The Virtues in Medical Practice es la cima de su perspectiva secular sobre la moralidad médica y el aldabonazo a la responsabilidad moral individual de cada médico por sus acciones, sin red protectora, en su tiempo y en el nuestro. Podrán escribirse, tal vez, mejores libros de ética médica, todo es posible, pero este fue el primero y quien da primero da dos veces. Y es el libro de una fe vivida, de una vida entera, el momento de las virtudes médicas.
¿Qué más decir? Es tiempo de libertades y tiempo para la valentía, tiempo para discernir y para actuar. Tiempo para despertar.
MANUEL DE SANTIAGO
Doctor en Medicina y presidente honorario
de la Asociación Española de Bioética y Ética Médica (AEBI)
Las virtudes en la práctica médica
EDMUND D. PELLEGRINO, M. D.
DAVID C. THOMASMA, PH. D.
Dedicamos este libro a nuestras esposas,
Clementine Pellegrino y Doris Thomasma,
así como a nuestros hijos:
Thomas, Stephen, Virginia, Michael, Andrea, Alice
y Leah Pellegrino; Pieter y Lisa Thomasma,
y Emily y Stephanie Kulpa
AGRADECIMIENTOS
DESEAMOS AGRADECER a Marti Patchell y Doris Thomasma su ayuda en la consecución de esta obra, así como la ayuda de David Miller en la búsqueda de las referencias bibliográficas, la revisión del texto y su edición inicial. Cada uno de ellos ha trabajado con insustituible paciencia, buen humor y meticulosidad sobre un sinfín de nuestros borradores. Los tres han sido un apoyo inconmensurable para nuestro trabajo. Les estamos profundamente agradecidos. También agradecemos al padre Joseph Daniel Cassidy O. P. su meticulosa dedicación a revisar el manuscrito.
E. D. Pellegrino desea expresar su gratitud a la Fundación Rockefeller por su apoyo durante el período académico como residente en Villa Serbelloni (Italia) en septiembre de 1988. Una parte importante de este libro se completó allí. No se puede imaginar mejor entorno y ayuda para una empresa académica como esta.
D. C. Thomasma desea agradecer a la Universidad Loyola de Chicago su apoyo durante una baja laboral desde julio a diciembre de 1991, que le permitió terminar algunas partes de este libro.
La sociedad humana debe su vigor y vitalidad
a las virtudes intrínsecas de sus miembros.
George Santayana.
Dominations and Powers, p. 3.
INTRODUCCIÓN
HASTA HACE POCO, LA ÉTICA EN GENERAL y la biomédica en particular se han fundamentado mayormente en la ética de los principios. La ética de las virtudes apenas suscitaba interés. Y esto a pesar de que, a lo largo de su historia, la ética ha invitado siempre a practicar la bondad y a ser una buena persona o, dicho de otro modo, a adquirir una serie de características personales que podemos denominar virtudes. De hecho, los primitivos tratados de ética médica —de Grecia, India y China—adoptaron las virtudes como fundamento. Sus recomendaciones y prohibiciones veían en la figura del médico al principal garante del bienestar del paciente y al depositario de las normas y prácticas profesionales. Lo mismo puede decirse de la ética según Thomas Percival y sus colegas del siglo XVIII James y John Gregory, quienes tuvieron una influencia decisiva en la redacción del primer código ético de la Asociación Médica Americana.1
Mas recientemente, Elizabeth Anscombe2 y Alasdair MacIntyre3 —y un buen número de expertos en ética de su generación— han vuelto sobre la ética de las virtudes repensando y redefiniendo la riqueza de esta corriente filosófica. La consecuencia ha sido un verdadero resurgimiento del interés por la virtud, las virtudes y los virtuosos. En los últimos tiempos, también hemos asistido a un florecimiento de la virtud en los escritos sobre bioética,4 algo que parece extenderse al ámbito de la ética general.
En bioética, este interés por la virtud se alimenta del deseo de enriquecer la ética de los principios tras alcanzar esta tanto predicamento. Recientemente, la ética de los principios ha sido criticada por abordar las cuestiones éticas de manera en exceso formulista, pues, al basarse en la aplicación, a cada caso particular, de los principios de autonomía, beneficencia y justicia, esta corriente ética no tomaría en suficiente consideración las peculiaridades del agente y tampoco las circunstancias reales que enmarcan y definen el dilema moral. Aunque incompleto, el abordaje ético principialista tiene mucho que aportar, comenzando por su independencia frente a las restricciones que impone el caso particular, lo cual facilita un punto de vista más universal. Siempre necesitaremos de criterios y guías para enjuiciar las actuaciones de los individuos, las instituciones o las sociedades. En cambio, habremos de recurrir a una ética de las virtudes si queremos contemplar un panorama completo de la vida moral.
Afortunadamente, asistimos a una renovada apertura hacia la ética de las virtudes en el discurso ético actual. Este interés tiene, en parte, su origen en el éxito cosechado por la ética de los principios, y también en algunas de sus carencias. Y también ha contribuido la creciente implicación de los expertos en ética en los aspectos prácticos de la medicina. En este contexto, es evidente que la forma en que los principios éticos son considerados, interpretados y priorizados unos frente a otros —y finalmente aplicados— debe depender de las peculiaridades de cada participante en el acto médico.
Los esfuerzos por conjugar las teorías de la ética de las virtudes y la ética de los principios son muy loables, pero hasta el momento no han tenido mucho éxito. Autores como Beauchamp y Childress han hecho intentos serios, pero finalmente depositaron su mayor énfasis en los principios.5 Ellos mismos señalan que la teoría de las virtudes debe ocupar un lugar preminente en las deliberaciones morales de la atención médica, pero añaden que ello no implica la derogación de la ética principialista:
El importante papel de las virtudes en la teoría ética no debe convertirlas en actores principales, como si la teoría de las virtudes fuese más importante o reemplazara la teoría basada en el cumplimiento de unas obligaciones. Estas dos teorías ponen el acento en aspectos diferentes, y por ello son compatibles y se refuerzan mutuamente.6
James Drane y Willian Ellos hacen más hincapié si cabe en el papel de las virtudes en la ética médica, como se verá más adelante.7
Nuestra propuesta difiere de las mencionadas anteriormente en un aspecto importante. Los esfuerzos que otros han hecho aúnan la teoría de las virtudes con la teoría basada en los principios, pero sin tener demasiado en cuenta la virtud de la prudencia; esto es, la puesta en práctica de la recta razón, la recta ratio agibilium, como santo Tomás la denominara.8 Más importante aún, otras teorías ignoran la relación interna de la prudencia con otras virtudes y con la propia naturaleza de la medicina y la tarea profesional. Desde nuestro punto de vista, las teorías éticas basadas en las virtudes y los principios deben engarzar con la naturaleza propia de la medicina; esto es, con la filosofía de la medicina. Llevamos tiempo trabajando en la construcción de una filosofía de la medicina moderna, y es este esfuerzo el que nos ha llevado a estas conclusiones y nos ha animado a escribir este libro.9
Así pues, este libro constituye un intento por aplicar la teoría de las virtudes a la ética biomédica, particularmente en el contexto de la práctica clínica. A lo largo de sus páginas, examinaremos