El cazador. Angélica Hernández. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Angélica Hernández
Издательство: Bookwire
Серия: Mente Maestra
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417228460
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y observa cómo me importa —ironizó—. ¿Ya vuelves a hablarme?

      —Pudiste haberme visto desnudo… —dijo Dylan mientras se ruborizaba.

      —Obvio no. —Ella se estremeció—. Tengo medidos tus tiempos, eres tan certero como un reloj. Siempre haces lo mismo, dios sabe que hasta el mismo Papa tiene sus horarios más ligeros que el tuyo. Dylan se relajó. Ella estaba bromeando.

      —Bien —respondió con una media sonrisa—. Acepto que me he estado comportando como una niña, pero tú fuiste quien me echó de su habitación ayer.

      —¡Mi madre estaba ahí! ¿Querías que te admitiera? ¡Tal vez los tres compartiéramos la cama! —exclamó con sarcasmo.

      —Cierra la boca, solo pudiste haber sido un poco menos grosera. A veces eres cruel con tus palabras.

      Cheslay retrocedió dos pasos. Eso ocurría siempre que él decía lo que ella trataba de ocultar: Estaba asustada, ella tenía miedo de la forma en la que la relación estaba avanzando, y aún más porque no sabía cómo se sentía respecto a él.

      —Es mi cumpleaños —dijo Cheslay al fin.

      —Lo sé. —Dylan sonrió y se puso de pie, dirigiéndose a la puerta para ir a sus clases teóricas—. Te veré en nuestro lugar después de las clases.

      Juntos salieron del lugar y se ganaron una mirada y reprimenda por parte de Lousen, quien les dijo que no deberían hacer cosas buenas que parecieran malas. Luego se alejó de ellos mientras reía y negaba con la cabeza. Solo Dios sabía qué pasaba por la mente de ese hombre.

      Dylan se iba a quedar dormido durante la clase de historia, se dio cuenta de que Cheslay iba por el mismo camino, cuando como un regalo del cielo, el reloj que anunciaba el final del día de teoría finalizó.

      Salieron del aula sin despedirse de la odiosa profesora. No era que no les agradara, solo que ella le informaba a la Mayor Khoury de todo lo que los chicos hacían, y entre menos tuvieran que ver con la profesora mejor.

      Estaba dando vueltas en su habitación. Solo sería un encuentro normal, como de todos los días, no tenía por qué estar nervioso. Sacudió la cabeza, el reloj sobre su mesa anunciaba las 11:59, tenía que verse con Cheslay a las 12:30, apenas tenía tiempo para preparar las cosas.

      Su madre le había hecho el favor de preparar un pastel de cumpleaños esa tarde. Dylan cogió las cosas y salió por la ventana, para luego deslizarse por la tubería y llegar al suelo, donde el césped húmedo por la lluvia crujió.

      Corrió por toda la zona residencial, hasta internarse en la espesa arboleda, con un costal de color hueso golpeando su espalda al ritmo que mantenía al correr. Solo esperaba que el pastel no se arruinara.

      Llegó hasta la escotilla y, como siempre, gastó más de un minuto en mirar hacia el desierto, solo por si alcanzaba a ver algo diferente, no pasó nada. Cuando era más pequeño pudo ver un coyote, pero los vigías le dispararon. Eso había sido todo su contacto con el exterior.

      Abrió la escotilla y se deslizó dentro para dejarla medio abierta después. Así Cheslay sabría que él ya había llegado.

      Dylan corrió al túnel del almacén y montó las cosas, todo tal y como se había imaginado. No era una gran fiesta, pero era algo. Un pastel de vainilla (el favorito de Cheslay) además de caramelos y frituras. También gaseosas y galletas. Dylan observó el lugar. Las linternas no eran necesarias, ya que había encendido velas. Sonrió para sí mismo. Todo perfecto.

