¿Determinismo o indeterminismo?. Claudia Vanney. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Claudia Vanney
Издательство: Bookwire
Серия: Razón Abierta
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9788418360039
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la distinción griega entre astronomía y filosofía —aunque también hubo pensadores que unieron ambos oficios— guarda una cierta semejanza, a nivel metódico, con la distinción actual entre filosofía y ciencia, y más en particular con la ciencia física.

      Según Artigas, los objetivos intrínsecos e inseparables de la ciencia experimental son dos (Artigas 1999, 15): uno teórico, que es el conocimiento de la naturaleza. El otro práctico, que es su dominio controlado. La aspiración a ejercer algún tipo de control es lo que vincula el conocimiento científico con el experimento. El experimento alcanza así su mayor eficacia, y se convierte en un elemento clave de la ciencia al permitir contrastar sus resultados de una manera precisa. Pero esto es facilitado por la formulación matemática de las leyes. En el pensamiento griego, la matemática tiene su hogar principalmente en la astronomía. Las razones están ya apuntadas. Con la modernidad, las matemáticas se convierten en el invitado de honor de cualquier ciencia, aunque no todas hayan conseguido acomodarlo de una manera satisfactoria. En la física newtoniana, y podríamos decir que más aún en nuestros días, la matemática no es un huésped cualquiera, sino que, sin lugar a dudas, es el dueño de la casa. El uso metódico de las matemáticas, presente tanto en la astronomía antigua como en la ciencia moderna, nos permite dar ahora un salto hasta nuestro siguiente personaje: Newton.

      3. NEWTON. PRIMACÍA DE LAS LEYES DE LA NATURALEZA

      No podemos detenernos en el proceso histórico, muy complejo y articulado, que lleva a que la noción de causa pierda su lugar destacado, y ceda su primacía a la noción de ley (Olson 2004: 25-56; Shapin 2000: 66 y ss., Carroll 2011). Por ejemplo, la crisis de la filosofía escolástica, que desembocó en el nominalismo de Ockham, fue uno de los resortes que condujo a los pensadores del Renacimiento a buscar alternativas a los planteamientos clásicos. El nuevo contexto favoreció la experimentación, el descubrimiento de regularidades naturales y su formulación en términos matemáticos, abriendo paso a un nuevo modo de conocer que, por fin, gozaba de una anhelada certeza. La modernidad aspiró así a recuperar la confianza en la razón, y las leyes de la ciencia —nuevas categorías de determinación—, junto con la experimentación, fueron la llave que abrió la puerta de una nueva racionalidad.

      Newton logró cuantificar el mundo sublunar de manera semejante a como los griegos lo habían hecho con el mundo celeste, y esta cuantificación fue la clave del éxito de un proceso que culminó con la formulación de la mecánica, desapareciendo para siempre la distinción entre ambos mundos. Gracias al uso de las matemáticas, Newton pudo vincular las leyes naturales físicas con los resultados experimentales de una manera extraordinariamente exitosa (Collado 2007). Pero todo éxito tiene su precio, y en este caso el precio fue el importante cambio de perspectiva de constituir a la ley natural en una categoría de determinación prioritaria. Se pusieron así las bases para que las leyes de la naturaleza asumieran el papel que habían ocupado las causas en la perspectiva aristotélica.

      La obra de Newton ha sido objeto de numerosos trabajos de investigación, en los que queda patente la complejidad de su personalidad y pensamiento. Abordó una pluralidad de temas, destacándose sus escritos científicos, como el monumental Principios Matemáticos de Filosofía Natural. Si bien algunos autores destacan la separación de los diferentes ámbitos que Newton abordó (filosofía natural, matemáticas, alquimia, teología natural, sagrada escritura…), otros ven un interés común a todos ellos y tratan de establecer su relación e influencia mutua. John Henry, por ejemplo, sostiene que el interés principal de Newton es teológico, y que es su física —su filosofía natural— la que da forma a su particular teología (Henry 2008, 69-101; Velázquez 2007). El aspecto que nos interesa destacar ahora es la importancia que Newton otorgó al método que desplegó en su filosofía natural. En continuidad con Galileo, él pensó que las matemáticas no son ya solo un lenguaje más para expresar las regularidades naturales, sino que nos revelan el verdadero ser de la realidad. Más aún, nos dan acceso incluso al mismo Dios, que es el creador de la naturaleza y a través de la cual se nos da a conocer.

