Cheslay asintió. Comprendía todo, o bueno, casi todo. Trataba de entender las cosas, atar cabos sueltos, pero sentía que mucha información se le escapaba. Ella quería huir de ese sitio, dejar todo ese sufrimiento y dolor atrás, pero no podía irse sin respuestas, las quería todas para poder tener una solución. Y sabía que Dylan la seguiría sin importar nada.
—Lamento lo de Lousen —dijo y bajó la mirada al suelo.
Dylan dejó caer los hombros, pero luego levantó las manos y envolvió las de Cheslay con las suyas. La piel de la joven estaba tibia, como la de quien acaba de levantarse de su lecho y la de él permanecía fría, como la de quien acababa de recorrer algunas calles con el frío natural del desierto.
Ella levantó la mirada y lo observó con esos grandes ojos azules que parecían leerle el alma. Dylan sabía que no podía leer su alma, pero hacia algo parecido leyendo su mente, y sus pensamientos traidores que decían cuanto la quería. Se quedaron así, diciéndose con los ojos todo aquello que no podían con palabras. Cheslay sonrió, con los ojos empañados por las lágrimas.
Él bebé de la casa de al lado volvió a llorar muy fuerte, sacándolos a ambos de su ensoñación.
—Juro que voy a asfixiarlo mientras duerme —espetó la chica.
—No —dijo Dylan con una media sonrisa—. No lo harás, tú quieres hacerlo ahora porque no te deja dormir, pero en cuanto lo tengas enfrente solo querrás protegerlo. —Acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja. Cheslay apretó la mano de Dylan contra su mejilla.
—Cuando la casa se derrumbó… —dijo con los ojos cerrados—. Y la Mayor te llevó con ella… Creí que no te volvería a ver. Pensé… Estaba aterrada. Tuvieron que sedarme para traerme a casa… y luego te llevaron a un lugar al cual no sé cómo llegar —ella reprimió las lágrimas y envolvió sus brazos en la cintura de Dylan, atrapándolo en un abrazo.
Él simplemente recargó la barbilla sobre su cabeza y correspondió al contacto que desde hace mucho tiempo su cuerpo anhelaba.
—¿Lloras por mí? —trató de bromear.
—Siempre lloro por ti. Incluso cuando nos llevan a las pruebas. No lloro por el daño que me ocasionan, lloro porque lo hacen contigo —dijo sin apartar la cara del pecho del muchacho—. Nunca vuelvas a dejarme. Por favor, prométeme que nunca me vas a dejar.
Dylan acarició su cabello un par de veces, antes de responder.
—Lo prometo.
Pasaron las horas, mientras ellos hablaban de sus vidas, de sus temores, del día que se conocieron, incluso se atrevieron a hablar de Lousen y de sus nuevas habilidades, así como se sintieron intrépidos al imaginar una vida fuera de ese lugar, donde solo ellos dos pudieran estar. Sin laboratorios, sin padres, sin niños llorones, sin amigos muertos. Así, todo sonaba perfecto.
Esa fue la primera y la última vez que Cheslay se atrevió a mostrarse vulnerable con él. Fue la última vez que él la vio como lo que realmente era y no como quien se comporta fuerte para no hacer daño. Esa era la chica de la que estaba perdidamente enamorado.
—Será mejor que me vaya antes de que amanezca —dijo Dylan.
Ella lo sostuvo por la muñeca.
—No te vayas. Quédate… Quédate conmigo —pidió con ojos vidriosos por el sueño.
Él sonrió y asintió. No era la primera vez que dormían en el mismo sitio, no era la primera vez que ella le pedía que se quedara. Solo que esta vez se sintió completo al verla dormir entre sus brazos.
***
Dylan se despertó con un fuerte estremecimiento. No estaba en el suelo de una celda, tampoco en alguna casa abandonada a las afueras de alguna ciudad. No, estaba en los túneles, con los niños refugiados y…, en su habitación temporal.
