Desvestir al ángel. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013416
Скачать книгу
de amores, el Jägermeister va muy bien.

      —Caleb, deja de comportarte como un estúpido y un envidioso

      —le espetó, poniendo los brazos en jarras—. Si me quieres tanto como afirmas, debes madurar y reconciliarte con él. Y te recuerdo que tú y yo tenemos una charla pendiente al respecto. Una que no dejas de esquivar.

      —Kiko, ya soy uno de los padrinos de tu boda y voy a tu casa a almorzar sabiendo que está él. Hago todo lo que puedo. No me exijas más. Ese tipo no va a ser mi amigo nunca.

      —Es porque no le das ninguna oportunidad. Cal, te conozco. Sé que no le echas la cruz a cualquiera, y ni mucho menos solo porque cometiera un error.

      —La mierda que te hizo no me parece ningún error. No quiero ser un aguafiestas y soltarte esto a poco tiempo de la boda, y menos cuando te lo he repetido mil veces, pero no es bueno para ti. Es un cabronazo, y no vas a hacer que cambie de opinión.

      —¿Quién está hablando aquí? ¿Tú, o tu orgullo herido? No lo puedes odiar de esa manera por haber manejado mal una relación que no te incluye. Y menos cuando solo se equivocó al principio.

      —No es solo eso. Sabes que es mi archienemigo mucho antes de que coincidierais. ¿O se te olvida por qué siempre dices que «me gusta lo mismo que a él? El muy cabrón me ha levantado a todas las tías cuando estábamos juntos en el bufete, y me ha destrozado en los juzgados… Por no mencionar que se acostó con la única mujer con la que me atreví a tener algo serio. No voy a sentarme a comer en su mesa y brindar por nuestra amistad cuando aún me acuerdo de su cara cuando los pillé.

      Por fin lo había soltado. Toda la verdad sobre Marc Miranda, que destrozaba a Casanova en conquistas y dejaba en paños menores al más malo de los malos cuando se lo proponía. La reacción de Aiko no fue la esperada. Pensaba que conseguiría disuadirla de seguir adelante confesando la gran penuria de su vida, pero no. Ella solo lo miró sorprendida.

      —Así que es eso. Lo odias porque fue el que se acostó con Diane, no solo porque sea mejor que tú en el trabajo —murmuró, con tono de haber descubierto la pólvora. Con pólvora le gustaría a él hacer volar a su novio—. ¿Por qué no me lo dijiste desde el primer momento? No me digas que es porque no querías hacerme daño. Lo que hiciste en los meses posteriores y sigues empeñándote en hacer después no es mucho mejor. Tus pullitas me han estado cansando.

      Caleb relajó los hombros de un suspiro.

      —Lo siento —dijo de corazón—. Al principio no quería condicionar tu opinión sobre él, y el shock no me dejó reaccionar. Cuando lo asimilé... Me puse un poco gilipollas, lo admito.

      Puso los ojos en blanco al comprender el significado de su ceja alzada.

      —Vale, me puse muy gilipollas. Pero tú también tienes lo tuyo. Te tuvo que gustar el peor, el más inconveniente. Ya sabes que, si te hacen daño a ti, me lo hacen a mí. Alguien tiene que guardar rencor, y por lo visto las Sandoval no sois esas personas.

      —Caleb —interrumpió suavemente—. Ha pasado un año desde lo que pasó entre nosotros. Ya no es ese hombre malvado. Yo lo he superado, él se ha perdonado a sí mismo... Tienes que pasar página, como todos.

      —Sigue pareciéndome imbécil. Es algo que está en su ADN. Aunque no te hubiera hecho nada, y aunque no me hubiera hecho nada a mí... Es mejor abogado que yo, y eso me revienta —masculló con voz de niño pequeño—. Es increíble que hayas decidido casarte con el único hombre que me rompe las pelotas y me gana siempre.

      Aiko se colocó bien el escote del primer vestido, y sonrió con la socarronería que le había contagiado su novio.

      —Cariño, me caso con él por eso. Respecto a lo de Diane, creo que tenéis una conversación pendiente —añadió, con aire misterioso—.

      Es verdad que me costó mucho confiar en que mantendría los pantalones en su sitio, con esa cara y labia que se gasta, pero me demostró que era de fiar.

