El cazador. Angélica Hernández. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Angélica Hernández
Издательство: Bookwire
Серия: Mente Maestra
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417228460
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      Dylan volvió a casa con las manos metidas en los bolsillos y arrastrando los pies. Habían cancelado su hora favorita del día.

      Entró por la ventana y la cerró con fuerza. No se percató de que había alguien más en la habitación hasta que su padre encendió la luz.

      —No te pediré una explicación —dijo el hombre marchito.

      —No es como si la merecieras —contestó Dylan. No estaba de humor para nadie que no fuera Cheslay, y mucho menos para su padre.

      El hombre negó con la cabeza. Había ganado muchas canas y arrugas con los años, más de las que se pudieran contar. Seguía utilizando las batas de laboratorio y los pantalones de color negro, también las gafas de mucho aumento y había pasado bastante tiempo desde la última vez que se afeitó.

      —Vas a tener que comprender esto algún día…

      —Tal vez cuando estés muerto —espetó el joven—. Ahora necesito dormir, quiero que te vayas de mi habitación.

      —Dylan… hijo…

      —No me llames así, sabes que no me gusta. Para ti soy el sujeto uno o un prototipo.

      —Sabes que no. —Se acercó para tocarlo, pero Dylan retrocedió negando con la cabeza.

      —Si no es por las pruebas, tú no puedes tocarme ni un solo cabello ¿Acaso ya olvidaste nuestro acuerdo? Tú y yo no somos nada, nuestra relación es estrictamente profesional. De medico a rata de laboratorio, eso es todo. Ahora vete, no quiero usar la fuerza contigo.

      Su padre frunció el ceño y miró al suelo para después caminar hacia la puerta, tenía el semblante de un hombre derrotado.

      —Voy a hacer como que no sé qué visitan esos túneles —dijo antes de marcharse y apagar la luz.

      Dylan se quedó ahí de pie en la oscuridad. La luz de la luna entrando por su ventana. Su padre sabia de su lugar secreto con Cheslay… que ya no era tan secreto. ¿Quién más lo sabía? Sacudió la cabeza y se dejó caer en la cama.

      Se sentía de nuevo en el juego de serpiente y escaleras, primero feliz de poder visitar a Cheslay y luego enfadado de tener que hablar con su padre. Una subida y una bajada. Se quedó mirando el techo durante un largo rato. Pensando, siempre pensando, era por ese motivo que no podía dormir bien, y también por eso las ojeras siempre lo acompañaban.

      A él no le parecía que había cambiado mucho, pero se estaba haciendo más alto e iba ganando músculo con sus prácticas y entrenamientos. Sus facciones estaban dejando de ser las de un niño para convertirse en las de un adolescente.

      Mañana Cheslay cumpliría doce años, y unas semanas después Dylan cumpliría catorce. Le parecía que esperar a mañana sería una eternidad.

      Despertó cuando las primeras luces de la mañana tocaron sus parpados. Se había quedado dormido con la ropa del día anterior. Se sentía cansado, y no era para menos, la mayor parte de la noche la había pasado despierto.

      Se levantó de la cama, se dió un baño y se cambió con la ropa para entrenar. El pantalón de deporte y la camiseta negra; todos los soldados vestían igual, aunque Dylan no era un soldado. Terminó de abrocharse el tenis y corrió escaleras abajo para desayunar al lado de su madre.

      Ella le regaló una gran sonrisa cuando lo vio entrar.

      —¿Cómo estuvo la visita de anoche? —preguntó su madre levantando ambas cejas.

      —Hay cosas que no deberías saber, Nefertari —respondió él. Hace algunos años que había dejado de llamarla mamá, y a ella no le molestaba.

      —¡Vamos! ¡Cuéntame! ¿La besaste? —preguntó entusiasmada.

      Dylan miró hacia abajo, a las verduras que estaba picando. Le ayudaba a cocinar a su madre cada vez que tenía la oportunidad de hacerlo, eran de las pocas oportunidades que tenía de hablar con ella.

