El prolongado silencio nos impide evaluar las concepciones y actitudes cristianas en ese período de tiempo. Pero se puede colegir de esa época la falta de una sensibilidad ideológica y que el conocimiento de sí mismo estaba poco desarrollado en la comunidad cristiana.
Sin embargo, frente a esos silencios resalta la abundancia de material del período de Alfonso III (866-911), tanto por su número como por la talla de los autores: la Crónica Profética —un relato «histórico» breve, que mereció ese nombre por el mensaje especial que transmite— fue redactada, posiblemente, durante el reinado de Alfonso III por un seglar mozárabe, que emigró de alAndalus al territorio cristiano[16]. La Crónica de Alfonso III, escrita por el rey mismo o por algunos de sus colaboradores, es la primera versión, la secular conocida con el nombre de Rotense, mientras que la segunda, más erudita, es denominada Sebastiani[17] y fue redactada por un seglar, que no sólo enmendó el latín defectuoso de la versión real, sino también una parte de las concepciones que contiene[18], y la Crónica del monje de Albelda, que expresa la concepción del mundo de un seglar de la España septentrional[19].
5. Sarracenos, caldeos y babilonios
El autor mozárabe de la Crónica Profética dominaba, según parece, la lengua árabe. Eso se deduce de su correcta transcripción de los nombres musulmanes; escribió, por ejemplo, Abderrahman, conservando el acento o duplicando la letra después de -al-, que se adhiere a ciertas letras[III]. La crónica refiere la historia de tres dinastías musulmanas: la primera comienza con Abraham e Ismael y termina con Muḥamed I, el tercer emir de los omeyas de España (852-886). La segunda trae la lista de valíes que gobernaron en al-Andalus, desde Mūsā ben Nusayr hasta Teube. La tercera enumera los emires de Córdoba, desde Yūsuf al-Fihrī hasta Muḥamed I. El modo con que enfoca la historia musulmana difiere de todas las otras crónicas, que ven la historia de al-Andalus como parte de la Historia de España. En la Crónica Profética el relato de la historia musulmana cumple su cometido más definido: calcula los días que aún restan para el término del dominio musulmán en España.
El monje de Albelda extrajo sus conocimientos sobre el Islam, según parece, de la Crónica Profética. Transmitió con exactitud las fechas (años y meses), los nombres de los gobernantes de alAndalus, definió debidamente sus funciones y cargos. Tradujo el concepto de valí como dux (o duque), a sabiendas de que los valíes estaban subordinados a los califas, que los nombraban, tal como los duques eran nombrados a su vez por los reyes. Describió correctamente el período de los valíes hasta la aparición de ‘Abd a-Raḥman I: los gobiernos de este período duraban muy poco, pues, por lo general cesaban con el asesinato del valí. El cambio de status de los gobernantes de al-Andalus, de la dinastía de los omeya de Córdoba, adquiere forma en la crónica, donde el vocablo dux cede su lugar al vocablo rex, que representa la soberanía del emir en los límites de al-Andalus[20]. El autor dedica varios capítulos a la historia del gobierno musulmán en España paralelamente a la historia de los reyes de León y de Asturias. Se debe ver en esto una evidencia de la integridad de España, cuya Historia debe ser relatada conjuntamente con la de al-Andalus.
La Crónica de Alfonso III, en sus dos versiones, no se interesa por el Islam ni por los musulmanes, como tampoco por la política de los territorios bajo conquista, sino cuando atañen de algún modo a la historia del reino de Asturias-León. Ambas versiones usan sin distinción los términos sarracenos, ismaelitas, caldeos y árabes. El uso de los distintos términos no es para distinguir entre diferentes grupos de musulmanes, como sucede en la Crónica del año 754, sino para servir a las distintas imágenes, según sean las circunstancias (aunque esta regla no es respetada con excesiva meticulosidad). El vocablo sarraceno tiene en esta Crónica un matiz peyorativo. Se usa sobre todo en la descripción de los exitosos ataques musulmanes. El término caldeo figura principalmente cuando se relata una derrota musulmana o la destrucción de su ejército. Este vocablo, aunque parezca bíblico, es una expresión clásica y en la literatura (latina) sirvió para denominar adivinos o astrólogos traídos del Irak o de Siria; ya entonces se le otorgó a ese vocablo un significado negativo[21]. El término ismaelita aparece por lo general en contextos religiosos.
