Los gobernantes tendían, cuando podían, a comandar sus fuerzas en la batalla, una integración del liderazgo político y militar que podía por sí solo proyectar una imagen de firmeza, como en el caso de Federico II el Grande (r. 1740-1786), lo cual contribuyó a que los gobernantes compitieran entre sí, al tiempo que competían con el pasado. El interés directo y el compromiso personal de los gobernantes fueron muy significativos para la cultura estratégica, como lo fue la idea del juicio a través de la batalla bajo la forma de un conflicto casi ritualizado[6]. El esplendor real servía, además, como base del esplendor nobiliario. El culto al conflicto audaz contribuyó a definir el honor y la fama, ya fuesen individuales, familiares o colectivas. En 1734, Felipe V declaró que la guerra era necesaria para la estabilidad política de la monarquía francesa, un comentario que criticaba abiertamente al cardenal Fleury[7], el primer ministro francés entre 1726 y 1743, un clérigo anciano que no estaba precisamente comprometido con la guerra, aunque durante su ministerio Francia fue a la guerra en 1733 y 1741.
El honor y la reputación personal eran cruciales para los comandantes[8], y el condicionamiento cultural relacionado que dinamizaba el culto al honor resultaba central para las relaciones entre los civiles y el ejército, limitando los procesos burocráticos. Los valores marciales para la élite podían abogarse incluso en Estados como el británico que tenían un ethos más comercial[9], un proceso que se reproduciría en la Norteamérica del siglo XIX. Como un aspecto de la «gloria», la noción de un lugar en la historia sigue muy vigente en nuestros días, lo cual sirve, a su vez, como recordatorio de las continuidades en la estrategia y de su carácter histórico. Muchos Estados se enorgullecen de su poder militar y de sus éxitos, pasados y presentes.
La elevación del pasado proporciona otro elemento de continuidad, bajo la forma de episodios discretos que ofrecen claras lecciones; son tanto advertencias como bloques con los que construir la estrategia. Es lo que ocurre hoy cuando se mencionan «Múnich», «Suez», «Vietnam», y ahora también «Irak», «Afganistán», «Libia» y «Siria». Existen equivalentes obvios en periodos anteriores, ejemplos que han aportado al pensamiento y al debate estratégico. En Gran Bretaña en el siglo XVIII hubo muchas referencias a épocas anteriores, sobre todo a la contienda de Isabel I contra España, y el legado de los sucesos del periodo 1688-1714 también fue prolífico en las siguientes décadas. En la Cámara de los Lores en noviembre de 1739 John, Lord Carteret, un talentoso antiguo diplomático y Secretario de Estado, entonces en la oposición, no solo presionó para que se adoptase una perspectiva estratégica sobre las victorias en las Indias Occidentales sobre España, también sostuvo que Guillermo III (r. 1689-1702), el monarca que fue la estrella polar de la virtud Whig, había entendido la lógica de esa política[10]. En 1758, el término «doctrina» fue empleado en la discusión acerca de si Gran Bretaña estaba cumpliendo el designio de Guillermo de mantener los Países Bajos (las actuales Bélgica y Holanda) fuera del control francés[11].
El proceso es aún fácil de entender en Gran Bretaña, ya que desató un extenso debate público y escrito sobre la política exterior, un debate que reflejaba la naturaleza relativamente liberal de la cultura pública británica y el papel del parlamento. Se dio una situación similar en las Provincias Unidas (la República Holandesa), aunque muy distinta en la mayoría de los Estados. No obstante, el particular carácter de las potencias marítimas (Gran Bretaña y las Provincias Unidas) no significó que no se diera en todos los Estados un proceso tanto púbico como gubernamental de aprendizaje sobre el pasado, o que no se acudiese al menos a una lectura del pasado en el debate político. El peso del pasado podía ser altamente selectivo, incluso si se concentraba en las batallas y los desafíos. El pasado también demostró ser una lección adaptable a conveniencia. Para los holandeses, la formativa contienda por la independencia contra los españoles en la década de 1560 resultó de gran importancia estratégica para sobrevivir ante el mayor e inicialmente exitoso asalto francés de 1672. Tales episodios probaron ser relevantes en las narraciones y análisis sobre la política doméstica e internacional y a propósito de las estrategias políticas y militares.
