La grandeza de Wamba, según el cronista, proviene de sus brillantes victorias en las luchas libradas contra rebeldes y traidores de las provincias, que colaboraron con los ejércitos francos. El autor, ya en esta etapa, ubica en el centro la imagen del héroe que obra por inspiración divina, contra los insubordinados y traidores; este motivo será el más importante en las crónicas y epopeyas de los día de la Reconquista.
El relato que describe los días del reinado de Vitiza y Rodrigo sirve para explicar el terrible castigo que Dios hizo caer sobre el reino godo en España. Vitiza es definido como «ignominioso» (probrosus), cuyo pecado principal fue el adulterio y, según el obispo Sebastián: «Como el caballo y el mulo, a los cuales no les fue dada inteligencia, se manchó con muchas mujeres y concubinas...»[31]. Esta frase despectiva no figura en la versión real de la crónica y expresa la concepción de la Iglesia, en el sentido de que los pecados de la nobleza son la causa del descalabro de España. Además, para enfatizar la inocencia de la Iglesia, el «corrector» de la crónica señala que el rey disolvió el concilio, corrompió las instituciones eclesiásticas y obligó a los sacerdotes de toda la jerarquía a cohabitar con mujeres. El obispo Sebastián, por lo tanto, atribuye la culpa principal a la corte del reino, que pecó y obligó a pecar a la clerecía. En cambio, el cronista laico, hombre de la corte, culpa al clero, cuya función consistía en velar por la situación espiritual del pueblo: «si peca el pueblo rezan los sacerdotes; si pecan los sacerdotes sufre el pueblo»[32]. Sin embargo, también éste admite la responsabilidad de los últimos reyes visigodos por la pérdida de España; Vitiza, Rodrigo y, sobre todo, los hijos de Vitiza, que pecaron más que sus padres y por envidia y codicia llamaron a los sarracenos del África para que acudieran en su ayuda.
La concepción general de la crónica sobre la pérdida de España en manos de los musulmanes es paralela a la concepción bíblica sobre la destrucción que azotó al pueblo de Israel: los dirigentes y el pueblo pecaron ante Dios, y el Señor, como castigo temporal, hizo que fueran subyugados por un conquistador tiránico, que destruyó el país y le quitó la soberanía. También la Crónica de Albelda dedica un importante capítulo a la historia española de la época visigoda. Pero, a diferencia de la otras crónicas, no culpa a los últimos reyes visigodos por el desastre español. La culpa, en esta versión, la tienen los hijos de Vitiza, que fueron despojados del reino del padre.
Tanto la Crónica de Alfonso III como la del monje de Albelda destacan el linaje de los reyes de Asturias y de León como descendientes del reino godo. Según la Crónica de Alfonso III, Pelayo —líder de la oposición a los musulmanes en Asturias— era de abolengo real (ex semine regio). La Crónica de Albelda enfatiza en forma mucho más exacta la conexión sanguínea del personaje central con el reino godo: según su versión, se trata del nieto de Rodrigo, el último rey de Toledo.
Alfonso I el Católico —que según la versión de la crónica alfonsina desciende de los importantes reyes godos Leovigildo y Recaredo— arrancó el reino godo del arrianismo y lo llevó al catolicismo. Esa sensación de continuidad —de reino leonés al godo— es subrayada con mayor énfasis por el cronista de Albelda en su descripción de los tiempos de Alfonso II. Tras detallar sus construcciones, el cronista concluye: «... e instituyó en todo, todo el orden de los godos, como había sido en Toledo, tanto en la iglesia como en el palacio de Oviedo»[33].
De esas palabras del cronista se colige la concepción que ve en el reino de Oviedo una continuación directa del reino visigodo, no sólo en el espíritu, sino también en sus construcciones arquitectónicas. Esta ideología sirve a la autoimagen de la corte real asturiana y de su nobleza para elevar su importancia entre sí mismos y a ojos de sus súbditos. Ésta es una concepción simbólica, que atribuye a los elementos materiales, inanimados, un significado espiritual y simbólico; de la transferencia de una estructura específica dependen los significados espirituales que le sean atribuidos. Dicha concepción puede ser comparada, en cierto modo, con los intentos de los omeyas de reconstruir en España los jardines de Damasco. Tal vez sea más adecuada aún la comparación con lo que hizo Carlomagno, que imitó las iglesias y los palacios bizantinos al construir su capital Aix-la-Chapelle como parte de su concepción de verse a sí mismo como continuador del Imperio romano[34].
