Pero entonces el epicentro del conflicto se traslada a la Sorbona, en el corazón de París. A partir del 5 de mayo se producen choques con la policía, cada vez más violentos. El pretexto es protestar contra las sanciones académicas dictadas contra los estudiantes que habían dañado las oficinas de American Express. Pero cuando el rector Roche recibe el 10 de mayo a una comisión de tres jóvenes, se ve incapaz de satisfacerlos, porque sus reivindicaciones son tan gaseosas como el propio movimiento; Cohn-Bendit declara al salir: «No hemos hemos entablado negociaciones; solo le hemos dicho al rector que lo que está ocurriendo en las calles es que toda una juventud se expresa contra un cierto tipo de sociedad».20
En la segunda quincena de mayo, la situación nacional llegará a estar fuera de control.21 De un lado, las protestas estudiantiles se hacen cada vez más violentas: casi todas las noches se producen choques con los antidisturbios, a los que los jóvenes llaman nazis (CRS = SS); se desempiedran calles enteras («Bajo los adoquines está la playa»), se queman muchos automóviles y se arrancan más de cien árboles para construir barricadas. Mayo del 68 se saldará con cientos de heridos y detenidos, importantes daños materiales y cinco muertos (dos estudiantes, dos obreros y un policía).22
El momento en que a la Quinta República parece fallarle el suelo bajo los pies llega cuando una parte de la sociedad —del arzobispo de París a los cineastas reunidos en Cannes— se solidariza con los enragés (‘enfadados, enrabietados’) de la Sorbona. El 14 de mayo se declaran en huelga los obreros de Sud-Aviation en Nantes. En pocos días, el paro general se extiende como mancha de aceite. A partir del 20 de mayo, con unos diez millones de trabajadores en huelga, llegará a faltar combustible y productos de primera necesidad. Se producen muchas ocupaciones de fábricas; en algunas, los obreros declaran la autogestión. Un viento de anarquía parece recorrer el país: la liga de fútbol se suspende y jugadores ocupan el edificio de la Federación de Fútbol; los párrocos critican abiertamente a sus obispos; los técnicos de la TV francesa se ponen en huelga y algunos programas no pueden emitirse. En los colegios se suspenden las clases, y los alumnos de los liceos se suman a la movilización, que se está extendiendo de París a las provincias. De Gaulle parece superado por las circunstancias, y su alocución televisada del 24 de mayo carece de nervio y determinación.
Los revoltosos del barrio latino, aparentes triunfadores, no saben qué hacer con su victoria, porque ningún programa concreto tienen, ni el deseo de asaltar el poder del Estado. Ocupan varios edificios, el teatro Odéon entre ellos, donde se vivirá varias semanas en delirante asamblea permanente. Imprimen con ciclostatil el periódico L’Enragé, órgano de la revuelta. En los dazibaos de la Sorbona y el Odéon van floreciendo los famosos eslóganes: «Prohibido prohibir», «No cambiemos de empleador [empresa]: cambiemos el empleo de la vida», «Ni Dios, ni metro» (juego de palabras basado en la homofonía de las palabras francesas para amo y metro: maître, mètre), «Seamos realistas: pidamos lo imposible», «Corre, camarada, ¡el viejo mundo te persigue!», «La noción de normalidad es el principal instrumento de alienación de las sociedades actuales», «Pongamos la sociedad al servicio del individuo, no el individuo al servicio de la sociedad», «Vivir sin tiempos muertos y gozar sin trabas», «Vivir en el presente», «La imaginación al poder», «Crear o morir». No, no era un programa de gobierno.23 Y, junto con los lemas utópico-libertarios, otros más violentos: «Si encontráis un CRS [policía antidisturbios] herido, ¡rematadlo!, “¡Muerte a los gilipollas! (Mort aux cons!”)». El con (‘gilipollas’) era, en el imaginario sesentayochista, el francés medio, satisfecho con su horario de ocho a tres, su pisito y sus vacaciones en la playa;24 O sea, sus padres.
Lo que había convertido a Mayo del 68 en un verdadero desafío al sistema era la convergencia de la movilización estudiantil con la obrera. Por tanto, la amenaza empezó a conjurarse cuando el Gobierno consiguió desactivar la segunda con los Acuerdos de Grenelle (27 de mayo), extraordinariamente generosos: subida de un 35% en el salario mínimo, aumento general de salarios de un 10%, reducción de la jornada laboral en una hora. El embajador británico había acertado cuando declaró: «Mientras los estudiantes quieren cortar el árbol de la sociedad, los trabajadores simplemente quieren disfrutar de un mayor porcentaje de sus frutos».25 La mera formulación de las reivindicaciones salariales y sindicales en términos satisfacibles por el sistema implicaba ya romper con el espíritu sesentayochista de enmienda a la totalidad y cambio completo de sociedad.
Sin embargo, todavía tendría lugar el extraño episodio del 29 de mayo: De Gaulle suspende un consejo de ministros y dice que se va a pasar el fin de semana a su casa de campo; en realidad, embarca a su familia en un avión y vuela a la base militar francesa en Baden-Baden (desde la Segunda Guerra Mundial había tropas francesas en suelo alemán). Hasta hoy los historiadores discuten si fue un momento de pánico (cuando aterrizó, le dijo al general Massu «tout est foutu», ‘todo está perdido’), una nueva fuga de Varennes, o si pretendía asegurarse el apoyo del ejército para una eventual represión militar de la revolución.
Sea como fuere, De Gaulle vuelve de Alemania veinticuatro horas después dispuesto a encauzar la situación: en su discurso radiado del 30 de mayo, más enérgico que el titubeante del día 24, anuncia que disuelve la Asamblea Nacional y convoca elecciones legislativas, al tiempo que denuncia «la intimidación, la intoxicación y la tiranía ejercidas por grupos organizados y partidos totalitarios»26 y llama a «la acción cívica» como respuesta. De hecho, la Francia conservadora, ante el vacío de poder, se estaba ya organizando en comités de defensa de la república, y fraternidades de excombatientes se estaban movilizando para una eventual resistencia armada. Pero la respuesta de la mayoría silenciosa no necesitará ser violenta: esa misma tarde, un millón de personas marchan pacíficamente por los Campos Elíseos en protesta contra los desórdenes, con pancartas como «Limpiad la Sorbona» y «Defended a la Francia que trabaja». Muchos trabajadores habían vuelto a sus puestos tras los Acuerdos de Grenelle; las huelgas se desinflan en los primeros días de junio. Y a mediados de mes son desalojados policialmente los últimos ocupantes del Odéon y la Sorbona. Las elecciones del 30 de junio, finalmente, se saldan con un triunfo arrollador de la derecha gaullista, que amplía su mayoría. Más allá del resultado, el hecho mismo de que las elecciones se celebraran implicaba el retorno a una normalidad institucional que la comuna estudiantil rechazaba como fraudulenta y opresiva.
EL POS-68
Mayo del 68 parecía, pues, terminar en fracaso: De Gaulle y el sistema salían reforzados. En otros países donde se habían desarrollado movimientos juveniles análogos —por ejemplo, el verano del amor de 1967, los hippies, la contestación a la guerra de Vietnam, etc., en Estados Unidos— se va a producir también un giro a la derecha de los electores: las presidenciales de noviembre de 1968 las gana el republicano Richard Nixon.
Pero hemos visto ya que los sesentayochistas —o, al menos, el polo cultural-libertario del 68— no buscaban el poder político. La evolución del movimiento en los años que siguen a 1968 puede resumirse así: el polo neoleninista insiste en la búsqueda de una revolución socialista clásica, y