Tugdual Derville
Nieves González Rico
Sonia González Iglesias
El hombre y la mujer en el proyecto de Dios
Francesco Giosuè Voltaggio
Una lectura bíblica del amor humano
Ángel Barahona
Una belleza que salva La grandeza de la sexualidad humana
José Granados
PRÓLOGO
María Lacalle Noriega
Querido lector,
Presento con mucho gusto las actas del congreso celebrado entre el 8 y el 10 de noviembre de 2018 en la Universidad Francisco de Vitoria bajo el título Mayo del 68: una época de cambios, un cambio de época.
El 68 fue sin duda un año agitado, lleno de acontecimientos de distinto signo, de grandes esperanzas y sueños y también de violencia y disturbios. El año en que una generación de jóvenes se rebeló contra el mundo de sus padres, que consideraban injusto y despreciable. En el recién concluido cincuenta aniversario de estos sucesos se ha hablado mucho de ello. Algunos lo idealizan y otros lo consideran la fuente de todos los males actuales. Hay quien quiere revivirlo y quien pide que pasemos página y lo olvidemos. Es cierto que las barricadas duraron apenas unas semanas, y que la imaginación no llegó al poder, ni lo imposible se hizo realidad. Pero el mundo no fue igual después de aquello pues estalló una contracultura en reacción a una sociedad acomodada y puritana, que cambió el curso de la historia occidental. Por eso dicen algunos que fue —es— la revolución más larga de la historia.
La Universidad Francisco de Vitoria convocó este congreso porque creemos que es hora de cuestionar el legado recibido, de elegir lo que queremos hacer con él, de decidir con qué nos quedamos y qué rechazamos. Sin caer en idealizaciones falsas ni en condenas injustas.
Lo primero es intentar comprender por qué aquellos jóvenes despreciaban de tal manera los valores heredados de sus padres; por qué quisieron romper con toda autoridad, con la tradición; por qué buscaron la felicidad en la liberación de todo vínculo, en el relativismo moral e intelectual, en el sexo desvinculado del amor y de la procreación, en el culto al yo y sus deseos, el individualismo más desaforado, en la emancipación de las normas morales y de las instituciones tradicionales; qué corrientes de pensamiento influyeron en ellos, qué circunstancias sociales, políticas, económicas, les llevaron a ese desarraigo profundo.
La revolución del 68 supuso una reacción contra muchas cosas que ciertamente necesitaban mejorar, comenzando por la visión predominante en la Iglesia sobre el sexo, visión deficiente y pobre que hacía difícil vivir el amor humano en toda su grandeza. El deseo sexual es una de las pulsiones más potentes que hay en el ser humano, y la que más repercusiones tiene en toda su vida. Y lo cierto es que desde la Iglesia esto no se ha reconocido hasta muy recientemente. Se puede decir que esta ausencia de propuesta contribuyó a pavimentar el camino de la revolución sexual.
Pero a medida que pasa el tiempo se hace más evidente que la revolución sexual también ha fallado. La revolución sexual prometía goce sin trabas, más y mejor sexo, felicidad completa, autoconstrucción, autonomía personal absoluta… La cuestión es si esas promesas se han cumplido, y la respuesta es claramente negativa. La vida sexual de las personas está con frecuencia sumida en la confusión y en el vacío, bajo una aparente liberación subyace una profunda insatisfacción. La crisis del matrimonio y de la familia provoca mucho sufrimiento. La adicción a la pornografía y la sexualización de la infancia son tragedias que tenemos delante de los ojos. La confusión sobre la propia identidad cuestiona incluso qué significa ser humano. Y nadie parece saber adónde nos conduce todo esto.
Lo cierto es que no podemos cambiar el pasado, pero sí el futuro, y podemos ver en medio de la confusión actual una oportunidad para pensar seriamente en aquello en lo que creemos y en la manera de ofrecerlo al mundo. El objetivo último del congreso era proponer una visión grande y hermosa de la sexualidad, una visión fundada en una antropología cristiana que nos permita vivir una sexualidad plenamente humana. En el congreso hemos querido plantear la necesidad de que los cristianos ofrezcamos al mundo una historia mejor, una historia contada con nuestras propias convicciones y nuestra visión de la sexualidad. Una historia cargada de esperanza, de optimismo, llena de inspiración y de pasión. Una historia contada con palabras, con hechos, con arte, con imágenes, con experiencias. Y queremos contarla desde la Universidad, como en el 68. En lugar de barricadas, drogas y violencia queremos ofrecer una respuesta verdadera a los anhelos más profundos del corazón humano. Porque nosotros también queremos amor y libertad, queremos sexo, queremos ser felices. De hecho, podríamos hacer nuestra la famosa frase ¡haz el amor y no la guerra!. Un amor verdadero y ordenado, y una paz profunda y auténtica, que empieza por nosotros mismos y nuestras relaciones más cercanas.
I
Contexto histórico cultural y causas
CONTEXTO HISTÓRICO-CULTURAL
DE MAYO DEL 68
Francisco José Contreras
UNA GENERACIÓN AFORTUNADA Y ABURRIDA
Mayo del 68 fue en verdad una revolución muy extraña. Es quizá la única de la historia en la que los revolucionarios desdeñaron ocupar el poder casi abandonado por sus titulares (en los últimos días de mayo, con el país paralizado por la huelga general, el Gobierno noqueado y el presidente De Gaulle fugado durante venticuatro horas a la base militar de Baden-Baden);1 pero los soixante-huitards, según su propia confesión, no deseaban ejercer el poder político, sino cambiar la vida.
También es, como indicara Jacques Baynac, la primera revolución que fue fruto no de la miseria, sino de la riqueza.2 Si los revolucionarios clásicos habían acusado al sistema capitalista-burgués de causar pobreza, los de 1968 le van acusar de todo lo contrario: de haber creado la affluent society (Galbraith), la ‘sociedad de la abundancia’.3 De hecho, los franceses llamarían después al periodo 1945-75 los Treinta Gloriosos (los alemanes hablarían del wirtschaftswunder, el ‘milagro económico’): una época dorada de pleno empleo y crecimiento ininterrumpido, con tasas del 5% anual de incremento del PIB. Es cierto que Francia había conocido en la década de los cincuenta la humillación de Indochina y la traumática guerra de Argelia; pero, cerrado el asunto argelino en 1962 y consolidada la democracia bajo la égida de De Gaulle, la historia francesa parecía haber llegado a un final feliz de progreso constante, paz social y universalización del bienestar. La cuestión obrera había quedado resuelta por la elevación general del nivel de vida: la clase trabajadora se había incorporado al sistema.4
Lo que decimos de Francia vale para el conjunto de Occidente. La etapa 1945-68 había resultado brillante también en el aspecto demográfico. Las bajas de