La nación de las bestias. Leyenda de fuego y plomo. Mariana Palova. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mariana Palova
Издательство: Bookwire
Серия: La nación de las bestias
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9786075572406
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pero ni siquiera me da oportunidad de asentir—. ¿Cómo dices que te llamas, niño?

      —Ezra.

      —¿Ezra qué?

      —Ezra Mason —intento responder con la mayor seguridad posible, usando el apellido que tomé prestado de un viajero inglés con quien compartí hostal en Colorado.

      —¿En verdad? —pregunta, y la forma en la que ha levantado las comisuras de sus labios me da a entender que no se ha tragado la mentira—. ¿De dónde eres?

      —Indiana, señor —intento que mis respuestas sean breves, porque una mentira mal sustentada podría acarrear problemas.

      —¿Y qué haces tan lejos de allá? ¿No estudias o algo parecido?

      Para este punto, Dallas ha posado los codos sobre la madera y ha dejado la libreta en la mesa, cosa que me provoca un desagradable calor en la espalda. Es obvio que esto no se trata del robo de dinero.

      —Estoy de año sabático, voy de paso. Me gusta viajar —me encojo de hombros para verme lo más tranquilo posible, a pesar de que he empezado a sudar de forma copiosa.

      —¿Y por qué pareces una niñita? Eres maricón, ¿verdad?

      Vaya. Así que Malcolm Dallas es de ese tipo.

      —Si se refiere a que luzco como se me da la gana sin miedo a que un tipo de hombría dudosa venga a amenazarme, entonces sí, señor Dallas, soy maricón.

      El tipo entrecierra la mirada como si le hubiese escupido en la cara. Dallas no es el primer imbécil con el que he tenido que enfrentarme, así que ya estoy bastante curtido en el arte de, por lo menos, joderlos donde más les duele.

      —Vaya. Sí que tienes una gran boca —dice con los dientes apretados—. ¿Entiendes que ahora mismo podría rompértela con la culata de mi pistola?

      Un lado oscuro dentro de mí, que nada tiene que ver con mis voces, desea que este hombre lo haga. Que me ataque para así tener un buen motivo para reventar su cráneo contra la mesa.

      Tuerzo una de las comisuras de mis labios y me inclino un poco hacia delante.

       —Inténtelo.

      Las venas en su cuello se le hinchan. Adam parece desesperado por decir algo, pero, en cambio, sólo tiembla como un conejo asustado sobre su silla.

      De pronto, la voz insípida de la señora Blake corta la tensión como un cuchillo.

      —Jefe Dallas, compórtese —ella apaga su cigarro sobre la tapa de un libro, sin molestarse en mirar al policía—. Actúa como un animal.

      —¡Sólo juego con el chico, preciosa! —exclama—. Pero está bien. Lo dejaré en paz sólo porque tú me lo pides.

      Puedo ver cómo él acaricia, sin ninguna discreción, el muslo de la señora Blake bajo la mesa; me sentiría enfermo de no ser porque ella no parece incómoda con ello.

      De hecho, ella no parece sentir en absoluto.

      —Ya basta, Dallas —dice Adam sin atreverse a levantar la mirada—. No deberías meterte con cada persona que traemos a la casa.

      —Calma, hijo —replica el jefe de policía—. Sabes bien que hoy un loco se las arregló para explotar un vehículo cerca de aquí, debo estar alerta. Yo sólo quiero proteger a tu madre. Y a ti, por supuesto. Y mira, hasta te traje algo bonito.

      Dallas saca un papel doblado del bolsillo de su camisa. Estira tanto la sonrisa como el brazo para dárselo a Adam, quien ni siquiera parece tener ánimos para hacer otra cosa que guardárselo en el pantalón. Después, el desagradable tipo rodea los hombros del chico con una especie de afecto paternal.

      El gesto me resulta perturbador.

      —¿Alguien hizo estallar un coche hoy? —pregunto—. ¿No habrá sido el mismo vagabundo que robó mi dinero?

      La sonrisa de Dallas se torna rígida.

      —Sí, podría ser. Los forasteros tienden a causar muchos problemas, ¿verdad?

      Esta vez, ni siquiera me tomo la molestia de contestar a su provocación.

      —No hace falta que me cuides —murmura Adam de pronto. El chico, incómodo, se acaricia el reloj de la muñeca, pero sin el valor de quitarse el brazo de Dallas de encima.

      —¡Pero si eso ya lo sé! —exclama el policía con una carcajada—. Eres un chico fuerte y atractivo, todo un buen semental. ¿No fuiste de cacería hoy a la ciudad? ¡Hace meses que no traes una lindura al pueblo!

      El chico termina por palidecer ante sus grotescas palabras, y más ante mi estupefacta mirada. No es tanto por saber que ése es el motivo por el cual iba tan bien vestido hoy, sino porque el cuadro que está frente a mí se ha vuelto insoportable: un hombre tan repugnante como Malcolm Dallas encajando sus sucias garras en los Blake, como si fuese una especie de jabalí dejando su marca.

      Las voces se convierten en gritos dentro de mí.

      —¿Quiere quitarle las manos de encima a Adam? Es asqueroso —digo sin más.

      Un silencio brutal se apodera de la habitación, uno que logra, por fin, que Jocelyn me observe con interés. Y no es la mirada de incredulidad del jefe de policía lo que más me impacta. Es la certeza de que meses atrás tan sólo habría esperado el momento en el que toda la situación terminase para poder consolar a Adam. Porque apenas unos meses atrás, un hombre como Malcolm Dallas me habría intimidado igual que lo hace con ese pobre chico.

      Pero yo ya no soy así. Ese Elisse ya no existe.

      Antes de que cualquier otra cosa suceda, el denso silencio es interrumpido de pronto por un estruendoso timbre musical. El jefe retira su brazo de Adam sin quitarme la mirada de encima, y saca un teléfono de su bolsillo.

      —Jefe Dallas…

      Una voz alcanza a oírse pero no se entiende, entonces el rostro de Dallas se contorsiona gravemente. Su cuello adquiere un rojo intenso.

      —¿Dónde carajo estabas, imbécil? —Dallas, en apenas un instante, recupera toda su bestialidad y se levanta de un movimiento, con tanta fuerza que hace temblar la pesada mesa de madera—. ¡La próxima vez que vuelvas a ignorar mi llamada, voy a rellenarte el culo de plomo!

      El jefe se lanza como un pesado toro hacia la salida de la cocina. Y, a los pocos segundos, escuchamos que la puerta es abierta y cerrada con una violencia innecesaria.

      Los hombros de Adam se relajan al instante, pero yo aún soy incapaz de exhalar el aire en mis pulmones.

      La señal es clara. Debo encontrar la forma de salir de este lugar lo más pronto posible, porque ya no sé qué me inquieta más: la furia irracional de Malcolm Dallas o la forma en la que la rígida mirada de Jocelyn Blake se fija ahora en mi pecho.

      CAPÍTULO 12

      INQUILINOS INQUIETANTES

      Nunca creí que los humanos ordinarios pudieran llegar a ser más aterradores que la gente con magia, pero estaba rotundamente equivocado.

      El anciano ladrón, la desconcertante casa de los Blake —y sus habitantes—, el lunático jefe de policía Malcolm Dallas… Apuesto a que el agua de Stonefall tiene algo, porque no he conocido aquí a una sola persona que esté en sus cabales.

      Y Adam, ¡dioses, pobre chico! Después de servirnos un par de charolas de comida congelada, su madre nos dio las buenas noches y se largó sin más, despreocupada tanto del desafortunado enfrentamiento que protagonicé con Dallas