Incorrupto. Pedro Mozas Rello. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Pedro Mozas Rello
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417895846
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en la Universidad Pontificia de Comillas; y más tarde a Navarra, donde se especializó en el siempre polémico tema de la Demonología con una tesis no solo muy bien elaborada y documentada, sino también sumamente elogiada por las altas esferas eclesiásticas: «El exorcismo, hoy». Dicha tesis recogía experiencias de casos reales, así como el análisis de textos bíblicos y famosas obras de la literatura universal basadas en la figura del Demonio, como la Divina Comedia de Dante, El Paraíso perdido de Milton, El matrimonio del Cielo y el Infierno de William Blake o Fausto de Goethe.

      Su afición por la Arqueología le venía desde pequeño. Haber crecido en una tierra llena de mitos y leyendas le había marcado desde la primera vez que visitó la ermita citada anteriormente. Su padre acostumbraba a llevar sus ovejas por aquel desfiladero, donde podían pastar a sus anchas, y él le acompañaba en muchas ocasiones. El paisaje que se había producido por la sucesión de las distintas eras geológicas y el propio trabajo de desgaste del río hacían verdaderamente mágico no solo el entorno sino el enclave mismo del templo, ubicado justo en el centro del cañón.

      El sitio le sobrecogía aún más cuando, mientras merendaban, el pastor le contaba historias como la del Apóstol Santiago que, cabalgando por allí, saltó desde un risco y arrojó su espada al vacío. Supuestamente, las huellas de las herraduras quedaron marcadas en la roca donde «aterrizó» su montura y el lugar exacto donde se clavó la espada fue el elegido para construir el santuario.

      A veces, se les hacía de noche y se sentaban a contemplar las estrellas. En ese momento, su padre le repetía una frase que a él le contó el suyo y que se remontaba a su famoso antepasado. Una frase que desde entonces permaneció en su memoria: «Solo cuando el sol, la luna y las estrellas estén en armonía, podremos vivir en paz.»

      Al llegar la primavera, la maestra llevaba a sus alumnos hasta allí muchas tardes para dar clase al aire libre y pedía a Benedicto que se acercara a contarles alguna de esas historias. La favorita de todos ellos era la de la construcción de la ermita.

      —Padre, cuéntenos cómo se construyó —le pedían los niños.

      —¿Otra vez? —preguntaba él aparentemente desganado, pero en realidad encantado por la petición.

      —¡Síiiii! ¡Síiiii! —gritaban entusiasmados.

      —Veamos. Según la leyenda, los templarios levantaron esta iglesia en el primer cuarto del siglo XIII, cuando el Románico daba paso al Gótico. Al principio, todo lo que edificaban de día se venía abajo de noche misteriosamente. La gente decía que, frente a las obras, había una cueva habitada por Lucifer. Mientras los monjes-soldado descansaban, el Diablo se convertía en serpiente y salía dispuesto a destruir el trabajo realizado. Entonces, a los caballeros de la Orden se les ocurrió una idea.

      —¿Qué idea? —decían, aunque la conocían sobradamente.

      —Colocaron la imagen de un Cristo en el altar y, ante su sorpresa, comenzó a hablarles. Les aconsejó que construyeran un rosetón en la parte sur del crucero del templo con la forma de una estrella. Un pentáculo invertido para protegerse del Maligno. Una vez colocada, el Demonio ya no volvió a aparecer y los templarios pudieron terminar su edificio sagrado.

      —¿Y por qué un pentáculo? —preguntó una niña, atenta al relato.

      —Pues veréis… El pentagrama es uno de los signos más antiguos de la Humanidad. Ha tenido diferentes significados a lo largo de la Historia.

      —¿Significa varias cosas? —cuestionó otro niño.

      —Así es —aclaró su improvisado profesor—. En la antigua Babilonia era un signo de magia y brujería. Para los hebreos, la estrella de cinco puntas se relacionaba con el Pentateuco.

      —¿El Pentaqué? —dijeron otros a coro, riéndose.

      —Pen-ta-teu-co —les silabeó él—. Son los cinco libros que conforman el Antiguo Testamento. Los celtas lo atribuían a una diosa y los primeros cristianos lo asociaron con las cinco heridas de Cristo. En la Grecia Clásica fue también muy importante para una sociedad secreta.

