Las virtudes en la práctica médica. Edmund Pellegrino. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Edmund Pellegrino
Издательство: Bookwire
Серия: Humanidades en Ciencias de la Salud
Жанр произведения: Медицина
Год издания: 0
isbn: 9788418360206
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con la emergencia de nuevos sistemas de filosofía moral; (3) el período analítico-positivista, cuando la ética de las virtudes casi fue abandonada, como también lo fuera la ética normativa tradicional, y (4) el período actual, en el que se ha resucitado la virtud como base de la moralidad. En cada período, el concepto de virtud fue modelado según la filosofía moral dominante. Algunos remanentes de estas filosofías pueden aún identificarse en el concepto de virtud que ha resurgido en tiempos recientes. En general, sin embargo, la noción central de virtud y de las virtudes (incluso la actual) hunde sus raíces en la síntesis clásico-medieval, particularmente en la Ética a Nicómaco, la Ética a Eudemo y la Gran moral, de Aristóteles.

      EL PERÍODO CLÁSICO: SÓCRATES, PLATÓN, ARISTÓTELES

      Las definiciones de virtud que dominaron en los períodos clásico y medieval y en la filosofía moral del Renacimiento tienen varios rasgos en común: se sostiene en todas ellas que (1) el objetivo de la filosofía es enseñar a llevar una vida buena; (2) la virtud en general y las virtudes en particular son imprescindibles para ser una buena persona y llevar una vida buena; (3) la naturaleza humana tiene una serie de potencias que la virtud habilita en los seres humanos para desarrollarlas, y (4) la razón puede reconocer las virtudes, y es bajo el gobierno de la razón como las virtudes se ponen en práctica.

      El concepto de virtud de la cultura occidental tuvo su origen en los filósofos de la Grecia clásica. Los sofistas prepararon el camino de las concepciones de Platón y Aristóteles. Ellos afirmaron que la virtud puede ser enseñada a cualquier ser humano y que es esencial para el recto ejercicio del poder. Los sofistas pensaban que la virtud era meramente un producto de la razón; lo que no era explicable por la razón no era una virtud.10

      Fue Sócrates el que desveló las cuestiones fundamentales sobre la virtud con las que la filosofía moral ha venido disputando desde entonces. Él puso en boca de Menón: «¿Puedes decirme, Sócrates, si la virtud se adquiere mediante el estudio o la práctica, o ni con el estudio ni con la práctica, o si nos llega por naturaleza o por otros medios?» (Menón, 70 a). Para nuestra desgracia, Sócrates no dio respuesta a estas preguntas, pues desde entonces estas cuestiones nos siguen rondando. En otros diálogos de Platón, y en cada intento posterior por aclarar la noción de virtud, aparecen respuestas incompletas y a veces contradictorias.

      Sócrates sostenía —o al menos Platón así lo dijo— que la virtud era conocimiento; esto es, reconocer lo que es bueno para el hombre. Si los humanos no hacen el bien es por pura ignorancia. En su opinión, nadie haría el mal si no fuera por desconocimiento del bien. La sabiduría (sophia) llega a ser así la virtud por excelencia. Aunque era escéptico de las definiciones de las virtudes morales individuales (Laques y Cármides), Platón entendía la virtud en sí misma como conocimiento (episteme) de la excelencia (areté) de la vida buena. Veía las virtudes definibles en sí mismas, en la medida que se conformaban con las formas puras: justicia, sabiduría y demás.

      De forma característica, en distintos diálogos Platón examina opiniones contrarias. En los diálogos más tempranos pone el énfasis en la virtud personal, y en los más tardíos en el tipo de sociedad en el que habrían de florecer las buenas personas. En el Protágoras y en el Menón argumenta contra la virtud como conocimiento, pues sostiene que, si la virtud no se puede aprender, tampoco puede ser enseñada. En el Eutidemo manifiesta un punto de vista opuesto. Y en la República pone mayor énfasis en la justicia. En su discusión sobre la virtud, Platón olvida aparentemente los sentimientos, las pasiones o las emociones. La virtud se concibe tan atractiva que el vicio solo puede resultar de que el bien no haya sido reconocido como tal por el hombre vicioso.

