La nación de las bestias. Leyenda de fuego y plomo. Mariana Palova. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mariana Palova
Издательство: Bookwire
Серия: La nación de las bestias
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9786075572406
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terminado estropeándose. Padre Trueno estaba tan furioso que al final nos amenazó con que, si nadie confesaba el desastre, como castigo YO destaparía el lavabo.

       Nadie dio un maldito paso por mí, así que, con todo y mis quejas sobre lo injusto que era aquello, me enviaron a hacer el maldito trabajo.

       Al ver mi cara de profundo odio, se echó a reír.

       —Ay, cómo lloras —exclamó—. Ya, ya, te voy a enseñar cómo se hace, pero no le vayas a decir a nadie, ¿de acuerdo?

       Julien salió un momento de la cocina, volvió con la caja de herramientas de Tared y con el mandil floreado de mamá Tallulah puesto.

       Me apartó con gentileza y, en vez de utilizar el desatascador, abrió las puertitas de la parte inferior del lavabo y procedió a desarmar la tubería. Luego, metió un alambre de metal por el tubo superior y comenzó a rascar.

       —Ah… —murmuré, por lo que Julien sonrió.

       —Oh, sí. Por suerte aprendí a destapar estas cosas gracias a mis hermanas.

       —¿Hermanas? —hasta ese momento, yo me había hecho a la idea de que todos los errantes éramos una especie de huérfanos o hijos únicos, y descubrir que Julien tenía familia, además de nosotros, me tomó desprevenido.

       —Sí. Tres menores que yo y todas con el cabello hasta la cintura, así que destapar caños, porque siempre estaban llenos de pelos, era una tarea muy común en casa.

       —¿Y ellas son…?

       —¿Errantes? No. Tengo entendido que antes, y te hablo de hace más de cien o doscientos años, era muy común que los errantes naciéramos en “camadas”. Mellizos, trillizos, cuatrillizos… algo heredado de los animales, si quieres verlo así. No es ninguna sorpresa que a las mujeres humanas les costase mucho parirnos, por lo que tanto ellas como nosotros teníamos una mortalidad muy elevada al nacer. Con el tiempo, el rasgo genético se fue diluyendo, y empezamos a nacer en menor número y con hermanos no errantes. Hemos disminuido, pero al menos no morimos con tanta frecuencia al nacer, una mejora generosa por parte de la madre naturaleza, si me lo preguntas.

      Recuerdo haber puesto cara de alucinación al escuchar lo que me decía. Todo lo relacionado con nuestro mundo me era de lo más fascinante, y tenía un hambre inhumana por saber más de nosotros, de nuestro pasado, de nuestra vida.

       Inclusive moría por saber si algún día podría conocer a más de los nuestros.

       —Vaya —dijo de pronto—. Está demasiado atascada. Tendremos que probar con otra cosa.

       Volvió a armar la tubería y después sacó de la caja de herramientas un frasco que decía “sosa cáustica”. Vertió su contenido dentro de la cañería y un olor repugnante se elevó de inmediato.

       —Listo, con eso bastará —Julien sonrió, satisfecho—. Y, por cierto, ese desatascador es sólo para los retretes. Vierte cloro al lavabo cuando me haya ido, por favor.

       Enrojecí de vergüenza.

       —Perdón… —dije con la cabeza gacha—, es que en el campo de refugiados teníamos letrinas o hacíamos agujeros en el suelo, así que nunca tuve que destapar caños y…

       Enmudecía al ver que Julien ya no sonreía. Instantes después siguió contándome sobre su vida en su ciudad de origen, Nueva York; me dijo que provenía de una familia trabajadora que siempre se esforzó por que nada les faltase a sus hijos, tanto en comodidades como en afecto, así que los extrañaba bastante e iba a visitarlos cada vez que le era posible.

