Sol y Luna. Tamara Gutierrez Pardo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Tamara Gutierrez Pardo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788494951954
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permitirme dudar. Apreté los labios y la carrera, infundiéndome fuerza y coraje. Mi respiración hacía eco en los húmedos paramentos, a mil por hora.

      Pero el eco de otros jadeos se escuchó de repente.

      El lobo negro me rebasó, posicionándose delante de mí. Giró medio cuerpo para mirarme. Había tanta oscuridad que apenas distinguía sus refulgentes ojos verdes, aunque sí vislumbré su gesto divertido. Se detuvo y esperó a que le adelantara para continuar persiguiéndome. Estaba jugando, y eso me dio la suficiente confianza como para no tenerle miedo.

      Me detuve, muy nerviosa, y me giré hacia él. En cuanto hice esto, él también se paró.

      —Vete —le ordené.

      Ni se movió. Siguió con su mirada divertida, agazapándose para jugar. Me descubrí la piedra en la mano y, sin dudarlo, se la tiré.

      —Vete —le repetí, más alto.

      El animal la esquivó sin problemas y permaneció junto a mí, observándome.

      —Oh, genial —mascullé.

      Bueno, si ese estúpido lobo quería ir detrás de mí era su problema. Suspiré con resignación, me di la vuelta y proseguí con mi huida. Por supuesto, el cánido no se dio por aludido y me siguió.

      No llevaba ni cinco metros, cuando escuché otras pisadas a muy poca distancia. Las almohadillas de las patas del lobo no hacían ningún ruido contra la piedra que pisábamos, por lo que enseguida me di cuenta de que se trataba de pasos humanos.

      ¿Sería Jedram? ¿Se habría dado cuenta de mi ausencia, alertado por Mommy?

      Asustada —no lo voy a negar—, intenté acelerar mi carrera. Pero no conocía esos pasadizos. Ahora ya no sabía qué hacer, si buscar la salida o buscar la manera de volver para que Jedram no me pillara…

      El lobo me rebasó de nuevo con facilidad y corrió adelantado. Cada poco miraba hacia atrás para comprobar si iba tras él, y entonces supe qué era lo que pretendía. Uno de mis jadeos se escapó con sorpresa. El lobo estaba… guiándome.

      No lo dudé. Tampoco tenía opción. Esos pasos continuaban acechando a pocos metros, además, también se oían voces y gritos, así que seguí a ese animal como si fuera la única luz en la oscuridad.

      La luminiscencia real apareció al doblar una esquina. El agujero de salida se hacía más y más grande conforme los dos galopábamos, aunque a mí me daba la sensación de que mis piernas lo hacían a cámara lenta. Solo saboreé las caricias de la esperanza cuando alcanzamos el final del pasadizo.

      El lobo se detuvo al salir, si bien lo hizo de una forma más suave que yo. No me dio tiempo a sentir el chasco al ver que habíamos regresado al poblado. Tres hombres aparecieron por otro agujero a los pocos segundos. Entonces comprendí que las pisadas que habíamos oído pertenecían a ese trío, solo que ellos se habían desviado en algún momento y habían salido por otro sitio. O quizá el lobo había logrado darles esquinazo.

      No parecían haberse percatado de nuestra presencia en esas grutas, para mi alivio. Dos de los hombres tenían agarrados al tercero, como si lo hubieran apresado. Mi agitado aliento se evaporó con una mezcla de rabia y frustración. No me estaban persiguiendo a mí, al parecer.

      —¿Dónde te habías metido?

      La voz de Mommy me sobresaltó.

      —Yo… eh…

      El lobo tiró la piedra frente a mí, sacando su larga y rosácea lengua. La había cogido…

      —Ese lobo me había robado la piedra —me inventé con otra risita estúpidamente nerviosa.

