Desvestir al ángel. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013416
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de trabajo. Traje sin corbata, gafas y ojeras de llevar horas dando vueltas al mismo caso. Estaba cansado y lo último que necesitaba era que ella se pusiera a gritar y rompiese a llorar en sus narices, pero había suspendido. Estaba suspensa y, para colmo, se había reencontrado con Caleb Leighton en términos lamentables después de casi un año.

      No es que fuese simpático con ella. El noventa y nueve por ciento de las veces era cordial y distante. El uno restante se cabreaba tanto como esa noche. Hacía tiempo que Mio debería haber abandonado la esperanza de que le sonriera. O la abrazara. O tuvieran una conversación tranquila, sin exabruptos o tensiones. Pero era de esas chicas que vivían de sus sueños, y no podía dejar de fantasear con que un día la tratara como a Aiko.

      Entre que en ese momento se sentía una fracasada, y que el mayor fracaso de su vida antes del Derecho se había presentado ante sus narices para humillarla, sentía que fuera a explotar. Era demasiado en una noche.

      —Llevaba meses estudiando para el examen —confesó entre sollozos—. Aiko me dio todos sus trucos, me... me lo explicó todo cien veces, e incluso fui a la capital para asistir a una escuela de leyes que te preparaba el BAR... Y he suspendido. Me he quedado a un punto de la C, a un solo... Un solo punto.

      Se abrazó a sí misma y escondió la nariz.

      —¿No puedes dejar que me sienta mal a solas? ¿Que me regodee en mi miseria sin espectadores?

      Los ojos de Caleb centellearon.

      —No, no puedo dejarte. Nunca —espetó, con especial vehemencia. Mio no captó la ligera inclinación a la vulnerabilidad en su tono—.

      Y a mí me ha parecido ver a varios espectadores ahí dentro.

      —Pero ellos no son tú.

      —¿Te refieres a que yo no soy un predador sexual al acecho? ¿A que yo no te estaba pagando chupitos para violarte una vez cayeras desmayada? Porque en eso estamos de acuerdo.

      Mio estaba demasiado sumida en su propia desesperación para entender lo que decía.

      —Me refiero a que tú eres… eres perfecto.

      Él se estremeció.

      —¿Es ironía? ¿Lo dices por lo que he soltado antes sobre la madurez? Claro que no soy perfecto, joder. Estoy muy lejos de eso. Y si necesitabas consuelo, podrías haber ido a verme. —Vaciló y tragó saliva—. O a tu hermana.

      —¡Claro que no! ¡Eres la última persona a la que acudiría!

      Caleb desvió la mirada.

      La odiaba tanto que no la podía ni ver.

      —Ya sé que no soy el mejor consolando a nadie, pero esos capullos tampoco iban a hacerte sentir mejor, ¿sabes?

      —No hablo de eso, sino… —Jadeó, llorosa—. Tú ya eres abogado, Cal. Siempre has tenido las mejores calificaciones, has sido el becario y junior estrella, y ahora diriges un bufete de renombre. Eres un triunfador, tanto tú como Aiko. No quería que ninguno de los dos me vierais así, ni que supierais que he fracasado. No he aprobado, no tengo nada. No es justo que hayas venido tú, porque no puedes entenderme.

      —Repito que la maldita solución a tus problemas no es quitarte las bragas delante de un grupo de desconocidos. Se estaban frotando la polla mientras bailabas, Mio, por Dios. —Dio un paso errático y la cogió del brazo, por si el contacto resultara más efectivo a la hora de despertarla—. ¿Tienes idea de lo que podría haber pasado?

      Mio levantó la barbilla y lo miró con los ojos tan abiertos como se lo permitía el sueño, la tristeza, la decepción... Y la esperanza. Nunca perdía la esperanza, jamás.

      ¿Era preocupación lo que había en su semblante, o seguía paranoica?

      —Que no habrías venido a por mí y me habría pasado otro año sin verte —probó, perdida en sí misma—. Te echo de menos, ¿sabes?

      Lo sintió tensarse. Por un momento pareció que iba a responder, pero volvió a sellar los labios.

      —Métete en el coche. No me gusta que estés medio desnuda en una acera.