      Y entre sus manos tenía el regalo para ella. A Cheslay le encantaría. Era un libro, uno que estaba prohibido para ellos, pero Dylan lo había conseguido, robándolo de la biblioteca de su padre con la ayuda de su madre. Un libro muy antiguo que hablaba sobre barricadas y amores no cumplidos y otros que sí se cumplían. Un libro que hablaba sobre la lucha y como el día a día mataba personas de enfermedades o por guerra. No era muy diferente de lo que ellos estaban viviendo. Como los ricos se encerraron en una cúpula para dejar morir a los pobres. Suspiró profundamente cuando escuchó los pasos en la oscuridad del túnel.

      —¿Qué es todo esto? —preguntó ella impresionada.

      —Un gracias sería suficiente —replicó.

      —No voy a darte las gracias. Es tu obligación como mi mejor amigo.

      —Buen punto —dijo Dylan y se sentó en el suelo, con Cheslay imitándolo.

      Comieron y bromearon sobre muchas cosas. Hablaron de Lousen y de sus madres, evitando el tema de las pruebas y de sus padres. No querían hablar de cosas tristes. Dylan sacó el pastel y la obligó a soplar sobre las doce velas de color verde.

      —Feliz cumpleaños —dijo él. Cheslay sonrió, era una sonrisa sincera y sin capas.

      —Gracias —contestó, y al momento su sonrisa se volvió malvada—. Pero el pastel sería mejor con crema batida.

      —Lo que su majestad deseé —ironizó Dylan y se puso de pie para bajar al almacén.

      —¿Vas a por ella? —preguntó sorprendida.

      —Es tu cumpleaños, deberías aprovecharte de tu esclavo.

      —Técnicamente, dejó de ser mi cumpleaños hace dos horas.

      —¿Quieres la crema batida o no? —preguntó Dylan, ya estaba bajando por las viejas escaleras de metal. Cheslay asintió—. Bien, entonces cierra la boca.

      Ella asintió y lo dejó ir. En ese momento presintió que eso iba a ser el error más grave de su vida.

      Dylan bajaba las escaleras, cuando su pie resbaló, y el metal en el que estaba apoyado cayó al suelo del almacén provocando un horrible sonido en todo el lugar. Vio a Cheslay, ambos compartieron una mirada de terror, pero él pensó rápido y comenzó a subir de nuevo; pero las escaleras terminaron de romperse y Dylan cayó sobre el suelo con un golpe seco. El impacto de la caída sacó todo el aire de sus pulmones y lo dejó adolorido.

      No se podía levantar a causa del dolor, pero podía hacer tiempo para que Cheslay se fuera. Pudo escuchar los pasos de los vigilantes de la bodega. Ellos se estaban acercando.

      —Vete —jadeó Dylan.

      Ella negó con la cabeza.

      Antes de que los soldados llegaran, él hizo algo, algo que parecía fuera de este mundo. Dylan elevó la mano y como si una fuerza invisible tirara de la escotilla, esta se cerró. Pero no era una fuerza invisible, era como si la vieja tapadera cediera ante todo el peso, como si de pronto fuera más pesada de lo normal, tanto que Cheslay se tuvo que apartar. Por lo menos la chica quedaría en la seguridad de los túneles.

      Los soldados llegaron, lo sostuvieron por los brazos y lo obligaron a levantarse. Se llevó unos cuantos golpes en la cara y en el estómago, pero consiguió seguirles el paso.

      —Dylan… —escuchó en su mente.

      El chico se sobresaltó ¿Cómo demonios…? Pero no sería la primera ni la última vez que la escuchara.

      —Dylan, por favor, contéstame…

      —¿Cómo puedes hacer esto? —preguntó.

      —No lo sé… ¿Cómo pudiste tú lanzarme sin siquiera tocarme? ¿Cómo cerraste la escotilla?

      —No lo sé, solo sucedió.

      —Promete que volverás —dijo Cheslay.

      —Recoge las cosas y ve a casa. Nada ha sucedido esta noche, les diré que es la primera vez que entro en este lugar, en lo que a lo demás respecta, tú nunca has estado involucrada.

      Cheslay no respondió, pero Dylan sabía que lo había escuchado.

      No sabía cómo había podido hacer eso, no tenía ni la más ligera idea de lo que acababa de suceder. Estaba comenzando a creer que se lo había imaginado.

      Se sentía como tener el poder. No, sentía