       Julien adoraba a sus padres y a sus hermanas tanto como a nosotros, y en vez de sentir celos o envidia, me sentí muy tranquilo al saber que él jamás tuvo que pasar por mayor sufrimiento.

       Ver lo mucho que me alegraba saber que mi hermano había tenido una vida feliz me hizo comprender lo mucho que yo lo adoraba. Pero, de pronto, hizo algo que me desconcertó: me rodeó con los brazos y me apretó contra su pecho. Me prometió en voz baja que no le diría a nadie que él mismo me había visto echar la comida en el lavabo en la cena de Año Nuevo. Y que no me preocupase, que ya nunca tendría que volver a lamentarme por un techo, un baño o algo que llevar a la boca.

       Que mientras él y Comus Bayou viviesen, nunca iba a faltarme algo.

       Y en ese momento, no sé qué me sonrojó más: el haber sido atrapado, o la forma en la que su tierno corazón latía contra mi oído.

      Miro con pesadez los libros viejos sobre la mesa, con unas ganas demenciales de echar a dormir sobre alguno de ellos, porque pasar la noche fregando los rastros de carne y sangre de la bañera —con la sosa que encontré en uno de los tantos anaqueles de la sala— no ha sido la actividad más placentera para antes de ir a la cama.

      Y el hecho de saber que en esta casa hay un cuarto repleto de quimeras tampoco ha ayudado mucho, que digamos.

      Me balanceo sobre el banquillo, incapaz de olvidar ese montón de animales bicéfalos, deformados hasta la atrocidad. ¿De dónde carajos habrán sacado los Blake esas cosas tan horrendas, y cómo diablos puede la señora Jocelyn tenerlas en su casa? Pero, aun cuando la colección familiar de los Blake ha resultado ser más retorcida de lo que pensé, lo contenido en esa habitación no es lo más horrible que vi anoche.

      La figura de aquella chica parpadea en mi cabeza de nuevo, y el sólo pensar en su carne quemada hace que se me erice la piel.

      —Rebis…

      Ese mensaje en la pared es un auténtico enigma para mí porque, desde que tengo la lengua del señor del Sabbath, es la primera vez que no comprendo el significado de una palabra. ¿Qué diablos quiere decir? ¿Será una palabra compuesta? ¿Unas iniciales?

      Adam dijo que esta casa se había incendiado en el pasado, y lo más lógico sería deducir que esa chica tuvo algo que ver con aquello, pero no quiero sacar conclusiones apresuradas. Debido a las quemaduras en el rostro no pude adivinar su edad, y la falta de ropa tampoco me ayudó a hacerme una idea de la época a la que perteneció en vida, así que no sé qué tan antiguo es su fantasma o de dónde proviene.

      Sé que no es mi problema, que no debería meterme en lo que no me corresponde, pero ¡diablos! Parece ser que esta casa sí escondía algo raro, después de todo.

      —Qué sorpresivo encontrarte aquí tan temprano.

      Casi me caigo del banquillo al escuchar aquello a mis espaldas.

      Miro hacia atrás y me encuentro a la señora Jocelyn apenas a unos pasos de mí, con una colcha blanca doblada bajo un brazo y una caja de madera en el otro.

      Dioses, ¡ni siquiera pude sentirla cuando se acercó!

      —B-buenos días, señora —saludo con torpeza.

      La señora Blake va hacia una de las mesas y deja la colcha a un lado. Despeja el lugar para colocar la caja y, con toda la tranquilidad del mundo, enciende un mechero, el cual usa tanto para poner un recipiente de cristal sobre él como para encender un cigarrillo.

      Absorta, saca tres frascos medianos de la caja y dos huevos de… ¿gallina? Después, va hacia una de sus tantas vitrinas, de la cual saca una botella llena de líquido transparente.

      Vierte el líquido en el recipiente, mete los dos huevos y luego, procede a destapar los frascos y verter sus contenidos. Uno es rojo y espeso, el otro es blanco y