      El gran empeño de Platón fue desarrollar una teoría general de la virtud. Aunque enumeró las virtudes cardinales —fortaleza, templanza, justicia y sabiduría—, no veía la ética como una ciencia práctica, al modo que lo haría Aristóteles. De hecho, muchos de los argumentos de Aristóteles parten de una crítica a Platón por su visión generalizadora. Efectivamente, en su Política (1260 a 5), Aristóteles pone en guardia sobre los fallos de toda teoría general, y en su Magna Moralia (1182 a 20) subraya la omisión del papel de las emociones en la teoría de Sócrates. Para Aristóteles, el fin de la ética es eminentemente práctico: ser bueno y actuar bien (EN 1102 b 26; EN 1144 b 18).

      De este modo, la ética busca la verdad de un tipo u orientación singular: la verdad acerca de los fines de las acciones humanas, acerca de la felicidad, que es el resultado de toda actividad humana acorde con la excelencia (Ética a Nicómaco —en adelante, EN— 1177 a 12 12-8). Así, la ética es la ciencia que persigue el bien individual, mientras que la política busca el bien social. Pero el bien individual no debe entenderse como una justificación del interés egoísta, sino el interés de la persona en cuanto que persona, de la persona como ser humano dirigido por naturaleza a la felicidad. Felicidad que tampoco es sinónimo de satisfacción egoísta, la cual puede ser, además, un vicio.

      Aristóteles define la virtud como un «estado del carácter» que «pone buena condición dentro de la cosa de la cual es la excelencia y hace que el trabajo de esa cosa se haga bien» (EN 1106 a 15-17). «Por lo tanto, si esto es verdad en cada caso, la virtud de los seres humanos será el hábito que hace buena a una persona y la persona hace bien su trabajo» (EN 1106 a 22-24). Al asimilar virtud con carácter, Aristóteles fue fiel al significado griego de la palabra ethiké ‘carácter’.

      Toda la investigación aristotélica sobre la virtud es, en sus propias palabras, «no en orden a conocer lo que es la excelencia…, sino en orden a llegar a ser buenos. Debemos analizar la naturaleza de la acción, cómo deberíamos hacerla… Todo lo relativo a la conducta, sin embargo, no puede ser dado en forma precisa» (EN 1104 a). Aristóteles no presenta, pues, un compendio de reglas morales, pero insiste en que «los agentes deben en cada caso considerar qué es lo apropiado a la ocasión como sucede también en la medicina y la navegación» (EN 1104 a).

      El énfasis de Aristóteles está en los rasgos del carácter; más que en los actos concretos, en las disposiciones del agente que se dejan ver en sus actos. Las virtudes son características de la persona que la hacen buena y le permiten hacer bien su trabajo. Son, por lo tanto, cualidades teleológicas en relación con la persona y con la tarea de llevar una vida buena.

      Las elecciones personales conciernen especialmente a las virtudes. Saber lo que es bueno no asegura que se vaya a actuar bien. Es por lo que Aristóteles concibe las pasiones o las emociones de modo diverso a como lo hiciera Platón. Los actos de la persona virtuosa provienen de tres raíces: un conocimiento del bien de cualquier acción, la elección por el bien en sí mismo y un buen carácter como fuente de tal conocimiento y de dicha elección. Son los rasgos del buen carácter los que aseguran que la intención recta y buena no solo sea reconocida, sino finalmente elegida.

      La virtud, para Aristóteles, no es solo un sentimiento acerca de lo que es bueno, o simplemente una capacidad para realizar una buena elección. La virtud es una disposición habitual a actuar bien. La virtud resulta del ejercicio habitual de las virtudes. Así, las virtudes pueden ser enseñadas mediante el entrenamiento y la práctica. De este modo, el estagirita da respuesta a una de las cuestiones que Menón planteara a Sócrates: efectivamente se puede instruir en la práctica de las virtudes. Aunque la virtud tiene ciertos atributos de hábito, no puede asimilarse con un reflejo condicionado al modo de Pavlov. La virtud es un hábito guiado por la razón. No es un reflejo automático o irracional, o una simple respuesta intuitiva por un conocimiento innato del bien. Es aquí donde entra en juego la virtud de la prudencia, un concepto que trataremos con detalle más adelante.

      Aristóteles diferencia las virtudes intelectuales de las morales. Las primeras son el arte, la ciencia, la intuición, el razonamiento y la sabiduría práctica (EN 1139 b 16); son las que se integran en la esfera racional. Pero hay otras virtudes propias de la vida moral: las virtudes morales. La mayor parte de Ética a Nicómaco se dedica al estudio detallado de las virtudes morales en particular. Aristóteles asume las cuatro virtudes morales cardinales de Platón (prudencia, justicia, fortaleza y templanza), pero añade otras; como, por ejemplo, la magnanimidad.

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