El Evangelio nos da esa misma confianza. Como hijas de Dios, nosotras también sabemos de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos. Como Cristo, sabemos también lo que poseemos. Es el amor de Dios que nos motiva a seguir el ejemplo de Cristo y que nos permite liberar el control de nuestros planes para nuestra vida, colocándonos cada día completamente bajo el gobierno amoroso de Dios. John Wesley conocía esta verdad y oraba:
Toma Tú la total posesión de mi corazón. Levanta allí tu trono, y da allí órdenes como lo haces en el cielo. Habiendo sido creado por ti, permíteme vivir para ti. Habiendo sido creado para ti, permíteme siempre actuar para tu gloria. Habiendo sido redimido por ti, permíteme darte lo que es tuyo, y permite que mi espíritu se aferre solamente a ti.10
Nos podemos encomendar por completo al hermoso plan del Padre para nosotras. Cuando nos sometemos al gobierno de nuestro Rey, no sometemos también al orden de Dios.
La sumisión al orden de Dios
Parte de nuestra rebelión en contra de Dios es el deseo de ignorar el plan de Dios para tener orden en la creación. Pero la vida en sumisión al orden de Dios es esencial para vivir bajo su gobierno. La autora Mary Kassian lo comprueba con estas penetrantes palabras:
La sumisión es un concepto que debemos comprender, dado que todos somos llamados a someternos a Dios (Santiago 4.7-10; Hebreos 12.9), y todos nosotros, una que otra vez, debemos someternos a la autoridad humana. Los creyentes que no se pueden someter a la autoridad humana no saben cómo someterse a Dios, pues es Dios quien exige sumisión dentro de las relaciones humanas. A la inversa, los creyentes serán líderes ineficaces, incapaces de satisfacer los roles de autoridad humana, hasta que aprendan a someterse a los demás. La sumisión es para todos.11
Una vez más, Jesús es nuestro ejemplo supremo. Él vivió su vida en sumisión al orden de Dios. Juan 8.28-29 dice: «Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada».
Las dos frases: «nada hago por mí mismo» y «yo hago siempre lo que le agrada» son reveladoras. Jesús estaba hablando sobre toda su vida, comenzando con su niñez. A medida que pasaron los años, y Jesús maduró de la niñez a la vida adulta, la Biblia dice que Jesús «crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres» (Lucas 2.52). Sabemos que Jesús experimentó la vida como un niño, como soltero, como hombre que trabaja, y como ciudadano. Se enfrentó a las dificultades que presenta la vida dentro de los límites de esas relaciones cuando uno vive de acuerdo al plan de Dios. Y sabemos que en el medio de su vida cotidiana, Él complacía a su Padre celestial en todo.
Nuestro instinto es complacernos a nosotras mismas. Naturalmente deseamos definir nuestros propios límites, rebelándonos contra toda autoridad externa. De modo que la sumisión es algo que tenemos que aprender.
Cuando les enseñamos a nuestros niños a obedecernos, les estamos dando en realidad su primera lección en sumisión al orden de Dios para la familia. Ellos están aprendiendo a alinear su voluntad obstinada con la voluntad de sus padres y, en última instancia, con la voluntad de Dios.
El famoso psiquiatra infantil Dr. Robert Coles nos relata cómo, durante su capacitación en el Hospital de Niños de Boston, descubrió la importancia de educar a los niños para que obedezcan. Le asignaron a un niño de diez años cuya descripción era que tenía «problemas de aprendizaje». Durante sus sesiones, la conducta del niño era descortés, impaciente, exigente, y sin autocontrol. El Dr. Coles trató de razonar con él, con la esperanza de descubrir la razón de su comportamiento, pero cada sesión sólo acrecentaba sus propios sentimientos de impotencia. Pasaron las semanas sin cambio alguno: el niño saliéndose con la suya en el consultorio del médico y el médico sin idea de cómo ayudarlo.