      Esta perspectiva se manifiesta en el modo en el que Newton expresa su comprensión del espacio y el tiempo en los Principios. En el primer escolio, después de definir «las palabras menos conocidas» que va a emplear en su obra, se ve en la obligación de precisar el sentido de las palabras que son más conocidas, distinguiendo en la comprensión de ellas «entre lo absoluto y lo relativo, lo verdadero y lo aparente, lo matemático y lo vulgar» (Newton 2011, 32). Se ve con claridad en este pasaje cómo Newton asocia la comprensión matemática a la comprensión verdadera y absoluta. Respecto a la comprensión que pretende alcanzar del espacio y el tiempo, afirma: «El tiempo absoluto, verdadero y matemático en sí y por su naturaleza, y sin relación a algo externo, fluye uniformemente […] El espacio absoluto, tomado en su naturaleza, sin relación a nada externo, permanece siempre similar e inmóvil» (Newton 2011, 32-33).

      Newton no pretendió agotar el conocimiento de la realidad con su filosofía natural, pero no porque consideró insuficiente a su método, sino porque, para él, la misma realidad —que nos da a conocer su mecánica— exige el concurso de la divinidad para conservar el orden y la armonía que observamos en el Universo. Es decir, hay en su física implicaciones que son propias de la teología natural. La mecánica newtoniana no solo es una teoría física en el sentido moderno de la palabra, sino que, por su pretensión de verdad y globalidad (tiempo y espacio absolutos), también ofrece los elementos de una filosofía natural, conocida más tarde como filosofía mecánica.

      En la filosofía natural newtoniana, las magnitudes medidas, las leyes formuladas matemáticamente y la experimentación aspiraron a conocer la realidad tal cual es. Si bien no pudieron abarcar el conocimiento de toda la realidad, abrieron paso a la idea de que conseguirlo era solo una cuestión de tiempo. Así, como la filosofía natural newtoniana le atribuyó un alcance ontológico a la teoría física, la pregunta por el determinismo de la naturaleza se tradujo pronto en la averiguación de si las leyes que rigen los movimientos de los cuerpos físicos eran deterministas o no.

      El pensador que encarnó de manera paradigmática la defensa del determinismo de la naturaleza fue Laplace. Uno de los textos más reproducidos de sus trabajos que refieren al problema del determinismo se encuentra en el libro Essai philosophique sur les probabilités, publicado en 1840. No deja de ser paradójico, aunque es perfectamente coherente, que Laplace formule el determinismo físico más estricto en un ensayo sobre probabilidades. El texto tan citado es el siguiente:

      Así pues, hemos de considerar el estado actual del universo como el efecto de su estado anterior y como la causa del que ha de seguirle. Una inteligencia que en un momento determinado conociera todas las fuerzas que animan a la naturaleza, así como la situación respectiva de los seres que la componen, si además fuera lo suficientemente amplia como para someter a análisis tales datos, podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más ligero; nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus ojos. (Laplace 1985, 25)

      El pensamiento laplaciano, tal como se presenta en este conocido texto, es abiertamente determinista. Las ecuaciones dinámicas imponen la necesidad en la evolución de un sistema físico, pues su evolución está determinada por las leyes de Newton y condicionada necesariamente por los estados anteriores. Es importante mencionar que, en la época de Laplace, por un lado, la mecánica newtoniana no tenía rival como racionalidad para conocer la verdad sobre la naturaleza y, por otro, las leyes mecánicas no estaban separadas de la ontología propia de la filosofía mecánica.

      En este contexto, las causas de los movimientos son las interacciones y los estados de los movimientos anteriores de cada uno de los cuerpos: fuerzas, masas, velocidades. Pero si bien Laplace utiliza la palabra causa, la noción de causa que emplea ya no es obviamente la clásica. Se trata ahora de una causa que solo refiere a la dinámica del sistema. Es decir, la identificamos como causa solo en tanto que es expresión de una regularidad, que se puede expresar mediante una ley matemática y que se puede contrastar experimentalmente. Vemos así que se ha consumado en la práctica la subversión en el orden de prioridades: la ley natural es ahora la categoría de determinación prioritaria.

      También resultan iluminadoras las afirmaciones de Laplace