Desvestir al ángel. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013416
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día sí que fue memorable... Kiko solo tenía veinticuatro años cuando ganó a Gibbins. ¿Sabéis cuánto tiempo llevaba el hombre dedicándose a la ley? Más de una década. Creo que lo tengo grabado. Fue un juicio a puertas abiertas.

      Aiko apretó los labios y cerró los ojos un segundo. Mio sonrió para sus adentros al ver que le afectaba más a ella que a sí misma la indiferencia de su madre. Dio un golpecito con el borde de la uña sobre el plato para llamar su atención. Aiko la miró con una mueca de consternación, a lo que Mio negó con dulzura. Le hizo una señal para que respirase hondo.

      —Mamá, déjalo. Seguro que Mio iba más guapa que yo. A ella siempre le han quedado mejor los vestidos ceñidos.

      —Sí, claro, eso es cierto. Lo malo fue cuando dio el discurso de cierre. No te haces una idea de cómo se trabó al dar su discurso en el estrado... Qué vergüenza pasó.

      —Qué curioso, yo también estaba allí y no recuerdo nada de eso —comentó Marc, que comía tranquilamente. Envidió con todas sus fuerzas su actitud y la deseó para sí.

      —Y no es como si te quitaran el título por balbucear un poco

      —resolvió Aiko, cada vez más crispada.

      Mio le dio las gracias con una mirada, aunque en el fondo quería levantarse y darle un buen guantazo. ¿Cómo se le ocurría intentar hacerla protagonista? ¿Y cómo se le ocurría a ella aceptar a ser el conejillo de indias de un experimento que evidentemente, iba a fracasar? Ojalá estuviera en casa, sobando a Noodles mientras se regodeaba en su soledad.

      —Lo importante es que se ha graduado, todos coincidimos en eso —intervino el padre—. A este paso pensamos que no lo haría. Primero idiomas, luego dejándolo para meterse a enfermería, en la que no duró ni tres años, después el módulo de informática… Al final, Derecho. Tuvo que suspender dos veces antes de conseguirlo. En fin, te ha costado lo tuyo. No eres una gran nota, pero por lo menos puedes ejercer.

      Mio agachó la cabeza, avergonzada. Notaba la mirada de Caleb sobre ella. Le daba miedo levantar la barbilla y descubrir la compasión en sus ojos, así que pretendió preocuparse por los dibujos de la servilleta.

      «Menuda palurda estás hecha».

      «Gracias, Miss Subconcious, tan comprensiva como siempre».

      «Tú no quieres compasión, quieres salir de aquí».

      —Es difícil acertar a la primera —volvió a intervenir Marc. Le guiñó un ojo a Mio, que se ruborizó—. Mi hermano estuvo un año en Bellas Artes y estudió Psicología antes de probar con Leyes... Y miradlo, en Leighton Abogados haciéndome competencia.

      —Es bastante mejor que tú en algunos aspectos, de hecho —se metió Aiko. Se recogió la melena en una coleta alta y la dejó reposar sobre el hombro—. Lo importante no son las notas, sino la aplicación. Y sobre eso he estado pensando que...

      —Sobre eso... —intervino Raúl—. ¿Qué vas a hacer ahora que estás de baja?

      Aiko presionó los labios en una línea.

      —Trabajaré desde casa, dedicándome a los casos que me quedan. Quería llegar a este tema para hablaros a todos de una decisión que he tomado sobre mi despacho —anunció, estirándose—. Ya que va a estar libre por unos cuantos meses, he pensado que...

      —¡Aiko! —exclamó la madre, con los ojos clavados en su escote—. ¿Qué es eso que tienes ahí? ¿Es un anillo de compromiso?

      Mio levantó la cabeza de golpe y se fijó en que, efectivamente, del cuello de Aiko pendía un colgante con un anillo. Era lo bastante largo para ocultarlo entre los pechos, pero en un mal movimiento se había escapado de su encierro. Ella corrió a cubrirlo con la mano. Era tarde.

      —Me ofende, mamá —habló Marc, aburrido sobre su plato de comida—. No se me ocurriría pedir la mano de Aiko con un anillo como ese. El de compromiso lo tiene escondido en un cajón.

      Aiko apretó los puños visiblemente y le lanzó una mirada rabiosa al rubio.