      —¿Una sociedad secreta?

      —Sí, los Pitagóricos. Un grupo de filósofos que influyeron después notablemente en la cultura occidental. Ellos lo llamaban pentalfa por estar geométricamente compuesto por cinco letras «A» mayúsculas entrelazadas. ¿Lo veis? —decía mostrándoles un dibujo del símbolo—. Pero fue en la Edad Media cuando su significado cambió.

      —¿Y eso por qué? —exclamaron sin perder detalle de todo.

      —Aunque durante la época de la Inquisición lo llamaron «la cruz de los duendes», asociándolo con iconos demoníacos, la gente le daba el sentido contrario. Para ellos era como un amuleto, una protección contra el Mal. Una especie de talismán benefactor que colocaban en puertas y ventanas de las casas, en castillos y en iglesias para evitar que el Maligno entrase en ellos.

      Desde que supo de su ascendencia, Benedicto se dedicó a estudiar a fondo la Orden de los Caballeros del Temple. Había surgido originalmente para proteger y ayudar a los peregrinos que se dirigían a Tierra Santa. Sus integrantes debían hacer votos de pobreza, obediencia y castidad. Según ellos, el hombre debía encontrar un equilibrio para conseguir un desarrollo completo. La concepción dualista del individuo le hacía debatirse entre su interior y su exterior, entre el Bien y el Mal. La naturaleza humana era a la vez divina y demoníaca. Como soldados de Cristo, los templarios estaban en lucha permanente contra las fuerzas del Mal e intentaban preservar el Bien para llegar a una evolución positiva.

      Entre los objetivos de los templarios —que tomaron dicho nombre del Templo de Salomón, el lugar donde se establecieron en Jerusalén— estaba la defensa de los santos lugares y la fe cristiana, pero también fomentar los contactos con rabinos, sabios musulmanes, filósofos e intelectuales de las tres grandes religiones. Se entendían bien con todos ellos. De hecho, los altos mandatarios y responsables de la Orden hablaban árabe. Benedicto constató ese respeto mutuo al leer que, para los árabes, los templarios eran hombres puros incapaces de faltar a su palabra. Y para un caballero del Temple, esta era sagrada.

      Dejó a un lado el aspecto esotérico y ritual de los templarios, del que se conocía poco y siempre se especulaba demasiado, pero pronto reconoció el grado de tolerancia entre cristianismo, islamismo y judaísmo en los territorios por ellos gobernados. Y de esto sabía mucho su antepasado. Él quería volver al cristianismo primitivo, dentro de una religión tolerante y universal.

      Cada 24 de agosto se celebraba la romería de la Virgen de la Salud, una curiosa ceremonia que el hijo del pastor vivía de forma muy especial. En ella se sacaba de procesión a la imagen, que compartía la ermita con el Cristo templario y San Bartolomé, y se la paseaba por la pradera bajo la formación rocosa llamada Ventana del Diablo. A cada pocos pasos se subastaban las andas de la Virgen hasta dar una vuelta completa y regresar al templo. No era casualidad que la llamaran así. En el interior de la ermita había una cruz patada llamada piedra de sanación, sobre la que tradicionalmente se colocaba a los enfermos. Además, desde que el rosetón con el pentáculo fue colocado en la pared sur, los lugareños acudían allí a pedir por los suyos ya que la estrella de cinco puntas también era venerada desde tiempos inmemoriales como símbolo de salud.

      A ello habían contribuido decisivamente los citados seguidores de Pitágoras. Para ellos, los números poseían un valor místico. Entre los números sagrados destacaba la década, diez, y su mitad, la péntada, cinco, que simbolizaba el número del hombre: los cinco sentidos y la armonía natural. La representación gráfica de la péntada era el pentagrama y uno de sus principales significados, la Salud.

      Poco a poco, el pequeño Benedicto se fue dando cuenta de que aquel no era un lugar más. Y desde luego, no lo era. Se pasaba las horas grabando en su memoria cada símbolo, cada elemento ornamental tanto del exterior como del interior de aquella ermita. En los canecillos aparecían figuras de todo tipo, entre las que destacaban lobos de amenazadoras fauces representando al animal que daba nombre al Cañón y que también era símbolo de uno de los gremios de los canteros durante el Medievo. Pero los canecillos eran solo una parte.