—Quiero matarla —dijo Cheslay con una seguridad que hizo que Lousen sintiera escalofríos—. Quiero que muera, y no de una forma rápida…
—Basta ya —pidió Dylan—. ¿Acaso estabas preocupada por mí? —bromeó.
Logró que Cheslay centrara su mirada en él y Raphael vio cómo el odio desaparecía de la mirada de la chica y era sustituido por un sentimiento más puro; Amor, simple y sencillamente amor.
—Sigue soñando —respondió la chica y se sentó junto a Dylan en la camilla.
—¿Tienes lo que te pedí? —le preguntó Dylan al sargento.
Lousen sacudió la cabeza y le entregó al chico el pequeño rectángulo envuelto en papel. El regalo de Cheslay.
—Los dejaré solos —anunció y se despidió de ambos diciendo que esperaba a Cheslay para entrenar al día siguiente y a Dylan que se recuperara rápido.
Lousen salió del hospital por segunda vez en ese día. Su reloj ya marcaba las 11:57 pm. Sabía que la Mayor Khoury querría tomar represalias contra él. Solo esperaba que no se desquitara con los chicos.
Salió de ese lugar, despidiéndose de sus estudiantes. Se fue sin decir una palabra de aliento, sin pedir nada más. Se marchó sin darse cuenta de que esas serían las últimas palabras que les ofrecería.
Lousen caminaba tranquilamente bajo la luz de la luna. Había dejado a los chicos solos en la habitación del hospital, no le preocupaba, ya que Magnus dijo que se haría cargo de la seguridad de esos niños.
Mientras tanto, él tenía que investigar. Debía llegar a un resultado, lo que fuera ¿Por qué permitir que experimentaran con estos niños? No quería que se hiciera, pero ellos habían nacido inmunes, alguna cosa debería representar.
También estaba el problema de los ejércitos. Cuando la mayor parte de los Ciborgs se fueron del lado de los rebeldes. Cuando decidieron que a las personas que habían perdido alguna parte de su cuerpo debido al virus, debían implantarles prótesis, algunos ya eran más maquinas que humanos. En pocas palabras, todo estaba volteado el revés. Y el único lugar en el que había seres humanos a salvo de todo, de guerras, de enfermedades de experimentos, ese sitio era la Ciudadela.
Raphael Lousen había seguido a la Mayor Khoury por todo el complejo, hasta que ella se internó en casa, fue cuando él pudo seguir su camino hacia la oficina central, necesitaba respuestas. Siguió su camino, hasta que se encontró con la infraestructura de color gris, con aquella fortaleza impenetrable. Al menos eso pensaba en aquella noche.
Subía las escaleras con cuidado de no hacer mucho ruido, ya que cualquier persona dentro de este edificio alertaría a la Mayor o a Magnus de que Lousen había hecho una visita y si a nadie se le ocurría ver las cintas de las cámaras, él se ahorraría las explicaciones. No quería explicar nada, quería que le expusieran la verdad. Él quería saber la verdad, la de los niños, la de las guerras, la de los experimentos, se preguntaba si estaba haciendo lo correcto, si se encontraba con la Alianza que de verdad se preocupaba, o si estaba atrapado dentro del caudal político.
Mientras se cuidaba de no ser descubierto, y se abría paso entre las oficinas hasta el lugar central, pensaba en su familia. En cómo su esposa Katrina estaba embarazada cuando Lousen tuvo que irse, en la mirada que ella le dedicó cuando se marchó. Pero era por el bien de todos, ya que, si lo descubrían sus altos mandos, eran capaces de matar a su esposa y tomar al bebé para las pruebas, así que lo mejor era guardar el secreto. Ni siquiera Magnus lo sabía.
Lousen sacó el paquete con los instrumentos para abrir las puertas sin necesidad de la llave. Una de las primeras cosas que aprendió en el ejército fue a pasar desapercibido, ya que sus misiones antes de la guerra eran de espionaje.