      Mommy me miró como si estuviera loca. Sí, lo estaba, para qué lo iba a negar. Mira que volver… Aun así, se agachó para recogerla. Pero el lobo negro se agazapó y la gruñó con agresividad. La vieja se apartó con un respingo. Suspiré y yo misma me acerqué para recoger la piedra. El lobo permitió que lo hiciera, totalmente relajado y tranquilo, mientras Mommy volvía a observarme con ojos asombrados, como si no fuera normal que el lobo fuera dócil conmigo.

      ¿Qué tenía de raro?

      —¡Soltadme! ¡Yo no he hecho nada! —gritó el hombre apresado, llamando la atención de todos.

      Uno de los chicos que lo llevaban era el rubio que había sido enviado junto con aquel moreno para ir a buscarme el día de la ofrenda.

      —Es Asron, el segundo al mando de Jedram —me desveló la vieja, aunque con sorpresa y curiosidad a la vez—. Traen a Plare, ¿qué ocurrirá?

      —¡Avisad a Jedram! —solicitó el tal Asron mientras él y su compañero forcejeaban con el hombre.

      Varios más corrieron para atender su petición.

      —¡No! ¡Nooooo! ¡No he hecho nada! ¡Soy inocente! —chilló el preso con mucha más ansiedad que antes, luchando para zafarse.

      Sus súplicas no fueron atendidas.

      Mi corazón se aceleró cuando, entre el tumulto de gente, Jedram se abrió paso con facilidad. Todo el mundo allí presente se apartó para dejarle sitio, mostrándole ese gran respeto. Sus ojos morados se encontraron con los míos en primer lugar, propinándome todo un latigazo de sensaciones por dentro, y después fueron destinados hacia Asron, quien esperaba junto a su compañero y el apresado. El lobo negro, fiel a su dueño, corrió a su lado y gruñó entorno al hombre con amenaza.

      —¿Qué pasa? —quiso saber Jedram, deteniéndose frente a ellos.

      Le echó un vistazo duro al hombre, el cual tembló visiblemente solo con eso.

      —Le encontramos merodeando por las grutas. Es un traidor, un espía que sirve a Vlakir —escupió su segundo al mando, empujando al preso en dirección a Jedram.

      ¿Vlakir? No tenía ni idea de quién era, pero al oír su nombre me dio un extraño escalofrío. A Jedram tampoco le gustaba ese nombre, pues hizo crujir sus dientes al escucharlo.

      —¡No, no soy ningún espía, lo juro! —chilló el hombre, implorando ante Jedram con unas temblorosas manos.

      —¿Entonces qué hacías llevando esto? —rebatió Asron, insertando la muñeca entre el ropaje de su pecho.

      —¡No! —trató de evitar Plare.

      No le sirvió de nada. Asron sacó un papel arrugado y sucio, elevándolo para que el preso no alcanzara. Se lo pasó a Jedram, quien lo cogió y lo abrió con una sobriedad y seguridad que daba más miedo que si hubiera gritado.

      —Es un mapa del poblado. Viene todo detallado, incluso dónde ocultamos las armas —delató Asron, rechinando la dentadura.

      Los murmullos indignados de la gente irrumpieron con fuerza.

      Jedram alzó la vista y se la clavó al hombre.

      —¿Se lo ibas a entregar a Vlakir, Plare? —su pregunta ácida ya era una sentencia en firme—. ¿Por qué lo has hecho?

      El aludido solo pudo hacer negaciones con la cabeza en tanto le observaba con horror.

      —Por esto —respondió el acompañante de Asron, tirando un pequeño saco de monedas al suelo.

      El preso gimió y lloró al verlo. Le habían pillado.

      —¿Sabes lo que les pasa a los traidores?

      Según lo soltó Jedram, las pupilas del hombre se izaron con imploración.

      —¡No, por favor! ¡Por favor! —le suplicó entre sollozos, dejándose caer de rodillas—. ¡Perdóname si te he ofendido! ¡Me equivoqué, no lo volveré a hacer más! ¡LO JURO POR MI VIDA!

      Pero el terrible Jedram fue implacable.

      No le importaron los lloros, ni los ruegos desesperados. Con un movimiento supersónico, le metió los dedos en los ojos y se los sacó entre los desgarradores