El cazador. Angélica Hernández. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Angélica Hernández
Издательство: Bookwire
Серия: Mente Maestra
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417228460
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una bolsa de color negro sobre se cabeza, impidiéndole ver a dónde iban, pero algo extraño sucedió. Dylan podía sentir todo alrededor, cada persona emitía cierta vibración, así como la tierra, incluso las ratas del almacén, o los coyotes del desierto.

      Lo llevaron a una habitación donde había una persona que tenía los latidos de su corazón perfectamente controlados. Eso lo asustó más que cualquier otra cosa que pudiera haber sucedido esa noche.

      Le quitaron la bolsa de la cabeza, y pudo ver frente a él a la Mayor Khoury, quien lo observaba con curiosidad.

      Ella no lo saludó, no esperó una explicación, simplemente se quitó sus guantes blancos, se recogió la camisa blanca y colocó una nudillera en los dedos y los hizo tronar fuertemente.

      La Mayor no habló, tampoco le pido a nadie que saliera de su oficina. Y eso hizo sentir a Dylan más temor del que alguna vez haya sentido.

      El primer golpe llegó y fue muy doloroso, aunque ya se lo esperaba. Ella lo golpeaba en repetidas ocasiones en la cara y en el abdomen.

      Él se tomó la libertad de escupirle en las botas limpias. Ella no se inmutó y continúo golpeándolo. Dylan no se desmayaría, no le daría ese placer. Y los golpes seguían, podía ver cómo su propia sangre caía sobre los azulejos blancos del suelo. Su cabeza se sentía pesada y adolorida, pero aun así no se dejaría vencer. Levantó la cabeza y se encontró con los ojos fríos de la Mayor, la mujer esbozó una ligera sonrisa llena de sadismo y volvió a golpearlo. Y Dylan se dio cuenta, una vez más, de que su vida era de nuevo un sube y baja, solo que en este momento se encontraba con las serpientes, ya que la escalera se había roto para él.

      Lousen se encontraba en el almacén, observando la escalera. Él sabía que los chicos iban ahí a ocultarse, a pasar un tiempo lejos te todo lo que los atormentaba, y eso no estaba mal. El sargento sabía por todo lo que esos chicos pasaban, por eso no los había delatado.

      Pero alguien los había descubierto, y ese mismo alguien había cortado los peldaños de la escalera de metal, para que el siguiente en tratar de usarla cayera. Ese desafortunado ser resultó ser Dylan. Nefertari había venido hacia Lousen para decirle que Dylan estaba desaparecido, que no lo encontraba dentro del complejo. Lousen creyó que el chico al fin había tenido el valor de escapar, pero algo no estaba bien: Cheslay se había quedado. Fue cuando llegó a la conclusión que lo llevo a investigar los últimos pasos del chico; se lo habían llevado.

      Lousen tenía una ligera idea de quién pudo haber sido, aquel mismo ser que le había tendido la trampa. Sabía quién era y quería desenmascarar todos sus trucos, pero para eso necesitaría ayuda.

      El sargento tomó una respiración profunda antes de llamar a la puerta. No podía llegar y culpar a la Mayor Khoury con el General, así como así, necesitaba pruebas, pero primero debía medir la situación, saber qué posibilidades tenía de ganar. Puede que la vida de Dylan dependiera de ello. Tocó dos veces la puerta y desde dentro, con una voz profunda el General le concedió el permiso de entrar.

      Era el edificio central del complejo militar. Una estructura en forma de rectángulo, con siete pisos de analistas y militares. Dos simples salidas, incluso las ventanas estaban contadas, era una fortaleza. La oficina del General estaba separada del resto por una puerta de metal con una muy buena imitación de madera, la puerta era tan gruesa que no se podían escuchar los sonidos del exterior.

      Lousen entró y cerró la puerta a su espalda. Frente a él se exhibía la oficina, con un escritorio de madera gruesa y oscura. Los estantes tenían amontonados libros de estrategias militares, además de algunos sobre física cuántica que era un tema que tanto Lousen como el General disfrutaban. Había una pequeña ventana al fondo con el cristal abierto, ya que el General Lanhart estaba fumando uno de sus apestosos puros. El lugar era de color café apagado, parecía que nadie pasaba tiempo ahí, pues el hombre era demasiado ordenado y perfeccionista.

