Sol y Luna. Tamara Gutierrez Pardo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Tamara Gutierrez Pardo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788494951954
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sentimientos. Me habían dicho tantas veces qué tenía que hacer, cómo debía sentir… que ahora ni yo misma sabía diferenciar lo que ocurría dentro de mí.

      Amparado por mi turbado silencio, Sephis continuó hablando.

      —Cuando Nala me pidió que la besara pensé: «¿por qué no probar?». Estoy harto de hacer siempre lo que los demás esperan que haga, nunca he hecho lo contrario. ¿No lo ves, Soka? A ti te pasa exactamente igual. Todos esperan que seamos la pareja perfecta, que seamos perfectos. Pero no lo somos. Lo que hice no fue por Nala; si me lo hubiera pedido otra chica no lo hubiera hecho, pero no porque ella me guste. Lo hice por lo que ella representa para la tribu, y lo que eso le hace sentir a ella misma. Nala es algo prohibido para cualquiera, ningún chico se atreve a acercarse a ella. Aunque seamos muy distintos, no pude evitar sentirme identificado con tu hermana. Son situaciones inversas, pero el sentimiento de frustración y encarcelamiento es el mismo.

      —¿Te sientes…? ¿Te sentías encarcelado conmigo? —musité con un hilo de voz.

      Los ojos de Sephis, tristes, se izaron para contemplar un infinito perdido entre la oscuridad del follaje.

      —No es por ti, Soka, es por lo que nos vemos obligados a hacer. ¿Tú no te sentías encarcelada? —Me miró, esperando una respuesta que nunca llegó—. No, claro que no —respondió él mismo, regresando la vista al frente—. Tú siempre haces lo que debes hacer, estás programada para ello y te has acomodado ahí, te gusta complacer a los demás, sea quien sea. Pero yo no puedo hacer lo mismo, esa es la razón por la que besé a Nala. Lo he intentado, pero yo no soy como tú. No puedo seguir fingiendo que soy feliz cuando no lo soy.

      Sephis no era feliz conmigo… Esta vez tuve que esforzarme al máximo para que mis lágrimas no se fugaran por mis mejillas. Pero, una vez más, Sephis estaba en lo cierto. Yo había estado prometida con él porque mis padres y los suyos así lo habían acordado, al igual que él. Y daba lo mismo que a mí me gustara Sephis o no, si me hubieran prometido con otro, lo habría aceptado.

      Me tragué el lazo que oprimía mi garganta.

      —Supongo… que tienes razón —le otorgué, agachando la cabeza.

      Los ojos de Sephis oscilaron hacia mí con algo de enfado.

      —¿Es que no vas a reprocharme nada? —resopló.

      —No tengo nada que reprocharte.

      —Estamos… Estábamos prometidos y besé a tu hermana. ¿No tienes nada que decirme? —insistió.

      —No. —Le sonreí con indulgencia.

      La boca de Sephis soltó una repentina risa amarga.

      —Sí, definitivamente eres demasiado buena. —Me miró con un sentimiento extraño. Parecía decepcionado, pero, aun así, me sonrió con dulzura—. Eres increíble, Soka. Tu prometido se besó con tu hermana y ni siquiera eso te impide ir a buscarla. Eres la persona más bondadosa que conozco.

      Volví a sentirme muy halagada por su comentario, pero no se me escapó ese tinte crítico que se le fugó a él.

      —¿Te sorprende que quiera a mi hermana?

      —No, por supuesto que no, es tu hermana, es normal que la quieras. Pero…

      —No importa lo que pase entre nosotras, Nala es y siempre será mi hermana, sangre de mi sangre —afirmé, cortando lo que fuera a decirme—. Y ahora está lejos, con el terrorífico Jedram. No quiero ni pensar lo que ese… monstruo degenerado puede estar haciéndole en estos momentos. —El nudo que atravesó mi laringe al pensarlo fue tan fuerte, que sentí que me la quebraba en dos.

      Sephis se puso más serio.

      —No te preocupes, pienso sacarla de allí —aseguró, clavándome una mirada convencida.

