Recado confidencial a los chilenos (2a. Edición). Elicura Chihuailaf. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Elicura Chihuailaf
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789560012906
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       nvlalu ñi Kallfv witrunko

       ka witra pvrayey ti Lonko

       ketran

       wikeñigvn!, allkvfiñ,

       ayvwkvleygvn.

       Salió el viento del mar

       Lloverá lloverá gritan

       mis huesos

       y los sembrados que parecen

       enfermos

       cargan de ensueños los botes

       que como nubes navegan

       en el agua del cielo

       Salió el viento del mar

       y se han volcado los botes

       sobre el Llaima

       Lloverá, sí, dice el aroma

       cerrando sus puertas en

       el bosque

       Y veo la luz del cielo

       que abre sus vertientes azules

       y las espigas levantan

       sus cabezas

       ¡silban!, las oigo, jubilosas.

      (Wenu Mapu tañi piel Señales en la Tierra de Arriba)

      El lenguaje de la naturaleza es un todo, claro / transparente, así como en su esencia lo es el lenguaje de los seres humanos. ¿Qué ha ocurrido entonces con la palabra? ¿Qué sucedió con la melodía Azul del entendimiento / la sabiduría que le da vida?

      Si nos referimos ahora a su espíritu y no solo a su forma, ¿podríamos decir que se ha enturbiado en conceptos como superioridad, orgullo, salvaje, conquista, patria? ¿Y sobre todo con el ocultamiento o tergiversación –según sea el caso– de las significaciones, asumidas desde las diversas perspectivas de mundo, de conceptos como civilización, desarrollo y modernidad?

      ¿Los Estados, las naciones, que sintieron –sienten– orgullo de la supuesta superioridad de su «raza», de su cultura, y que emprendieron –emprenden, emprenderán– la salvaje conquista para imponer supremacía en el mundo con su «civilización moderna o postmoderna», seguirán siendo los «dueños» de la historia?

      ¿Oigamos cómo habla el árbol en el fuego de la memoria?: Vinieron con su idioma los conquistadores, aquí se quedaron sus palabras:

      Civilización: conjunto de ideas, ciencias, artes, costumbres, creencias, etc., de un pueblo o raza.

      Civilizar: sacar del estado salvaje (a un pueblo o persona).

      Salvaje: inculto. Persona que se porta sin consideración con los demás, o de manera cruel o inhumana. Violento, incontrolable, o que hace ostentación de fuerza. «Natural de un país no civilizado».

      Cultura: cultivo en general. Cultivo de las facultades humanas: física, moral, estética, intelectual. Resultado de cultivar la inteligencia y el sentimiento (Diccionario Actual de la Lengua Española).

      «Yo civilizo, nosotros civilizamos», dijeron. Así los selknam, los aonikenk desaparecieron; los kawáshkar, los yámanas, algunos sobrevivieron. Del escudo de armas del Estado de Chile, ¿como presagio?, en 1819 fueron borrados también los indígenas y la razón de la espada y la evangelización fue trocada por una advertencia: «por la razón o la fuerza».

      Pero le estoy hablando a usted porque sé, sabemos, que no todos los chilenos son winka –ladrón, usurpador– ni son el Estado chileno, tal como no todos los españoles son el Estado español (usted sabe de los vascos y catalanes). Mas, hay que subrayar, me digo y me dicen, que ahora son los Estados de este continente los que continúan la tarea colonizadora –neocolonialismo lo llaman los especialistas– de la mano del imperialismo estadounidense que, en su acción de guardián y promotor de la uniformización cultural, ha relevado al imperialismo español de otrora.

      En ese contexto no nos parece casualidad que el Estado estadounidense haya hecho su «exclusividad» el ser norteamericano antes y «americano» hoy. Que se abran las puertas del continente, dice, y va «redescubriéndolo» apoyado por los grupos de poder de los Estados nacionales correspondientes, mientras sus vigías gritan: tierra, petróleo, cobre, ríos, bosques.

