2. ARISTÓTELES. PRIMACÍA DE LA CAUSALIDAD
Las nociones que verdaderamente tocan el nervio de la realidad física son, para Aristóteles, las nociones de sustancia, esencia y causalidad. Entre ellas hay una estrecha relación en la que, lógicamente, no nos podemos detener en este trabajo. La gran advertencia del esquema causal que Grecia legó a Occidente radica en que la determinación no se explica unívocamente. Nos permite preguntarnos tanto sobre lo que ocurre como sobre lo que simplemente existe, ya sea en un sentido temporal, de orden o de secuencia, sin dejar fuera los factores cualitativos o cuantitativos que rodean a los fenómenos y su determinación.
En el esquema tetracausal aristotélico, las causas material, formal, eficiente y final son principios y, por tanto, no son categorías que puedan reducirse entre sí. En particular, si la causa formal es en la filosofía aristotélica una categoría de determinación, la causa material es un principio de indeterminación. Así, los movimientos físicos son para Aristóteles el resultado de una dualidad acto-potencia, que conjuga determinación e indeterminación.
Aristóteles abordó la noción de la materia prima o causa material en diferentes lugares de su obra. Cuando la describe, queda manifiesta la lucha que sostiene contra el lenguaje de su época, insuficiente para expresar lo que él piensa sobre dicho principio causal. Entre algunas de sus descripciones de la materia incluso parece no haber demasiada relación. En lo que sigue reproducimos tres fragmentos de su obra en los que se puede adivinar esta dura pugna (las traducciones están tomadas de Cencillo 1958):
Llamo materia al sujeto primero de cada ser, elemento inmanente y no accidental de la generación y en el que, en caso de corromperse, se resuelve últimamente. (Física I, 192 a 31-33)
Llamo materia a lo que en sí mismo no se conceptúa como algo determinado, ni cuánto, ni [afectado] por ninguna de las demás [categorías] por las que se determina el ser. (Metafísica Z 3, 1029 a 20)
La posibilidad de ser y de no ser cada uno [de los seres generables], esto es la materia en cada uno. (Metafísica Z 7, 1032 a 21-22)
Es decir, para Aristóteles la materia prima es la causa de un modo de ser al que llamamos por esto material. Se trata, por tanto, de pensar en la materia no como una cosa propiamente dicha sino como un principio. Esto queda especialmente manifiesto en la tercera caracterización, en la que se explica la materia como «la posibilidad de ser y de no ser». El pensar dicha posibilidad como una de las causas en las que se resuelve nuestra comprensión última del movimiento físico resulta clave para nuestro discurso. En esta posibilidad o potencialidad intrínseca consiste el modo de ser que conocemos como material.
Por otra parte, la determinación fue descrita y estudiada durante siglos bajo el concreto de causa formal, es decir, forma entendida como una cierta proporción entre las partes de un todo que se mantiene como tal en el tiempo; capaz incluso de perder o incorporar elementos sin colapsar la configuración estable que le dio origen y mantiene su permanencia. El eidos griego o la forma latina, buscaban expresar, desde tiempos del pensamiento antiguo y medieval, tanto el tipo de existencia de las partes integradas en un todo en clave de unidad, como los principios de interacción entre ellas. La noción de causa formal o determinación formal permitió comprender por qué realidades disímbolas, aparentemente inconexas, podían mantener relación, sincronía, homogeneidad y estabilidad en el tiempo.
La forma se constituyó, así, en una noción verdaderamente afortunada, pues una vez que la presencia de partes en interacción dentro de un todo mostraba estabilidad en el tiempo, esa forma o causa formal exigía para una mejor comprensión asociarse con los otros factores causales: la composición (causa material), los factores que lo produjeron (causa eficiente) y las tendencias desprendidas a partir de su existencia y determinación (causa final).
Aristóteles reconoció en la realidad física del mundo que nos rodea (el mundo sublunar en su cosmovisión) y en sus movimientos el influjo de la causa material y, por recibir esta última la consideración de principio, la realidad material se encuentra intrínsecamente indeterminada. Es decir, se podría decir que la realidad física es ontológicamente indeterminista, significando que posee indeterminación o potencialidad real, y no solamente lógica. Dicho con otras palabras, las cosas pueden llegar a ser esto, pero también pueden llegar a ser una cosa distinta: ser (esto) o no ser. En el ámbito físico no habría, por tanto, necesidad.
Para Aristóteles, la necesidad se encuentra en el pensamiento y, más en concreto, en los axiomas propios del pensar. La necesidad pertenece propiamente a los primeros principios del pensar, como el principio de no contradicción. Este aspecto del pensamiento aristotélico es muy destacable, pues delimita bien el ámbito de lo necesario y de lo contingente. Todo lo que está sometido al influjo de la causa material escapa a la necesidad. La geometría, en cambio, con la perfección de sus formas y su necesidad, no parece ser la descripción más adecuada de lo que posee la imperfección y la potencialidad propia de la materia. Así, ninguna de las cuatro causas, en cuanto que son principios, se deja atrapar ni por la perfección de las figuras geométricas ni por la exactitud de los números. Los cuerpos del mundo celeste admiten la necesidad y, por tanto, la predicción de sus trayectorias, descritas mediante movimientos circulares. La predicción, en el mundo griego, es posible en la región del cosmos cuya sustancia es el éter. Es el movimiento del mundo celeste, por su proximidad con el movimiento propio del motor inmóvil, el que puede ser descrito numérica y geométricamente y el que, consiguientemente, admite la predicción. En el mundo griego, las matemáticas se utilizan donde se descubre regularidad y necesidad.
Por otra parte, en la Grecia antigua la ciencia no se distinguía claramente de la filosofía, de la que formaban parte, a su vez, tanto la física como la biología o la metafísica. La física era por tanto un saber filosófico, aunque también incluía ámbitos temáticos que podríamos hoy calificar de científicos. Aristóteles dedicó una especial atención a la biología: la observación de los seres vivos fue una de sus principales fuentes de inspiración. Algunas de sus experimentaciones —como los estudios de la embriología del polluelo (Harré 1981: 25-31)— son modelos en su género también para el científico de hoy.
Para Aristóteles, los movimientos más interesantes no eran los de los seres inanimados, sino los movimientos de los seres vivos (seres que poseían alma): nacer, crecer, alimentarse, morir… Pero la distinción aristotélica entre lo cualitativo (perteneciente al accidente cualidad) y lo cuantitativo (perteneciente al accidente cantidad) impidió la pretensión de expresarlos en términos matemáticos, pues hubiera implicado renunciar al «verdadero» conocimiento de la realidad. Las matemáticas, y en particular la aritmética, son un conocimiento que se refiere a una de las categorías aristotélicas: al accidente cantidad. La categoría aristotélica de sustancia, por ejemplo, no puede expresarse matemáticamente.
Así, en su investigación sobre el movimiento y sobre el fundamento de lo real, Aristóteles no privilegió el lenguaje matemático, ni buscó formular matemáticamente leyes de la naturaleza, como haría luego la modernidad. Para los aristotélicos, la ley es la norma que debe guiar la acción humana. Su cumplimiento mejora al ser humano, mientras que su rechazo e incumplimiento lo degrada. Está claro que la noción de ley, tal como la entendemos hoy, no se aplicaba entonces al ámbito de la física. Menos aún si se considera que las leyes físicas formuladas matemáticamente solo pueden expresar aspectos de la realidad relacionados con la extensión y la cantidad, en tanto que son