      —Señor —dijo Lousen a modo de saludo, mientras se quitaba la gorra.

      Era muy extraño que él vistiera con su uniforme completo, pero la visita lo requería. Llevaba la casaca de color azul oscuro, las hombreras doradas y todas sus medallas ganadas en batalla. El uniforme estaba pulcro y limpio. Lousen se irguió para demostrar respeto.

      —Siempre tan formal, Raphael —se quejó el General, pero respondió al saludo del sargento.

      El General Lanhart era un hombre imponente. Su cabello negro, los ojos de un profundo y a veces frío color verde. Sabía cómo callar a las personas con una mirada, cómo sobreponerse a las situaciones y a las personas. Media alrededor de un metro con noventa, su complexión era la de un soldado. Una mandíbula fuerte y un rostro que casi siempre lucía una sonrisa, pero eso no significaba que fuera amigable con cualquiera; en pocas palabras, era una persona muy difícil de leer, y eso era decir mucho, ya que para Lousen el leer a las personas era algo sumamente sencillo. Lousen entró y tomó asiento.

      —Tengo que hablar con usted de algo importante —anuncio.

      El General se llevó el puro a los labios y exhaló una gran bocanada de humo. Se dejó caer en su sillón, con los pies arriba del escritorio.

      Lousen luchó por contener su ira. El General había bebido, se notaba a simple vista, cualquier persona que se atreviera a maltratar de una forma u otra su espacio… el General le arrancaría la cabeza. Pero ahora él lo hacía, estaba ebrio, esa era la única explicación lógica que Lousen encontraba para su comportamiento.

      —Quizá deba venir en otra…

      —¿Se trata de los prototipos? —preguntó el General Lanhart.

      —Sí. Se han llevado a Dylan.

      —¿Dylan es el chico o la chica? —preguntó frunciendo el ceño.

      Lousen apretó las manos sobre las agarraderas de la silla. Usualmente le tenía más paciencia, pero tenía el tiempo encima. El sargento y el general habían sido amigos desde la academia. Aún antes del virus, de todas estas cosas, ellos eran muy buenos amigos. Sabían que podían contar el uno con el otro, todo eso antes de que les dieran sus respectivos títulos. Ellos habían peleado juntos en las batallas contra la primera Alianza. Fue en la última batalla, antes de que se firmara un tratado de alto al fuego, donde Lousen había resultado herido, quedó atrapado en su traje de Ciborg. Fue Magnus, ahora el General Lanhart quien lo rescató.

      Antes de todo eso, ellos podían simplemente beber cerveza y reír hasta caer rendidos. Esa había sido su amistad, hasta que el destino intervino y le dieron el cargo de General a Magnus y Lousen se quedó como sargento por decisión propia. Él podía haber elegido un puesto más alto, pero cuando le explicaron el proyecto de «La Cura» decidió encomendar su tiempo a esos niños que pasaban por duras pruebas.

      —El chico —respondió Raphael Lousen—. Es el muchacho.

      —¿Y tienes idea de quién se lo pudo haber llevado?

      El sargento iba a responder, pero tres golpes en la puerta lo interrumpieron.

      —¡Ahora qué! —exclamó el hombre molesto—. ¿Quién es? —gritó.

      —Mayor Khoury presentándose, Señor —respondió la hosca voz del otro lado del micrófono.

      —¿Tienes que recibirla ahora? —preguntó Lousen.

      —Eres mi mejor amigo, Raphael. Te debo la vida, pero ella…

      Lousen se llevó los dedos a la frente y la frotó un par de veces.

      —Lo que tengo que decirte no te quitará más de cinco minutos, y tengo razones para creer que el chico está siendo sometido a un interrogatorio poco amigable.

      El semblante de Magnus se endureció.

      —¿Torturado? —preguntó con voz fría. Su borrachera se había bajado en unos segundos—. ¿Qué edad tiene? ¿Diez? ¿Once?

      —Cumplirá