—¿No teméis que yo trate de arruinar todo esto?
El chico negó con la cabeza.
—Eres una persona sin hogar, igual que nosotros. No creo que trates de arruinarnos, si quisieras hacer algo como matarnos o delatarnos, ya lo habrías hecho, Sander y Olivia piensan lo mismo.
—No sé si son ingenuos o estúpidos. Quizá ambos.
Andy se detuvo y lo miró por un momento, para luego reanudar la marcha por el oscuro túnel.
—Podrías hacer de este sitio tu hogar, igual que todos —dijo por fin.
—Mi hogar es una persona, no un sitio.
—Azul —dijo Andy.
—Ese no es su nombre.
—Aquí se llama así, ella se dio una oportunidad de aceptar este lugar y nosotros se la dimos a ella. Deberías tratar de hacerlo. —Andy se rascó la cabeza, un tanto incomodo—. No soy bueno para decir estas cosas, Dany lo era, yo no.
—¿Dany? —preguntó Dylan, ahora sí había un poco de curiosidad, ya que el tono con el que lo dijo fue de nostalgia y tristeza.
—Sí, era mi mejor amigo.
—¿Qué le pasó? —indagó.
Andy le regaló una mirada de reproche.
—Lo mataron los cazadores —espetó—. Nos hubieran matado a todos, de no ser por Azul que…
—Espera ¿Qué? ¿Azul os salvó? ¿Cómo?
—No lo sé. —Andy se encogió de hombros—. Samantha dijo que ella sola había terminado con nueve de esos tipos, que había usado sus poderes mentales y movimientos de pelea o algo así. No recuerdo bien.
—Utilizó entrenamiento militar —concluyó Dylan.
—Sí, algo así —dijo el muchacho, y continuó caminando sin darse cuenta de lo que había dicho.
Sintió algo que creyó que ya estaba muerto para él. Su pecho se inundó con esperanza. Las emociones se peleaban por salir. Ella seguía presente, ella estaba ahí, tal y como Sam había dicho. Cheslay aún estaba presente en Azul. ¿Qué rayos había pasado? Ya era momento de averiguarlo, no podían quedarse en ese lugar para siempre. Solo debía encontrar la manera en que ella volviera y que Azul se fuera. Y así llevarla a un lugar donde pudieran estar seguros, solo eran rumores lo que escuchaba, pero Dylan se iba a dirigir a la Resistencia del Norte, aquella que le había dado más problemas al gobierno que cualquier otro grupo de rebeldes.
Llegaron al fondo del túnel, donde podía ver una puerta redonda, con una manija para abrirse hacia afuera. A un lado de la puerta había colgados un par de abrigos. Andy cogió uno y se lo colocó para después abrocharlo detenidamente. Dylan cogió el otro e hizo lo mismo.
—Hace demasiado frío afuera —explicó Andy.
—Sí, lo supuse por toda tu charla de la madera —respondió.
El chico puso los ojos en blanco y juntos salieron. No eran las calles, tampoco seguían los túneles. No, esto parecía una de esas ciudades abandonadas hacía casi quince años, desde que se inició el virus. El suelo estaba cubierto por nieve, algodonosa y fría nieve que caía del cielo gris. Había edificios en ruinas que se cubrían por esa escarcha blanca, las plantas parecían congeladas, al igual que algunos nidos de aves a las que el invierno cogió por sorpresa.
Juntos anduvieron hasta uno de los edificios abandonados. Dylan podía ver los viejos letreros que antes marcaban calles y ahora no significaban nada. Andy lo dirigió hacia la entrada del lugar, donde había un montón de cosas envueltas en una manta de color café, parecía estar llena de aceite o de sangre. Conociendo los tiempos en los que vivían, era más probable que fuera sangre, ya que el aceite era escaso y la muerte era diaria.