Los procesos gubernamentales y públicos de discusión y respuesta quedaron enlazados, hasta cierto punto, a la posterior distinción entre pensadores y actores estratégicos, aunque, puesto que todos los actores son pensadores, es mejor decir escritores y actores estratégicos. El pensamiento no puede medirse por la escritura, una aproximación que es de poca ayuda y refleja los enfoques positivistas de las pruebas, y la existencia de sesgos intelectuales y académicos. De hecho, durante el siglo XVIII, un paisaje estratégico como el presentado en la iconografía del palacio y los jardines reales[12], o en las conversaciones durante una cacería o en otros encuentros de las élites, representaron pensamientos y expresiones que resultaron más importantes para los órganos políticos que los tratados que suelen atraer la atención moderna y todas esas búsquedas de antecedentes al pensamiento de Clausewitz. Por su naturaleza, ese comentario sobre la importancia es imposible de probar, pero eso no lo hace menos significativo. Conviene no inferir perspectivas reales de las ideologías y culturas de la corte que las influenciaron, estableciendo su contexto. La estrategia se veía como la promulgación del poder para objetivos específicos, un proceso que también se desplegaba en el patrocinio real del arte y la literatura.
En el pasado, como hoy, es importante no asumir explicaciones monocausales para los objetivos y los medios estratégicos. Por ejemplo, en 1719, cuando Gran Bretaña entró en guerra con España, aunque aliada con Francia, Charles Delafaye, el perspicaz subsecretario en el Departamento del Norte, comentaba el plan para atacar San Agustín, la base española más importante en Florida, diciendo que sería «un buen servicio» y que también «tal vez apaciguase» el «clamor» en Gran Bretaña acerca de la vulnerabilidad colonial[13].
En términos de la práctica de la estrategia, se dieron continuidades esenciales en los asuntos militares que surgieron de la confianza exclusiva en los hombres como soldados, el impacto en el ejército de las jerarquías sociales y sus prácticas y, hasta el siglo XIX, la muy constante naturaleza de los contextos económicos y ambientales, y sus consecuencias para la actividad y la planificación militar. En particular, la productividad limitada de las actividades económicas fue un elemento clave. Esto ayuda a explicar el contexto transformador de la industrialización a gran escala.
Adicionalmente, el papel de la climatología y las estaciones fue central en términos tácticos, operativos y estratégicos. Afectó, por ejemplo, tanto a la seguridad de los viajes como a la disponibilidad de pienso, necesario tanto para la caballería como para los animales de tiro, cruciales para la artillería y la logística. De hecho, la hierba que crecía a los lados de las calzadas era un recurso vital y un factor valioso en el cálculo de las capacidades logísticas. Este factor no impidió las campañas de invierno, pero hizo que estas operaciones fueran mucho más complicadas, disminuyendo, en consecuencia, las opciones de una estrategia de presión constante. Esto fue especialmente así cuando el invierno se combinó con el mal tiempo, hasta el punto de que esto último solía interpretarse como signo de que no habría campaña. El hecho de que muchas de estas campañas arrancasen en primavera no se debía solamente al crecimiento de la hierba, sino también a la bajada de los niveles fluviales cuando la nieve dejaba de fundirse y el suelo ya no estaba helado, aunque, al contrario, la congelación podía habilitar el paso por zonas anteriormente intransitables. Las superficies de las calzadas se veían enormemente afectadas por el tiempo. En verano y otoño, la necesidad de acción antes del invierno era un tema recurrente. Incluso