      —Y estaba guardada en un cajón por un motivo...

      —¡¿Es verdad?! —exclamó Aiko I—. ¡¿Te vas a casar con Marc?!

      Caleb se atragantó con el agua que estaba bebiendo, iniciando un ataque de tos que fue doblemente peligroso por la mirada de odio que le dirigió a Marc. Este abrazó el respaldo con actitud chulesca. Raúl escupió el trozo de carne que se había metido en la boca... Y empezaron las preguntas.

      —¿Es una broma? —carraspeó Caleb.

      —Sé que los hombres como tú celebráis la fiesta de los inocentes todos los días, pero aún no estamos a uno de abril —respondió Marc.

      —¿No es un poco pronto? —opinó Raúl—. No hacen ni dos años.

      —¡Y son muchos los preparativos que hay que llevar a cabo!

      —continuó Aiko I—. Con tu salud, es peligroso que te pongas a organizar un evento semejante... Pero ¡oh, Dios mío! ¿Cómo te lo pidió? ¿Aiko?

      Aiko no dejaba de mirar a Mio con ganas de echarse a llorar, y Mio, que estaba lo suficientemente apegada a su hermana para haberse tragado tres conciertos de Pablo Alborán sin gustarle un pelo, sintió en sus carnes la frustración que expresó.

      —No os he invitado para hablar de mi boda. Por algo no me he puesto el anillo y lo llevaba escondido entre las tetas. ¡Ni siquiera para hablar de mí! Me parece increíble que no le podáis dedicar un solo día a ella... ¡Un puto día! —gritó, señalándola—. Se acaba de graduar y...

      —Por supuesto. Y estamos muy orgullosos. Nos alegramos mucho por ti, corazón. —Aiko I miró a su hija menor con ojos tiernos—. Pero era algo que sabíamos que iba a ocurrir. Algún día tenías que aprobar.

      Aiko se levantó de golpe. Su tenedor cayó al suelo; Marc se agachó y lo recogió con amabilidad. Mio asistía al espectáculo horrorizada, con un nudo en la garganta. Su hermana no se enfadaba nunca, pero cuando lo hacía… El riesgo de derrumbamiento era tal que había que bajar al búnker.

      —¿Es en serio?

      —Kiko, cariño. No te pongas así... Con lo delicada que eres no te vienen bien estos disgustos, y...

      —A la mierda —murmuró por lo bajo—. Tienes razón, no me vienen bien estos disgustos. Pero no soy yo la persona de la que te debes preocupar, porque la que peor lo pasa aquí siempre es tu hija menor. Se acabó... Bueno, antes voy a decir para lo que os he reunido: he decidido que Mio va a ocupar mi sitio en Leighton Abogados. Mi despacho y todas mis competencias. Y si cuando vuelva lo ha hecho bien, cosa que no dudo, le daré uno a ella. Una placa con su nombre en la puerta…

      Si tú lo quieres, claro —añadió, girándose hacia Mio.

      No le dio tiempo a mirarla con cara de «¿cómo dices que dijiste?». Aiko fue más rápida que nadie disculpándose y abandonando la mesa, y dígase de paso... Dejándola con dolor de cabeza y los nervios a flor de piel. ¿Qué había sido eso? Aiko nunca antes enfrentó a su familia, básicamente porque no solía darse cuenta de lo que sucedía. Mio tuvo que espetárselo una vez, no hacía mucho tiempo, para que abriera los ojos. No imaginaba que ocurriría algo así, y por eso no sabía si sentirse halagada, o entristecerse, o mosquearse... A fin de cuentas, si lo que esperaba era que le prestasen más atención, no lo había conseguido. Todo lo contrario. Marc y Caleb casi se empujaron para ir tras ella, igual que su padre y su madre, dejándola sola en la mesa.

      Mio se quedó allí en medio con cara de haberse tragado un ajo, dividida entre el «gracias por intentar que alguien me quiera un poco» y el «te mataré por hacer que me odien más». Nadie quería mosquear a Aiko, y si ella era la culpable de su enfado, quedaría totalmente justificado que su madre la mirase por encima del hombro y le soltara un: «estarás contenta». Que no lo hizo, pero casi.

      Entre tanto malestar, dilema y desesperación, Mio no dejaba de repetir