¿Desean ser mujeres piadosas? Dado que intentamos discutir las muchas, muchas áreas de la vida de una mujer que son moldeadas e informadas por el Evangelio, ¡debemos saber lo que es este Evangelio y creerlo! Luego, como nuestra amiga Stacey, debemos estar preparadas para convertirlo en el centro de nuestra vida.
¿QUÉ ES EL EVANGELIO?
Recientemente, un grupo diverso de mujeres de nuestra iglesia (jóvenes y mayores, casadas y solteras, viudas y divorciadas) se reunieron para estudiar cómo influye la fe en el Evangelio a la forma en que vivimos. En la primera sesión, les pedí que escribieran una respuesta clara a la pregunta: «¿Qué es el Evangelio?»
Sencillo, ¿verdad? La respuesta debería caerse de nuestros labios como el abecedario. ¡No! Todas estas mujeres creyentes y piadosas tuvieron dificultad para componer una definición clara y sucinta del Evangelio. ¡Fuimos humilladas! Algunas mujeres escribieron páginas enteras describiendo cómo convertirse al cristianismo. Otras describieron técnicas de evangelización. Algunas enumeraron los beneficios del Evangelio. El Evangelio en sí se perdió en esa gran neblina de palabras.
Cuando les preguntamos a la gente cómo saben que son cristianos, a menudo contestan: «Porque lo acepté» u «oré» o «caminé hacia el frente». ¿Notan el uso del «yo»? Todas estas respuestas le dan preeminencia a lo que la persona ha hecho. Esa es la raíz de la confusión general acerca del Evangelio. ¡El Evangelio trata sobre lo que Dios ha hecho!
El cristianismo es la única religión en la cual la salvación no puede ser ganada. Los cristianos saben que nuestra salvación fue alcanzada por medio de lo que Dios solo ha hecho, no por lo que hemos hecho nosotros. Ésta es la verdad que Jesús gritaba desde la cruz: «Consumado es» (Juan 19.30).
El Evangelio de Dios
El Evangelio le pertenece a Dios. Es su Evangelio.2 De una tapa a la otra, la Biblia trata sobre el Evangelio de Dios. Fue su idea y su plan: «Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones» (Gálatas 3.8).
La Biblia, comenzando en Génesis, revela el plan de Dios de restaurarnos a lo que habíamos sido creados a ser: un pueblo hecho a su imagen, viviendo con gozo bajo su reinado de amor y su bendición. No obstante, aun cuando nos salva, «el Evangelio no es principalmente acerca del hombre y sus necesidades, a pesar de no estas cosas no dejan de ser importantes ni tampoco dejan de relacionarse entre sí».3 Por bueno que suene, un evangelio centrado en el ser humano no es el Evangelio de Dios. Un evangelio que se concentre principalmente en las necesidades o la culpa o los sentimientos o los deseos del ser humano no es el Evangelio de Dios. El Evangelio de Dios son noticias asombrosas sobre lo que su hijo Jesucristo ha logrado en la cruz. Trata acerca de lo que Dios ha hecho.
Cristo crucificado... De acuerdo a las Escrituras
Jesucristo es la figura central del Evangelio de Dios. Nuestro grupo de estudio llegó a la conclusión de que la explicación de Pablo del Evangelio en 1 Corintios 15.1-4 es el texto fundamental: «Ahora, hermanos, quiero recordarles el evangelio que les prediqué, el mismo que recibieron y en el cual se mantienen firmes. Mediante este evangelio son salvos, si se aferran a la palabra que les prediqué. De otro modo, habrán creído en vano. Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras» (NVI, énfasis de la autora).
Pablo lo mantiene todo muy sencillo: Jesucristo murió por nuestros pecados y resucitó de entre los muertos. Luego agrega, ¡dos veces!, una frase muy importante pero que es a menudo pasada por alto: «según las Escrituras». En otras palabras, el Antiguo Testamento es la fuente y ratificación de este Evangelio y de este Cristo.
Al señalarnos las Escrituras del Antiguo Testamento, Pablo nos está diciendo que Jesucristo no vino en un vacío: un acontecimiento sin ninguna relación con el pasado o el futuro. Él vino como la culminación y cumplimiento del magnífico plan de Dios en la historia según es revelada en el Antiguo Testamento. Esa es la razón por la cual Pablo declara: «Todas las promesas que ha hecho Dios son ‘sí’ en Cristo» (2 Corintios 1.20, NVI). ¡Jesucristo es el «sí» profético a todas las promesas del Evangelio en la Biblia desde el Génesis al Apocalipsis! La primera insinuación de esta verdad fue revelada en el jardín del Edén donde Dios prometió que un descendiente de la mujer aplastaría la cabeza de Satanás (Génesis 3.15).
Cristo mismo se refirió también a las Escrituras del Antiguo Testamento para explicar el Evangelio a los discípulos desalentados que caminaban por el camino a Emaús después de su resurrección. Los reprendió con estas palabras: « ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían» (Lucas 24.25-27).
¡Qué «estudio bíblico» debe haber sido ese! Cristo, en forma sistemática, los llevó a través de todo el Antiguo Testamento, explicando su muerte y su resurrección como el cumplimiento de sus promesas proféticas.
Pedro comprueba ese mismo punto importante sobre el lugar de Cristo en el centro de la verdad de las Escrituras: «Los profetas, que anunciaron la gracia reservada para ustedes, estudiaron y observaron esta salvación. Querían descubrir a qué tiempo y a cuáles circunstancias se refería el Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, cuando testificó de antemano acerca de los sufrimientos de Cristo y de la gloria que vendría después de éstos. A ellos se les reveló que no se estaban sirviendo a sí mismos, sino que les servían a ustedes. Hablaban de las cosas que ahora les han anunciado los que les predicaron el evangelio por medio del Espíritu Santo enviado del cielo. Aun los mismos ángeles anhelan contemplar esas cosas» (1 Pedro 1.10-12, NVI, énfasis de la autora). ¿Lo vieron? Los profetas del Antiguo Testamento nos estaban sirviendo a nosotros. ¡A ustedes y a mí!
Isaías, Jeremías, Daniel, David, y todo el resto de los profetas escribieron sus libros para que nosotros que vivimos de este lado de la cruz podamos reconocer a Jesús como el Cristo, el único y verdadero Mesías, quien es el único que tiene las palabras de vida: el Evangelio. ¡Ellos escribieron para nuestro beneficio! De modo que escuchen esto: «Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza» (Romanos 15.4, énfasis de la autora).
¿Por qué tanto énfasis en esto? Porque como dijo Pablo, si creemos en cualquier otro evangelio, hemos creído en vano. En el día cuando todo (incluyendo la teología) se decide por voto popular, qué sencillo es creer en otro evangelio. Qué fácil es darle forma a nuestro dios según lo que pensamos que debería ser y no permitir que las Escrituras en su integridad lo definan.
Algunos hombres se acercaron a Jesús y le hicieron esta pregunta: «¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado» (Juan 6.28-29, énfasis de la autora).
A nosotros nos corresponde creer. Sin embargo, debemos creer en este Jesús: el Cristo que Dios ha revelado en las Sagradas Escrituras y no uno que pertenezca a nuestra propia imaginación. Aquí les debo preguntar: ¿En qué evangelio creen ustedes? ¿Es vuestro Jesús un mesías definido por vuestra propia imaginación o el Mesías prometido definido por las Escrituras? ¡El Jesús de la Biblia es totalmente maravilloso! Y su Evangelio es el único camino que nos conduce a la piedad.
Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en Él creyere, no será avergonzado. (Romanos 10.9-11)
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