Por si fuera poco, en una navegación anterior Los Salvadores del Mar me habían dado un folleto que decía literalmente:
El Pertuis de Maumusson es un paso estrecho entre la Isla de Oléron y el continente con bancos de arena muy importantes que es preciso rodear, y que ocasionan olas rompientes muy altas y peligrosas que te empujan a la costa. Es imperativo no embocar este paso más que en pleamar. Está formalmente desaconsejado a los navegantes, muchos han dejado allí la vida o han naufragado.
Además, de palabra me dijeron que no se me ocurriera pasar por allí y percibí como un reproche a los navegantes que no hacen caso de su advertencia y luego ponen en peligro sus vidas para ir a rescatarlos. Desde luego con aquella meteorología Iker y yo ni nos lo planteamos. Pero entendíamos que otros navegantes que subieran por aquí agarrándose el estómago después de pasar por lo que habíamos pasado nosotros decidieran atajar.
Así pues llegamos al puertecito de Saint-Denis-d’Oléron (46º 2,06’ N; 1º 22,10’ W) a las 16.22 h, alejados de los focos. Está situado en la costa Este de la Isla de Oléron, muy al Norte pero ya protegido de los elementos que ese día azotaban desde el Oeste, y por lo tanto casi sin olas y con el viento reducido. A nuestra popa entró un barco de guerra colosal que fondeó a sotavento de la isla, y nos recordó otra vez de dónde veníamos. Saint-Denis-d’Oléron es un puerto de los llamados “con umbral”, y para mí la primera experiencia en ellos. La entrada tiene un muro construido en el fondo. En pleamar entras por encima del muro según el calado de tu barco, y al bajar la marea el muro retiene el agua dentro del puerto mientras el exterior se seca. Te quedas como en una palangana y no puedes salir hasta la siguiente marea. Como el Corto Maltés cala muy poco el margen para pasar nosotros era muy amplio. A la entrada del puerto una escala indicaba los metros de agua que había por encima del umbral. Al llamar por la radio para pedir plaza comprendí que en Capitanía tenían un programa de ordenador para calcular el margen de accesibilidad de cada barco en función de su calado, porque me preguntaron el calado (les di 80 cm en lugar de 70 por seguridad) y me dieron un margen horario muy ajustado (con horas y minutos) en que podría pasar. Y lo mismo escuché para otros barcos que se comunicaban con la marina.
En Saint-Denis-d’Oléron tuvimos tiempo para descansar, relajarnos, conocer los alrededores y hacer varias gestiones. En primer lugar Iker desapareció durante un buen rato y volvió con los materiales necesarios para mejorarme la toma de los rizos de la mayor, reenviándola a la bañera. Se había quedado preocupado por los equilibrios que me vio hacer sobre la cubierta, en la desembocadura del Garona, cuando en mitad de la coctelera se rompió el pajarín. Quedó de cine y así lo he mantenido hasta ahora. Vimos algunas curiosidades locales, de esas que te sorprenden y una de las razones por las que es necesario viajar. En el puerto había una recogida selectiva de conchas (si, es verdad) donde se habían depositado de ostras y mejillones, aunque eso sí, en pequeña cantidad (como una caja de pescado). En teoría eran para pulverizarlas y utilizarlas como complemento de la alimentación animal, aporte cálcico en suelos agrícolas y suplementos en medicina humana (se usan para la menopausia y otras indicaciones). Aunque la idea es buena para ir concienciando a la población, la cantidad recogida era tan pequeña que no pasaba de un comportamiento testimonial. En la bahía de Arcachon, en otro viaje, habíamos visto las toneladas de conchas que se generan allí, que se utilizan hasta como materiales de construcción, y de donde podrían suministrar a la industria de reciclaje de una manera muchísimo más eficiente. En Saint-Denis-d’Oléron también había recogida selectiva de restos orgánicos para compostaje. Ambos contenedores, el de conchas y el de compostaje, estaban llenos de bichitos. La marina ofrecía bicis gratis para los amarristas, pero había que devolverlas antes de cerrar las oficinas y no nos dio tiempo, así que recorrimos el pueblo con las nuestras, y nos encantó. Tiene muchas casitas preciosas con coquetos jardines, y una gran playa con casetas de baño de las antiguas, con toda la paleta de colores y algunos dibujos naif que le daban un aspecto precioso. Como la playa estaba a sotavento de la isla, no había ni una sola ola, algo sorprendente recordando de dónde veníamos.