      Su rechazo radical al deseo de expresar cómo se sentía le hizo daño, y como hacía casi siempre, se disfrazó de energúmeno para protegerse.

      —No estaría desnuda en medio de ninguna acera si no me hubieras sacado a rastras del bar.

      Caleb se plantó delante de ella con solo un paso.

      —¿Es que no me escuchas cuando hablo? ¡Estabas en medio de un grupo de violadores! —gritó, por fin perdiendo los nervios—. Si lo que buscabas era que te manosearan por turnos, yo mismo te meteré de nuevo ahí dentro, pero me decepcionaría mucho que eligieras esa opción. Pensaba que querías ser como tu hermana, no que planeabas convertirte en una imprudente moviéndole el culo en la cara a todo el mundo para llamar la atención.

      Zas. O casi zas. Caleb debió haber visto venir la bofetada mucho antes de hacer su comentario, porque se retiró justo a tiempo. Estaba segura de que era un golpe merecido, pero él no lo dejó correr. La agarró por los hombros y tiró de ella hasta meterla en el asiento del copiloto. Mio se resistió a su empuje durante casi un minuto de reloj, lo que significaba que Caleb no se estaba esforzando demasiado; si él quisiera podría partirle el cuello con dos dedos, ni hablar de su facilidad para encerrarla en el Audi. De todos modos, lo consiguió, y bloqueó la puerta con las llaves del coche para que no escapara.

      Mio contuvo el aliento durante los segundos que siguieron. No se atrevió a mirarlo. Si lo hacía, le apuñalaría con el aro del sujetador por insinuar que era una zorra. O le pediría perdón por haberse atrevido a pegarle. Ella, golpeando a Caleb Leighton... Bueno, en realidad lo hizo muchas veces cuando eran niños. Y no tan niños. Se había comido hostias como panes, el pobre. Tanto que Aiko tenía que ir a separarla. Pero esa vez era distinto.

      Observó por el rabillo del ojo cómo arrancaba el motor y se remangaba la americana para empujar la palanca. Caleb la miró de soslayo, aún tenso, y pisó el acelerador. Utilizó un instante fugaz para echar un vistazo a Mio, que se sintió atrapada entre aquel abanico de pestañas negras. Intuyó un brillo especial en sus ojos.

      —Se acabó —concluyó él. Mio notó el peso de una tela sobre las piernas; su tanga—. No pienso cuidar más de ti. Ni por orden de Aiko, ni por orden de nadie. ¿Quieres comportarte como una suicida? Adelante. Ya no es mi deber aparecer en el último momento para ayudarte.

      Mio se giró para encararlo con renovada energía negativa.

      —Deja de actuar como si fueras un héroe y no pudiera vivir sin ti —resolvió, mucho más dolida que molesta—. No te necesito.

      —Claro que no —gruñó—. Necesitas un jodido psiquiatra.

      Pisó el acelerador de golpe, haciendo que Mio rebotara contra el respaldo.

      —¿Por qué me tienes que tratar así?

      —¿Es que no te das cuenta de que lo tuyo no es normal? —bramó él, sin despegar la vista de la carretera. Cambió a segunda como si la palanca le hubiera hecho algo—. No quiero hablar más. Esto se ha terminado. Me desentiendo de ti.

      Mio se quedó helada. Se desentendía. Se desentendía de sus apariciones estelares en momentos de máxima tensión: únicas circunstancias en las que lo veía, aparte de reuniones familiares que se celebraban en fechas clave, como cumpleaños, aniversarios y fiestas nacionales. No me malinterpretéis: no es que Mio armara escándalos y arriesgara su integridad para que Caleb fuera a buscarla. Nunca lo molestaba adrede, ni lo haría sabiendo que ya lo ponía a rabiar sin querer. Imaginaba que, como pusiera todo su empeño en sacarlo de sus casillas, directamente le provocaría un infarto. Y no quería que Caleb Leighton se terminara.

      Pero se acababa. Él lo había dicho.

      Se acababa la escasa y triste relación que les unía, que, por escasa y triste que fuera, al menos le proporcionaba unas cuantas horas con él de vez en cuando. Y