      Mi corazón sufrió un agudo pinchazo y sentí cómo se desangraba. Me había dicho que el beso no había sido por Nala, sin embargo, ¿podía ser que sí le gustara? ¿O que le hubiera empezado a gustar después de ese beso?

      Intenté que eso no me afectara, como hacía siempre, pero esta última conversación con Sephis me había dejado muy desconcertada y confusa. Aun con todo, Nala seguía siendo mi prioridad absoluta.

      —¿Lo harás? —musité, casi suplicándoselo con la mirada.

      Las pupilas de Sephis se fijaron a las mías con vehemencia y honorabilidad.

      —Sí —juró.

      Abrí los ojos torpemente, con pesadez. El sueño había sido tan profundo que todavía me costaba dilucidar entre realidad y fantasía. Como cada noche, había tardado en dormir, pero después lo había hecho con ganas. Tanto, que incluso me sentía muy a gusto. Me giré en el lecho de pieles y mi cabeza cayó hacia el otro lado. Mi vista tardó un poco en enfocar correctamente, aunque no dudó al comprobar que esa parte de las mullidas y cómodas pieles seguía vacía.

      Me incorporé, aún perezosa, sin dejar de observar ese lado.

      Ya llevaba una semana aquí, y Jedram no me había tocado ni un solo cabello. Todas las noches se metía en la estancia contigua y corría la cortina. Y no solo eso. Apenas me hablaba, tan solo me clavaba esa intensa mirada violeta que yo me encargaba de esquivar.

      No lo entendía. Es decir, no quería que me tocara, pero ¿para qué demonios me había traído aquí? ¿Para qué se había casado conmigo? ¿Por qué me había elegido? ¿Para no tocarme? ¿Para no hablarme? Era… extraño.

      Jedram era extraño. Y misterioso.

      Tan pronto como ese pensamiento surgió en mi cabeza, Jedram apartó su cortina. Mi corazón se aceleró al verle. Iba vestido entero de negro, con el único contrapunto dorado de una fina malla que envolvía su pecho. Se quedó plantado en el umbral, insertándome una de sus miradas violáceas, provocando todo un torbellino en mi estómago. Antes de que me diera tiempo a apartar la vista de la suya, echó a caminar hacia mí.

      Lo hacía con una espada en la mano, y tan resuelto, que mis latidos comenzaron a atropellarse. ¿Acaso había cambiado de opinión? ¿Es que finalmente se había decidido a tomarme? ¿O quizá ya se había cansado de mí y ya no le interesaba como esposa?

      La espada produjo un sonido hueco cuando cayó de plano, a mis pies. Era la espada que me habían regalado en la boda; ahora sabía que había sido el tal Kog, el herrero, el que me la había entregado con tanto orgullo.

      —Esta misma mañana empezarás a aprender el arte de la espada —decretó, mirándome con esos ojos violetas tan penetrantes—. Khata será tu maestra.

      ¿Cómo? ¿Jedram quería que aprendiera a usar la espada? Eso me gustó tanto que estuve a punto de sonreír, sin embargo, la segunda parte de su exigencia lo echó todo a perder.

      —¿Qué? ¡¿Kha-Khata?! —protesté enérgicamente, poniéndome en pie—. ¡¿Por qué ella?!

      De nada me sirvió la queja. Jedram se dio la vuelta sin mediar más palabra y se marchó de la casa.

      Espiré, malhumorada y confusa. ¿Qué diablos pretendía Jedram con todo esto? No lo entendía.

      Cogí la espada de malos modos, pero de pronto me topé con algo en la parte superior del filo, algo en lo que no había reparado antes. A la sombra de la empuñadura, mi nombre relucía con un grabado precioso, lleno de detalles y acompañado de unos grabados que Mommy ya me había explicado como celtas, y justo debajo, el nombre de Jedram se delataba en un tamaño más pequeño, firmando su autoría.

      El aire se me escapó con una mezcolanza de desconcierto y sorpresa. ¿Jedram le había encargado esa espada a Kog… para mí? ¿La había grabado… para mí? ¿Era su regalo de boda?

      Según Mommy, el filo de las espadas de Kog era magnífico, algo fuera de lo común. ¿Por qué Jedram me regalaba algo tan valioso… y tan peligroso?

      Estaba