      En tal sentido, me dicen, hay que tener en cuenta que la política al servicio del poder establecido es también un agente «culturizante», en el entendido de la imposición de una cultura oficial, es decir, desculturizante. Y, junto a ello, que las llamadas sociedades globales sienten un gran temor a que los pueblos «originarios» proyectemos el futuro sobre la base de autopensarnos culturalmente.

      Cuando nuestros pueblos levantan las banderas de sus respectivas identidades, los Estados intentan moverlas según sus intereses –a través de sus medios de comunicación y de sus estructuras, educacionales, económicas, comunicacionales, políticas, legislativas: excluyentes–. Surge de ese modo un nuevo dogma: la «identidad única» (globalización, la denominan algunos). La identidad confeccionada como un traje talla única que ajusta nada más a sus escasos elegidos.

      Es así como empezamos a oír repetidas alusiones a «lo puro, lo incontaminado, lo auténtico», en cuya dirección se nos presenta como fósiles, como lo que hay que «conservar en su condición primitiva» porque según tales mentores nuestras culturas no serían organismos poseedores de dinamismo. Al contrario de lo que sucede con sus culturas «superiores», que son capaces de mantener la «esencia del espíritu de su civilización», aun haciendo uso de palabras, contenidos y objetos provenientes de culturas ajenas: composer (o compóser), diskette, off-set, compact disc, rouge, lifting, rafting, diet, papers, week end, bungalow, mini o supermarket, driver, discoteque, pub, mall, casting: okey; coffee break, happy hours, trekkings, workshops.... Automóvil, teléfono, radio, televisión, libro, computador, escáner (scanner), etc.

      Si seguimos este razonamiento: lo español, lo estadounidense, lo chileno actual, ¿son auténticamente lo que fueron ayer? ¿tales preguntas son válidas solo en relación con los pueblos considerados «de museos»?

      A propósito, ¿recuerda usted que en una feria cultural en España-Sevilla, Chile concurrió con un iceberg (ice=hielo, berg=montaña–)? ¿Será, quizás, un mensaje subliminal o desembozado de representación de la pretendida blancura de este país? ¿Podemos, por ejemplo, por qué no estuvo allí –coexistiendo con él– una gran piedra extraída de la cumbre de la cordillera de los Andes, hermana / hermano mayor de todas las piedras y los hielos de Chile?

      Por eso, en este ethos ¿latinoamericano? de ciegos y sordos, nuestros pueblos reclaman su derecho a permanecer. La fuente de nuestra cultura está viva, me digo y me dicen; por lo tanto los valores que nuestra colectividad considera positivos e indispensables de preservar, en una apropiación activa –en la que queremos proyectarnos– desde una visión de mundo que nos es natural. Apropiación de elementos culturales presentes que dan cuenta de la realidad social y política de las comunidades rurales y urbanas. «Con todo eso se facilita a los valores espirituales mapuches subir del subconsciente colectivo hacia la superficie de la conciencia cultural de cada uno», escribió el profesor Alejandro Lipschutz.

      El ser mapuche hoy día sigue siendo la manifestación de una diversidad alimentada por una misma raíz cultural, del árbol sostenido por la memoria de nuestros antepasados. El Gran Canelo que plantaron los padres de nuestros padres, me dicen. Nuestros espíritus son las aguas que siguen cantando bajo sus hojas, habitados –como vivimos– por una manera propia de ver el mundo. Con eso vamos por la tierra.

      Esto adquiere mayor fuerza cuando –como sucede actualmente– la identidad mapuche e indígena (nativa, aborigen, originaria, o como la denominen) en general está cuestionada, y también –de alguna forma– cuestionándose, no solo en la realidad citadina sino también en la rural, nos dicen.

      Y nosotros agregamos: fomentada por los sistemas estatales que continúan empeñados en mantenernos relegados en esos espacios territoriales denominados «reducciones» y –como dijimos– en ciertos ámbitos del ser contenidos en los conceptos de lo «puro, lo incontaminado»,