La distinción entre las instituciones gubernamentales musulmanas no es tan clara ni exacta como en la Crónica Profética o en la de Albelda. El califa es concebido como un Rex Babilónico, concepto que más bien define un lugar geográfico: Babilonia era la enemiga de Israel, y en la conciencia cristiana eso es similar a las relaciones de hostilidad entre el Islam y el cristianismo (la nueva Israel). Babilonia es también sinónimo de pecado y de adulterio, representados a menudo en los dibujos y esculturas de la Edad Media bajo la forma de una mujer llamada «Babilonia la ramera»[22]. Sin embargo, el autor sabía que los musulmanes de alAndalus pagaban un tributo permanente al califa «hasta que eligieron su propio rey», es decir, hasta que ‘Abd a-Raḥman fundó el emirato de Córdoba.
Una comparación de las tres crónicas demuestra que la Profética y la de Albelda, que es transcripción de aquélla, se interesaron profundamente por el Islam y proporcionaron datos más exactos que la Crónica de Alfonso III. En el caso de la crónica mozárabe los hechos aparecen como naturales, ya que el autor vivió en medio de la sociedad musulmana. Este hecho debe ser destacado especialmente porque se trata de una crónica que fue redactada en territorio eminentemente cristiano. Lo que se necesita dilucidar, sobre todo, es hasta qué punto el interés y los conocimientos influyeron en el sistema de imágenes de los autores de las crónicas.
Las tres crónicas continúan con la tradición de las del siglo VIII, pues está ausente el intento de encarar al Islam como una revelación religiosa, o de proporcionar cualquier información sobre los principios de la fe musulmana. Una excepción en este sentido es la Crónica de Albelda, que ofrece algunos datos superficiales y deformados sobre los orígenes del Islam. No es imposible reducir el problema argumentando que la crónica no es un texto de la polémica religiosa. Eso no sería correcto en el caso de la Crónica Profética, cuyos principales razonamientos se basan en la interpretación bíblica, ni explica tampoco los datos deformados de la Crónica de Albelda. Es posible suponer que informaciones más exactas se hallaban en las manos del mozárabe, que vivía en un medio musulmán, y tal vez también en otras manos, pues un trabajo polémico cristiano, antimusulmán, influido por otro escrito de Damasco, ya se encontraba en España a comienzos del siglo IX y contenía versículos del Corán traducidos al latín[23]. Por consiguiente, cabe suponer que ni el desconocimiento ni la deformación son casuales.
6. Los hijos de Agar y de Ismael, opresores de la tierra de Gog
El intento por crear una imagen colectiva de los musulmanes es sustancialmente negativo. La Crónica Profética se centra en los apelativos de ismaelitas, agarenos, sarracenos. Por un lado, el autor discute etimológicamente los apodos dados a los musulmanes, y por otro, quiere demostrar la inferioridad del origen de aquéllos frente al linaje de los padres del cristianismo. Según su versión, el origen del nombre sarraceno debe buscarse entre los propios musulmanes[IV], que lo adoptaron de un modo indebido: «los sarracenos alegan de mala fe que descienden de Sara. Pero en verdad son agaritas de Agar e ismaelitas de Ismael». Es decir, pretenden para sí la majestuosidad de la pertenencia a Abraham —el padre original— y a Sara, la dama, su esposa legal. Pero en realidad sólo son descendientes de la criada Agar y el padre de su linaje es Ismael, el hijo de la criada, que fuera expulsado junto con su madre de la casa de Abraham. La desavenencia con respeto al linaje de los padres del cristianismo no es presentada explícitamente en el texto, pero se la puede intuir cuando el autor destaca la procedencia y la prosapia genealógica. Esta interpretación etimológica es uno de los ejemplos aleccionadores sobre la creación de la autoimagen y de la imagen del enemigo, como dos conceptos estrechamente correlativos, donde uno queda determinado por la definición misma del otro.
El autor de la Crónica de Albelda se esmera en construir la imagen negativa del Islam de un modo presuntamente lógico: el nefando Mahoma (nefandus Mahomat) predicó su pérfida doctrina (nequitia Lex) a los pueblos necios (stultis populis)[24]. Esta frase —donde sólo las palabras de enlace son neutrales— está compuesta por tres eslabones pseudo-silogísticos ligados entre sí: puesto que Mahoma es repugnante, su doctrina