Un día que estaba nevando, cuando llegó el niño se quitó con indiferencia sus galochas y las tiró, chorreando nieve, sobre la silla del médico. El Dr. Coles recuerda que instintivamente sintió que una rabia le subía por dentro, pero al mismo tiempo escuchó una voz interior que le decía que descubriera por qué el niño lo había hecho. Luchando por controlarse, caminó hacia la silla, recogió las galochas mojadas, las colocó en el pasillo fuera de su consultorio, y cerró de un golpe la puerta. Cuando el niño respondió que quería que estuvieran dentro del consultorio, el médico gritó: « ¡Ya no hay nada que hacer!»
Esas eran palabras que sus propios padres habían utilizado durante su niñez cuando se les había terminado la paciencia con su mala conducta. Ocurrió algo asombroso. El niño se sentó con cara de arrepentido y preguntó si había algo que podría utilizar para limpiar el desastre que había hecho. Por fin, el médico lo podía ayudar. El Dr. Coles escribe: «Tenemos temor de imponer los límites obvios que necesitan los niños, muchas veces porque pensamos que cierta teoría psicológica requiere tal actitud. Irónicamente, si la psiquiatría moderna ha aprendido algo, es un respeto saludable por el lado sombrío de nuestra vida mental y la conciencia de cuán importante es para todos nosotros tener una clase de autoridad sensata sobre nuestros impulsos para que no nos gobiernen y, sí, nos arruinen, para no mencionar otros que conocemos».12
El Dr. Coles descubrió lo que la Biblia enseñó hace mucho tiempo: Cuando no les enseñamos a los niños a respetar los límites y la autoridad que nos ha dado Dios, no les hacemos ningún favor.
Como cristianos, comprendemos que debemos enseñar también a nuestros niños lo que es esa «parte sombría de nuestra vida mental»: ni más ni menos que la rebelión contra nuestro Dios y Creador. Qué bendito el niño que recibe tal educación, ya que el someter su vida a la voluntad de Dios le da una gran ventaja.
CÓMO SOMETERNOS A DIOS
La sumisión se aplica a todas las áreas de nuestra vida al comenzar a restaurar el Evangelio en el lugar que le corresponde en el centro de nuestros pensamientos y acciones en la vida diaria. Esta sumisión es la elección continua y diaria de los caminos de Dios por encima de los nuestros. Tendremos que seguir eligiendo durante toda nuestra vida.
Me vi humillada por esta disciplina en mi hija Holly, cuando nos encontrábamos muy frustradas de pie frente al mostrador de servicio al cliente. Los suegros de Holly debían llegar en una semana para pasar juntos la Navidad, y el empapelado que ella había pedido hacía tres meses, todavía no había llegado, y todo por culpa de la ineficiencia de la tienda.
Yo estaba desilusionada por Holly y enojada porque la tenían de aquí para allá. Mientras esperábamos sentadas a que regresara el empleado con otra tonta excusa más, yo le dije echando chispas que el empleado me iba a tener que escuchar. Holly me detuvo en el medio de mi frase, colocando suavemente su mano sobre mi brazo. «Mamá», me dijo, «seamos diferentes. Actuemos como cristianas».
Yo me sentí tan avergonzada, ¡y tan complacida! Mi hija estaba actuando en la forma en que la había educado durante años: someter esos impulsos sombríos a la voluntad de Dios en las experiencias diarias. Ella estaba practicando la disciplina de la sumisión al Evangelio, ¡y ese día lo estaba haciendo mejor que yo!
Miren todos los roles que ocupamos que requieren que nos sometamos de una manera piadosa a la autoridad: hijas, empleadas, ciudadanas, esposas, miembros de la iglesia, e hijas de Dios. Y la Biblia se ocupa de cada una de estas áreas con enseñanzas para ayudarnos a someternos.
Miremos a Jesús
La oración de Jesús en el huerto de Getsemaní es un hermoso modelo de cómo deberíamos someternos a la voluntad de Dios: «En los días de su vida mortal, Jesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente sumisión» (Hebreos 5.7, NVI).
Aprendemos dos cosas del ejemplo de Cristo. Primero,