Sacudió la cabeza y se sentó sobre la cama para poder aclararse un poco.
Ese sueño había sido lo mejor que había tenido desde hace mucho tiempo, pero no por eso dejaba de ser perturbador. El recordar algo que no podría volver a tener. Porque alguien más ocupaba el cuerpo de la chica del sueño. Y ese nuevo alguien estaba perdidamente enamorada de Sander, el tres de los túneles.
Si bien Dylan no podía llevársela de ahí por su propia voluntad. Por lo menos podía averiguar qué rayos le había pasado, hablar con la niña que leía mentes y aclarar las cosas. Necesitaba saber si podía recuperar a Cheslay, el darse por vencido no era una opción, porque si le quitaban a ella, le arrebataban todo, incluso su humanidad.
Respiró profundo varias veces, inhalando el aroma a humedad y metal oxidado que reinaba en los túneles. La puerta sonó cuando la abrieron con llave desde el otro lado.
—Bonita mañana para comenzar una nueva vida ¿No es así? —ironizó Sander. Dylan se encogió de hombros.
—No tienes tantas ganas de hablar como ayer ¿Eh?
—Las nuevas oportunidades apestan, sobre todo cuando los fantasmas del pasado no te dejan en paz —espetó Dylan. Sander soltó un silbido.
—Será mejor asignarte a un área donde no contagies del mal humor a nadie más —dijo.
Cuando Dylan estuvo listo, recorrieron la mayor parte de los túneles en silencio, mientras él recordaba a la Cheslay del sueño, la fuerte y decidida chica que sabía lo que quería y como lo obtendría, no quería pensar en el cachorro asustado que tenían en este sitio, aunque tuvieran el mismo rostro.
Se detuvieron al llegar a una especie de cueva. Parecía un gigantesco panal de abejas, las personas iban de un lugar a otro entre los agujeros que estaban sobre las paredes. Aquí olía a humanidad junto con mucha más humedad, había algunas goteras sobre el techo. Dylan se preguntó si era agua de lluvia o suciedad del drenaje. Por la forma en la que todos las evitaban, supuso que era lo segundo. Nadie le prestaba atención, pero pudo captar algunas miradas curiosas y otras enfadadas. Lo odiaban y no los culpaba por ello. Él había invadido su hogar junto con otro grupo de cazadores, les había dicho que los túneles no eran tan seguros como todos ellos creían. Les estaba diciendo que podían morir en un parpadeo si él se lo proponía.
—¡Sander! —saludó un chico de estatura promedio. Ojos rasgados, quizá de ascendencia asiática, cabello negro y lacio, algo corto, y piel pálida. Estaba bastante más musculado que cualquiera dentro de los túneles. Era el único que no parecía mal nutrido.
—Andy —contestó Sander—. Ya era hora. Voy a encomendar al uno a tu cuidado.
—Dylan —interrumpió él—. No me llames «uno», no soy una cosa. Mi nombre es Dylan.
—¿No le has dado un apodo? —preguntó Andy con diversión mientras lo recorría con la mirada.
—No, no somos amigos. Él está aquí para probar que es útil y para saber si podemos confiar en él, solo eso. Pero podríamos llamarlo… ¿El cazador?
—¿Eres idiota? —inquirió Dylan. Andy sonrió.
—No es el primero que se lo pregunta —ríe un poco el otro chico—. Pero no, no es idiota, solo le gusta actuar como uno.
Dylan frunció el ceño. ¿Por qué le hablaba con esa naturalidad? ¿Qué demonios era este sitio? ¿El país de los caramelos eternos? Sacudió la cabeza y siguió al chico asiático.
Sander se ocupó de otras cosas, mientras ellos dos caminaban hacia uno de los huecos en la pared del panal de abejas.
—Iremos a cortar madera. No es una de las mejores tareas, pero alguien tiene que hacerla. Además de que la necesitan en la cocina para encender las estufas de leña, nos ayuda con la caldera para los baños. Es horrible bañarte con agua fría en esta época.
—¿De