Dormimos perfectamente en aquella palangana cerrada por la bajamar, y decidimos que el día siguiente, antes de ir a La Rochelle, saldríamos cuando lo permitiera la marea para dedicar un par de días a conocer otras islas que hay al Este de Oléron, y meternos por el primer río de la vuelta a Francia, el río Charente, hasta Rochefort.
La opinión de Nacho
¿Cuál es tu trabajo? ¿Dónde estás ahora? ¿Qué ves por la ventana?
Arquitecto Técnico autónomo, fundamentalmente direcciones de obra. Estoy en un andamio... y alrededor escombros, polvo, hormigoneras...
¿Podrías describirnos un día normal de tu vida en tierra?
Normalmente por la mañana en obra o trabajo de campo, y por las tardes oficina (planos, dibujos, presupuestos...).
¿Podrías describirnos un día normal de navegación de esta travesía?
Desayuno en puerto, paseo, compra, gestiones. Zarpamos, navegación, café, navegación, comida a bordo, navegación. Llegar a puerto, buscar un buen amarre, papeles, paseo. Cena a bordo.
Cuéntanos algo que hayas aprendido en tu parte del viaje.
Tran tranito se hace el caminito. Poco a poco pero con regularidad van cayendo las millas.
¿Qué ha sido lo mejor? ¿Y lo peor?
Lo mejor, la desconexión con la rutina que supone un viaje de este tipo. Lo peor, las pocas oportunidades que tenemos de hacer estas cosas.
¿Repetirías la experiencia? ¿Por qué?
Si surgiera la oportunidad, sí. Es una gran experiencia y un recuerdo para siempre.
¿Recomendarías al propietario de un velero pequeño que haga travesías largas con él? ¿Por qué?
Si, con un velero pequeño se pueden lograr los mismos objetivos que con uno grande. Con más austeridad, pero solo requiere de más tiempo.
Capítulo 4
Conociendo el Río Charente
y el Joshua de Moitessier
El día siguiente salimos de Saint-Denis a las 9.15 h, y esta vez el horario no lo marcaba la premura mayor o menor de la etapa que nos esperaba sino la altura de la marea sobre el umbral del puerto. Curiosamente la tabla de mareas que me dieron en la Capitanía no especificaba si se refería a hora oficial o a la hora UTC (en verano, dos horas de diferencia) y tuve que llamarles para aclararlo, porque la remontada y luego el descenso del río Charente eran muy dependientes de la marea. Resultó que era la hora oficial y por tanto podíamos manejar las tablas sin hacer correcciones. Aproveché para ajustar el reloj de mareas del barco a la marea local, porque no lo había hecho desde Santander y ya acumulaba algunas horas de diferencia.
Nuestro objetivo era navegar por las aguas protegidas entre la Isla de Oléron y el Continente, esa especie de mar interior conocido como Pertuis d’Antioche, y conocer los fuertes y las islas que lo jalonan y el río Charente hasta la ciudad de Rochefort. Luis XIV eligió Rochefort para establecer el mayor arsenal militar de Francia, que rivalizaría con Toulon en el Mediterráneo, y la entrada del río estaba protegida por varios fuertes, situados tanto en la costa como en las islas. El más famoso es el Fort Boyard (45º 59,97’ N; 1º 12,83’ W) construido sobre un escollo a escasas siete millas de Saint-Denis y que ha quedado sobresaliendo directamente del agua, sin tierra alrededor. Como no había viento hicimos las siete millas a motor aprovechando para algunos bricolajes, como sustituir la polea del pajarín en el extremo de la botavara, que al cambiar el cabo para la toma de rizos habíamos visto que tenía el borde deteriorado.
El Pertuis d’Antioche tiene unas normas específicas de navegación, basadas en la coexistencia de la navegación marítima y la fluvial y en el tráfico de mercantes que remontan el río Charente. El tráfico marítimo está definido como tal hasta el puente