      —Aiko, haría falta ser mucho más que gilipollas o mujeriego para ponerle los cuernos a alguien como tú. Por ejemplo, un suicida. Le avisé de que como te hiciera algo, le partiría la cabeza, y sabe que yo no soy tan elegante como él. No siempre creo en el arte de la conversación.

      —Sí, suele recordármelo a menudo —rio, encantada—. Ya no tienes que protegerme de los hombres malos. He aprendido a contentarlos, y a enseñarles a contentarme a mí.

      —Pues será la costumbre. Te he tenido que consolar demasiadas veces cuando eras adolescente, y te he cubierto cuando ibas a casa de alguno otras tantas. Joder, Aiko, entiéndeme. Me he pasado toda la vida haciéndole creer a tus padres que era el novio para que no estuvieran encima de ti, porque conociéndolos, te encerraban en una torre, para que ahora te cases con el peor de todos.

      —Vamos, si no desmentías el mito de que éramos novios, era porque no querías decepcionar a mamá... Y lo sabes. Y porque si no, no había manera de explicar que durmiéramos en la misma cama. Salvo que fueras gay, y no queríamos que te endosaran al vecino, ¿verdad que no?

      En el proceso de fingir un estremecimiento, Caleb se estremeció de veras. No tenía nada en contra de los hombres como compañeros de cama, aunque no le interesaran en absoluto, pero aquel vecino amigo de Aiko y Raúl era la criatura más horrenda que hubiera visto. Como decía Otto, «era tan feo que bebía de orinales». No dudaba que Aiko I, con su afán de casamentera, se lo habría endosado.

      —No sabes cuánto me alegra saber todo esto —suspiró ella, apartándose el pelo de los hombros—. A veces te cabreabas tanto cuando me veías con Marc que dudaba y me he creía tu propia mentira, esa de estar locamente enamorado de mí.

      Caleb la miró con una mueca de espanto.

      —¿Estás de coña? Sabes que te quiero más que a mi propia vida, pero no te haría el boca a boca ni para resucitarte.

      —Vaya, gracias —ironizó ella.

      —Eres preciosa, no me necesitas para alimentar tu ego. Y al igual que a mí, no te va el incesto.

      —Claro que no, pero es que no le encontraba explicación a que te mosqueara tanto la boda...

      —¿No te parece suficiente saber que tendré que pasar la Navidad a su lado durante el resto de mi vida?

      —Pobre Caleb Leighton... Qué cruel y desconsiderada es su mejor amiga Aiko —se burló. Le dio un golpe en el hombro con el puño cerrado—. Supera a Diane de una vez, machote.

      —A mí Diane me importaba una mierda, solo fue un duro golpe a mi orgullo.

      —¿Sabes? Estás sonando como Jesse cuando le dan calabazas. ¿Quién es el machista ahora?

      —Marc —respondió Caleb, como si fuera una pregunta estúpida—. Y ese vestido te hace gorda.

      —No, no me hace gorda porque no estoy gorda.

      —Ya, solo te estaba molestando. Voy a hacer tu vida insoportable por encasquetarme a Mio y a Marc.

      —Maravilloso. Puedes empezar yendo a por mi hermana y diciéndole que pase por aquí para ver qué tal me queda.

      Caleb asintió. Pero antes de salir, lanzó una mirada divertida a su mejor amiga.

      —¿De verdad pensabas que estaba enamorado de ti? —Negó con la cabeza—. Egocéntrica…

      —¡Oye! ¡No tengo la culpa de que mandes señales contradictorias!

      Caleb la dejó hablando sola. Lo pensó un momento antes de salir del probador, y casi se echó a reír. ¿Él, enamorado de Aiko? Era una de las cosas más surrealistas que había oído nunca. Por supuesto que llevaba años aguantando bromas, insinuaciones y sugerencias de aquel tipo. Todo el mundo —familiares, amigos, compañeros— estaba tan seguro de cuáles eran sus sentimientos que ni preguntaban, directamente lo daban por hecho: Caleb Leighton bebía los vientos por Aiko Sandoval, solo porque se desvivía por ella. Sin embargo, que la misma Aiko se lo hubiese