      —¡Por dios! ¡No! Es mi amiga. Qué asco. —fingió estremecerse. Su madre puso los ojos en blanco—. Además —continúo Dylan—. Al parecer todos están al tanto de mis secretos. Tú y… él —dijo asintiendo hacia la sala, donde estaba su padre.

      —No puedes esconder las cosas de las madres, tenemos un sexto sentido para todo —replicó—. Solo… ten cuidado ¿Sí? ¿Lo prometes?

      Dylan la miró. Ella tenía un semblante preocupado y una mirada llena de angustia.

      Le regaló una sonrisa solo para calmarla. Luego se llevó la mano a la sien y la movió en su dirección, el saludo de un soldado.

      —Como ordene —dijo.

      Su madre puso los ojos en blanco y lo golpeó en el brazo a modo de juego. Juntos terminaron con los alimentos, desayunaron y volvieron a su quehacer diario.

      Dylan entró al campo de entrenamiento y se colocó el chaleco anti balas de alta tecnología. Este era tan liviano como la ropa de uso común. Se calzó las botas y cuando las estaba anudando fue que Cheslay entró en el vestidor.

      Él la ignoró y siguió con lo suyo para luego salir al campo. Era toda arena y madera vieja. Tenía que darle al centro de la diana. No era una tarea difícil, ya que su puntería había mejorado con los años. Le gustaba esta actividad porque era superior a cualquier otro, las tácticas militares eran su fuerte.

      Cheslay se posicionó a su lado y comenzó a disparar. No daba en el blanco, pero por lo menos se acercaba.

      Esto era así: Tenían una competición entre ambos, no lo habían dicho con palabras, pero los hechos hablaban por sí solos. Debían destacar en el entrenamiento para poder obtener un cumplido de Lousen. Él era su entrenador y era el único en ese lugar, además de sus respectivas madres, que los trataba como si fueran personas y eran sus amigos.

      Terminaron con el entrenamiento y Cheslay se despidió solo del sargento, ignorando a Dylan.

      El hombre soltó un silbido por lo bajo.

      —¿Qué le hiciste? —le preguntó al chico.

      —Nada. —Se encogió de hombros—. Fue ella quien me despidió ayer.

      —Vaya —dijo Lousen negando con la cabeza. Le puso una mano en el hombro—. Las mujeres son muy complicadas. Si te gusta deberías decírselo.

      —¿Por qué todos dicen eso? ¡No me gusta! Solo somos amigos.

      —Sí, claro. —Lousen sonrió—. He tenido muchas de esas amigas.

      — ¿Qué quieres decir? —preguntó frunciendo el ceño.

      —Nada, chico, nada. Ve a cambiarte —ordenó el hombre con una sonrisa.

      Lousen había dejado de ser soldado porque era demasiado viejo para soportar el traje de Ciborg. Ya tenía treinta y cuatro años, pero había sufrido heridas de guerra en la batalla contra Rusia. Era un hombre fuerte, imponente, su cabello era castaño con algunas canas y tenía una piel quemada por el sol debido a que su trabajo era de campo. Tenía una estatura alta, casi dos metros, y el cuerpo de un militar. Sus ojos brillaban con diversión y juventud cuando estaba con Cheslay y Dylan, además de que sonreía más de lo que comúnmente lo hacía. Era el hombre que Dylan más respetaba. Era la persona que él quería llegar a ser.

      El chico dio dos vueltas al campo, hasta que las nubes cubrieron el sol, amenazando con una tormenta eléctrica. Eran normales en esa época del año.

      El ejercicio lo ayudaba a concentrarse en lo que hacía en ese momento, y no en las cosas del pasado o en las del futuro, lo ayudaba a no pensar de más, por eso disfrutaba de sus horas en esos ámbitos si hablar. Llegó a los vestidores, abrió el agua helada y se dio un rápido baño para relajar sus músculos. Envolvió una toalla alrededor de su cintura y fue hacia su casillero para encontrar su ropa. Estaba vestido de la cintura para abajo cuando vio que Cheslay estaba ahí.

      ¡Dios! —gritó Dylan y se puso rápidamente