Incorrupto. Pedro Mozas Rello. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Pedro Mozas Rello
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417895846
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que se lapidó a San Esteban? Con ellas se puede construir una urbanización. Y la lista continúa: medio centenar de Santos Sudarios, sesenta dedos de San Juan Bautista, treinta y cinco clavos de la Pasión, media docena de santos griales, cuatro lanzas que atravesaron el costado de Cristo, varias orejas de San Pedro… Incluso lágrimas de la Virgen y plumas del Arcángel San Gabriel, amén de un sinfín de astillas de la Vera Cruz con las que casi se podrían fabricar cruces en serie. ¿Hasta cuándo vamos a seguir dando por buenas reliquias falsas? ¿Cómo no va a haber crisis de fe si hemos perdido toda autenticidad?».

      Tras leer el artículo, Bertini asintió con la cabeza.

      —Bien, bien...

      —¿Bien? ¿No quiere que hagamos nada al respecto?

      —Por supuesto que no. Como has dicho, cada vez tiene más adeptos entre nuestros fieles, ¿no es así?

      —Sí, pero eso es muy peligroso.

      —¡Al contrario! Tiene toda la razón. En nuestros días, el mundo entero se halla sumido en una gran crisis de fe. Necesitamos gente como él, que busca siempre la verdad y en nombre de ella es capaz de agitar conciencias y despertar la fe dormida en miles de personas. Ese sacerdote será peculiar, podrá mostrarse escéptico ante muchas cosas, incluso podrá resultar incómodo en ciertos momentos, pero es uno de nuestros exorcistas más reputados y también nuestro mejor criptólogo.

      —Así es, Eminencia. A pesar de que sus procedimientos no sean a veces muy ortodoxos, siempre encuentra lo que busca.

      —Y ahora le necesitamos más que nunca.

      —No creo que se haya enfrentado antes a algo semejante.

      —Si la Iglesia debe mostrarse acorde con los nuevos tiempos, a alguien que tiene más seguidores en Facebook y en Twitter que el propio Papa es mejor tenerlo de nuestro lado, ¿no crees?

      I. El buen pastor

      «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a esas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor.»

      Parábola del buen pastor

      (Juan, 10: 11-16)

      El sacerdote español en cuestión se llamaba Benedicto Santibáñez, aunque el nombre fuese lo único que tenía en común con el Santo Padre. Era originario de las sorianas Tierras del Burgo, concretamente de Ucero, lugar mágico y místico donde los haya. Había pruebas suficientes para pensar que, en otros tiempos, la zona fue un famoso asentamiento templario del que ya solo quedaban los restos de un castillo en dicho pueblo y la actual ermita de San Bartolomé, que formó parte del cenobio de San Juan de Otero, en pleno Cañón del Río Lobos.

      Se decía que Benedicto era descendiente de Fray Fernando, el único templario soriano de nombre conocido que profesó en el citado monasterio. La maestra del pueblo enseñaba a los niños que los templarios comenzaron a implantarse desde principios del siglo XII en diversos reinos de la península. En contraprestación a sus servicios, los monarcas les concedían territorios que fuesen capaces de reconquistar a los árabes. Los caballeros de la Orden del Temple se convertían así en los nuevos señores de dichos feudos. También les contaba que Fray Fernando acompañó en muchas batallas al monarca castellano Alfonso VIII, y que la Orden ayudó a lograr importantes conquistas, como sucedería años después en la batalla de las Navas de Tolosa. Cuando la profesora decía que las tierras sorianas fueron recuperadas quedando en medio de tres reinos cristianos y sin saber de cuál de los tres pasaría a formar parte, los niños ya sabían la respuesta. Ni el rey Sancho de Navarra ni Alfonso el Batallador, al frente de Aragón, lograron la provincia para sí. Al final, la capital soriana y todo su territorio se quedaron en el reino de Castilla.

      Como ejemplo de la mejor tradición foral castellana, la ciudad de Soria recibió a sus primeros nobles. A Benedicto le habían contado desde pequeño que se creó una institución aristocrática denominada De los doce linajes, inspirada en la famosa leyenda de la Tabla Redonda. Todavía hoy son visibles los vestigios de las dos grandes órdenes militares de la capital, templarios y sanjuanistas. Las ruinas de sus dos monasterios, el de San Polo y el de San Juan de Duero dejaban constancia de ello. Fray Fernando se decantó por un lugar más apartado y tranquilo que, siglos después, sería declarado Parque Natural.

