cambios de soberanía[2]. El resultado es que las dinastías fueron un aspecto de un sistema basado en normas, un sistema que cabe describir en términos de «la ley de las naciones y los usos comúnmente reconocidos y practicados entre todas las naciones de Europa»[3]. Además, este sistema internacional podía generar desarrollo y expansión. Esto es particularmente cierto en cuanto a Europa, en la que había una serie de Estados independientes con una base cultural similar. Esta situación produjo innovaciones en las relaciones internacionales, como en el establecimiento de la paz en el Tratado de Westfalia (1648), y posteriormente, en el siglo XVIII, en la forja de ligas marítimas que protegiesen el comercio neutral de eventuales bloqueos. La estrategia fue alumbrada para contrarrestar la posición dominante británica en los mares, o, al menos, para salvaguardar el comercio de los aspectos más problemáticos de la posición dominante británica en los mares[4].
No obstante, junto a sus fortalezas prácticas, este sistema internacional basado en dinastías internacionales no siempre encajó bien las relaciones entre las diferentes culturas, y también hay que decir que, cuando su objetivo fue evitar las guerras, tampoco funcionó del todo bien en el interior de cada una de estas culturas. De hecho, la orientación dinástica era por lo general competitiva, y también, como ocurrió con Austria entre las décadas de 1690 y 1730, podía llegar a imponerse a otros elementos. Las guerras sucesorias, de una u otra clase, fueron el resultado de las alianzas matrimoniales estratégicas, y en ellas estuvo implicado un factor de fortuna en mayor medida que en muchos de los esquemas expansionistas del siglo XIX.
La política dinástica fue también específica y contingente y, como tal, supuso tareas muy difíciles para la estrategia de los monarcas y las familias reinantes. La protección de Hanover sobre Gran Bretaña tras el ascenso de la dinastía de Hanover en 1714 fue uno de los ejemplos más llamativos, aunque incluso lo fue más el intento austríaco durante la guerra de sucesión española (1701-1714) de incorporar España a su imperio.
Más allá de la competición entre las dinastías de los diferentes Estados, la búsqueda de estatus en el interior de las dinastías, a medida que los gobernantes se enfrentaban a la reputación de sus predecesores, y también entre las sucesivas dinastías que gobernaron el mismo Estado, fue uno de los aspectos de cierta inclinación a la «gloria». Esta búsqueda tomó en gran medida la forma de una justificación del reinado en términos de victorias militares, dado el énfasis generalizado en el valor de la reputación, y el hincapié que se hacía en la gloria de los predecesores[5]. Las imágenes visuales del pasado glorioso estaban muy presentes.