La cerradura hizo «clic» al segundo intento y Raphael empujó la puerta. No había alarmas, eso era extraño. Frunció el ceño y anduvo con más cuidado. Pudo ver las pequeñas esferas de color negro apostadas en cada esquina de la habitación, pero ninguna brillaba. Estaban apagadas ¿Por qué uno de los lugares con más información del mundo estaba sin vigilancia? Él sabía que se podía tratar de una trampa, pero aun así siguió con su investigación, aunque no le sirviera de nada una vez muerto o encarcelado.
La oficina central era uno de sus lugares favoritos, eso se debía al silencio que ahí reinaba, pero hace algunos años, cuando Cheslay llegó al complejo, le prohibieron la entrada a todo aquel personal no autorizado. En pocas palabras, él no era nadie.
Las paredes estaban forradas de madera, o de una muy buena imitación de esta, para evitar a las termitas. Había dos ventanas apostadas a cada lado de la habitación y eso ya era un lujo, solo porque los libros y documentos ahí necesitaban ventilación natural. Había escritorios, tres en total. En algunos había archivos esparcidos y libros abiertos. Estaban los ordenadores al final de la sala, estos eran un conjunto de información. Cada cosa que investigaba, cada detalle que se compartía, cada documento en que pasaba por esas cosas quedaba en la nube, en el sistema del complejo. Era muy difícil que cualquier otra Alianza entrara en su sistema, ya que todo un grupo de analistas se encargaba de resguardarla con códigos y virus. Por eso Lousen confiaba más en los libros, en los documentos escritos, de esa forma, si quemaba los registros, estos desaparecerían, y no podrían infiltrarse y tomarlos sin que antes se tomaran medidas de precaución. Sí, a pesar de su condición, Lousen estaba hecho a la antigua.
Cuando era más joven y accedía a ese lugar, era para leer o informarse de los últimos acontecimientos, de las etapas de la guerra, de todo eso. Pero ahora ignoró cada cosa a su alrededor y se dirigió a los ordenadores para obtener los resultados del laboratorio. Necesitaba esa información. A pesar de que detestara este tipo de aparatos, debía admitir que, a veces, eran útiles y que sabía usarlos a la perfección; después de todo, antes era un espía.
Se dirigió a la más alejada, sabía que las cámaras no estaban activas, pero dudaba que los infrarrojos también estuvieran desactivados. Casi parecía que lo estaban esperando.
Rápidamente conectó su descifrador a la máquina y este le arrojó la clave. Ese era el primer paso. Observó el flujo de información con mucho interés, cómo los datos, las letras y códigos de color blanco iban y venían, y como se pasaban a su portátil. El sistema iba a registrar que había hecho una copia, pero a estas alturas eso no importaba demasiado.
Se volvió rápidamente cuando escuchó pasos en el pasillo. Pudo ver la luz de una linterna, relajó los hombros. Solo era el guardia de seguridad haciendo su recorrido nocturno. El verdadero peligro estaba a unos cuantos kilómetros, la Mayor Khoury debía estar en casa, dormida, soñando con conejos desollados o personas calcinadas, cualquier cosa que pudiera soñar su corrompida mente.
Llevó de nuevo su vista hacia la pantalla. Algo llamó su atención y decidió detenerse ahí: Un correo electrónico. Era del doctor Reidar Aksana, el padre de Cheslay, para la Mayor Khoury.
«17 de julio de 2065.
Los avances son pocos, aún no se han encontrado cambios en los sujetos dos y tres. Tanto Cheslay como Dylan parecen esforzarse por no sobresalir. Tal vez el cautiverio ayude, igual que con el sujeto uno. Deberían separarlos para tener un control en estadísticas.»
¿Sujeto uno? ¿Ese no era Dylan? ¿Quién demonios era el tercero y por qué estaba en cautiverio?
Lousen apretó los puños. Esto era más de lo que podría esperar de estas personas. ¿Tener a alguien en cautiverio para avanzar en sus locos experimentos?
Decidió que calmarse era lo mejor por el momento. Respiró profundo y miró la pantalla. Entró en el almacén de fotografías, solo para encontrarse con las cirugías y experimentos. Los ojos de los pequeños llenos de miedo. Lousen sabía que no sentían temor por lo que pasara con su persona, tenían miedo de lo que podían hacerle al otro. Habían alcanzado un nivel