Ambas crónicas tratan de atribuirles a los reyes de Oviedo la imagen del rey hispano-cristiano, sucesores legítimos de la dinastía goda, cuya lucha contra el Islam obedece a móviles nacionales y eclesiásticos, estrechamente entrelazados entre sí. Esas crónicas son el origen de la versión según la cual la reconquista habría comenzado, presuntamente, inmediatamente después de la conquista musulmana.
Sebastián escribe en su versión que una parte de los remanentes de la casa real huyó hacia los francos, mientras que la mayoría escapó a la patria asturiana y allí eligieron a Pelayo como su líder. La versión primitiva de la crónica le atribuye a Pelayo un móvil personal como causa de su lucha contra el Islam: Pelayo continuó prestando sus servicios en la administración pública, aún bajo el gobierno musulmán. Manuza, su superior musulmán, se apoderó arteramente de su hermana. Pelayo, agraviado, combinó su deseo de venganza por el honor ultrajado de su hermana con el anhelo de salvar a la Iglesia[35]. Es indudable que el copistacorrector Sebastián quería crear una imagen más perfecta de Pelayo, un prototipo de héroe. Por ello lo vincula directamente con una familia de abolengo godo y presenta sus intentos como una lucha en nombre del cielo y de la patria. La versión original, sin pretensiones intelectuales, crea, en cambio, la imagen de un hombre de carne y hueso que lucha porque ha sido humillado. Posiblemente, esta versión se ajusta más a la tradición popular, que es la fuente del relato sobre Pelayo.
La Crónica de Albelda muestra también a Pelayo como el primero que se subleva contra los musulmnes. Aunque no atribuye explícitamente a esa rebelión un fin pan-hispánico, la descripción lo presenta como un héroe cristiano pan-hispánico cuando subraya que «él trajo la libertad al pueblo de Cristo» y que como resultado de ello advino el reino asturiano. A pesar de que el relato se circunscribe a Asturias, está compuesto de tres elementos: cristianismo, Islam y el juicio de Dios. Esos elementos existen con respecto a España en su totalidad, y de ellos se colige la concepción de un conflicto religioso-territorial intercomunitario que no permite vislumbrar una solución de coexistencia.
Una concepción idéntica existe en las dos versiones de la Crónica de Alfonso III. Esta concepción surgió de la controversia entre Oppa, metropolitano de Sevilla, y Pelayo, jefe de la rebelión. Tal vez esta controversia sea el eco de las dos concepciones que prevalecían en el seno de la cristiandad española. Las palabras de Oppa reflejan la posición que preconiza la conservación de la fe cristiana, adaptándola, no obstante, al dominio musulmán; Pelayo, en cambio, representa la concepción hispano-cristiana, optimista e intransigente. Recurre a la luna como símbolo: la luna puede ser nueva o llena, según lo disponga el Señor. Lo mismo sucede con la Iglesia: tras haber sido herida volverá rápidamente a su plenitud. Alfonso III —por medio de las palabras que pone en la boca de Pelayo— se aparta a sabiendas de la concepción asturiana localista y ve en su actividad un paso destinado a proporcionar el bienestar a toda la España en su conjunto (Salus Hispaniae), a recuperar la Iglesia, el pueblo y el reino.
Sus palabras están saturadas de un espíritu milagroso, que confía en la posibilidad de que los pocos venzan a los muchos. La leyenda llega a su punto culminante cuando relata los tres milagros hechos por la Divina Providencia en la batalla por la cueva de la Covadonga, que consiguieron la aplastante derrota del ejército musulmán. La indudable ayuda divina a los cristianos eleva y fortalece la imagen de esta comunidad. La mencionada intervención divina o de sus ángeles en la batalla, a la vista de todos, será en adelante un significativo y permanente factor en las crónicas del período de la Reconquista; y el cronista quiere extirpar