      A Benedicto se le conocía dentro de algunos círculos como «El Templario». No solo por ser descendiente de uno de aquellos milites Christi o soldados de Cristo, sino también por su diplomacia, su «temple» y sus buenas relaciones con la comunidad judía y musulmana tanto en España como en otros lugares del mundo. A pesar de que su antepasado era monje y tenía más que ver con sus tareas, le gustaba decir que se dedicaba a lo mismo que su progenitor, como si hubiese heredado el negocio familiar, aunque su padre había sido pastor de ovejas y este lo era de almas. Al fin y al cabo, lo único que cambiaba era la clase de rebaño. Algo de eso debió sentir cuando ingresó en el Colegio Episcopal de la Sagrada Familia en Sigüenza. Nunca entendió por qué los curas hablaban siempre tan bien del Cielo y tan mal del Infierno. Su madre falleció al dar a luz y nunca pudo conocerla. Su padre le dijo que ella se encontraba bien, pues estaba en las alturas. Cuando se lo contó, tenía cinco años y apenas pudo comprenderlo. ¿Qué lugar era ese que retenía a la mujer que le había traído al mundo? Quería pensar que era un buen sitio, pero desde entonces las «alturas» no le caían especialmente en gracia. Y a pesar de todo, años después, esa especie de duda existencial le decidió a buscar respuestas en ellas.

      La Iglesia católica consideraba el sacerdocio como algo vocacional. Era la llamada de Dios. El candidato ingresaba en un seminario. Allí se le exigían los mismos requisitos que para acceder a otro tipo de estudios superiores, pero acompañados de un informe psicológico. De esa forma, el aspirante tenía la oportunidad de comprobar durante el internado si tenía realmente vocación. Para los elegidos, los seminarios se convertían en importantes templos del conocimiento al contar con un espacio de valor incalculable: las bibliotecas. En ellas, Benedicto empezó a comprender historias que le tocaban muy de cerca y mundos aún desconocidos. Si la ciencia estaba reñida con la religión, a él no se lo parecía. La religión cristiana contemplaba la historia del mundo como una lucha entre el Bien y el Mal, entre Dios y Satanás. Incluso las profecías bíblicas predecían el triunfo definitivo de lo primero frente a lo segundo en el final de los Tiempos, pero Benedicto siempre se preguntaba por qué aquello se tomaba como algo absoluto y universalmente válido. ¿Acaso esos dos términos antagónicos no podían ser relativos?

      A nivel religioso, esa dualidad tenía fronteras muy delimitadas. Tanto en la Biblia como en el Corán y otros textos sagrados se definía el Bien como las cosas que Dios mandaba hacer y el Mal como las que no se deben hacer nunca. Por el contrario, en esos textos no se condenaba la esclavitud y se promovía la venganza. ¿Por qué en la religión ese concepto del Bien y del Mal era tan subjetivo y además contradictorio? Llegó a la conclusión de que dichos términos solo podían percibirse como tales según el punto de vista de un determinado grupo cultural o social. No eran tangibles, sino meras abstracciones creadas para diferenciar formas de comportamiento. Definitivamente, sí, eran algo muy relativo. Tan relativo como el frío o el calor. Creer que quien hacía algo bueno estaba guiado por Dios y quien hacía mal actuaba por medio del Diablo, solo podía deberse a la ignorancia. Incluso podía ayudar a generar más odio y violencia de los ya existentes.

      Con el tiempo, Benedicto comprendió que la lucha entre el Bien y el Mal era una lucha sin tregua, pero no en el mundo ni en nuestra sociedad, sino en el interior de cada persona y contra sus propios fantasmas. El destino se encargaría de convertirle en mediador de esos polos tan opuestos expulsando demonios de cuerpos atormentados.

      Siempre fue inquieto y despierto. No dejaba de hacerse preguntas. Se lo cuestionaba todo. Le interesaban los temas más dispares, desde los que