Andy levantó la manta y adentro había un par de hachas para madera. Dylan cogió una, sorprendiéndose del peso de ella, y pensando que las dos juntas eran más pesadas. Estaba haciendo sus conclusiones respecto a Andy.
Anduvieron un poco lejos del edificio, hasta internarse en lo que parecía un bosque, pero antes era una universidad, Dylan la había visto en los mapas que revisó antes de viajar ahí.
Andy comenzó a cortar el primer árbol y Dylan lo ayudó, pronto encontraron un ritmo y la madera caía sobre el suelo nevado a una gran velocidad, a este paso acabarían antes de mediodía.
Dylan se limpió el sudor de la frente, el trabajo lo estaba haciendo sudar, además de cansarse, pero no de una mala manera. Dejó el hacha sobre el suelo y se sentó un momento sobre un montón de madera. Andy hizo lo mismo, sacó una botella con agua, bebió de ella y se la pasó a Dylan.
—Desde que llegué a este lugar, he estado observándolo todo. Me he dado cuenta de que habéis tenido epidemias, plagas, etc. He descubierto las habilidades de algunos por medio de su comportamiento. Así que me arriesgaré a suponer que tu categoría es seis, concretamente alguna clasificación animal, más que nada por tu superfuerza y resistencia —dijo y lo miró.
—Vaya ¿Eres una especie de genio o algo así? —Andy parecía sorprendido.
Dylan sonrió.
—No, solo soy observador. —Le dio la misma respuesta que a Olivia—. Yo vi cómo los creaban. Vi cada experimento que hicieron con los primeros niños. No fue agradable, créeme cuando te digo que fuiste afortunado al ser contagiado por medio del virus. De todos los niños que conocí, que fueron de los primeros experimentos, solo Cheslay y yo quedamos vivos. Los demás fueron contagiados por el virus que mataba a los adultos, algo se mezcló con él y con las modificaciones genéticas que nos hicieron. Cortaron una parte de nuestros cerebros, a partir de aquí… —dijo y se inclinó para que Andy pudiera ver la cicatriz en su nuca—. Extrajeron tejido cerebral he insertaron otras cosas ahí, no estoy seguro de lo que es ni por qué se mezcló con el virus ya existente, tampoco sé por qué no nos mató al igual que a muchos.
—¿P-por qué me dices todo esto? —tartamudeó Andy.
Dylan medio sonrió.
—Porque tú me has dado más información que cualquiera de aquí, y ni siquiera te has dado cuenta, solo te estoy dando algo a cambio.
El chico frunció el ceño y tragó saliva.
—N-no te d-dije nada —respondió.
Dylan negó con la cabeza.
—Olvídalo.
Ambos estuvieron en silencio durante un momento. El aliento saliendo de sus bocas y mezclándose con el frío viento, la temperatura había ido disminuyendo mientras más avanzaba el día. Mientras cortaban la madera, Andy había sacado dos pares de guantes de su mochila, ahora estos le estorbaban a Dylan, al tratar de frotar sus brazos para entrar en calor. El abrigo café que había recogido de la salida del túnel no le era suficiente. Sentía pinchazos en las manos y en la cara, sus orejas y nariz se sentían frías y sabía que estaban rojas, pero no le importaba. El frío se colaba por la tela de su ropa, incluso sus pies estaban mojados debido a la nieve. Andy tenía un aspecto similar.
El muchacho sacó un termo de su mochila y llenó dos pequeñas tazas con el líquido que cargaba. A Dylan se le hizo agua la boca; era chocolate caliente, hacía años que no probaba el chocolate. Le dio un sorbo y se sintió como cuando era niño otra vez, con Nefertari sirviéndole el desayuno.
—¿Y? —preguntó Dylan para evitar pensar en el pasado—. ¿Cuál es tu historia?
Andy lo miró y se encogió de hombros a la vez que bajaba la taza de sus labios.
—No es muy interesante, al menos no como la tuya —repuso.
—Quiero escucharla —replicó.
—Vivía