Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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un hombro—. Pero vayamos al grano... ¿Por qué tarda tanto Victoria?

      —Sobre eso... Le he dicho que viniese un poco más tarde. Antes de que me eches un mal de ojo por jugar con tus importantes horarios, deja que me explique: he ponderado tu tardanza habitual y la conversación que quiero tener contigo, y me ha salido una media de cuarenta

      y cinco minutos. Los quince restantes son para comentarte que la

      universidad está organizando un reencuentro de los alumnos que se graduaron antes del dos mil, y rogarte hasta que cedas para estar

      presente. Es una especie de homenaje a la moda de los noventa, y...

      —¿Por qué demonios iba a ir yo a eso?

      —Porque hay bebida gratis...

      —Sabes que no puedo beber. Parece mentira que tú me jodas con eso.

      —Me refería a refrescos, Marc, no hace falta que te pongas en lo peor. Igualmente, ese es el último punto a tratar. Antes quería ponerte al corriente de algo que he estado barajando en los últimos días.

      Observó que se doblaba sobre un costado para levantar un maletín. Lo abrió sin muchas florituras ni tarareos musicales de fondo, lo que ya era bastante raro en él, y sacó una serie de folios grapados y firmados, que le entregó con expectación. Marc arqueó una ceja antes de echar un vistazo rápido a las palabras subrayadas. Una de ellas llamó su atención.

      —¿Dimisión? —espetó mirándolo con el ceño fruncido—. ¿Bromeas? ¿Le has pedido a Moore una hoja de dimisión a mis espaldas y sin consultarme antes?

      —Espero que lo digas porque quieres ser más que Moore y no porque tenga que pedirte permiso para dejar un trabajo.

      —Claro que no me tienes que pedir permiso, pero fui yo el que te consiguió el trabajo e intercedió por ti las mil veces que has hecho estupideces. Yo fui quien dio la cara cuando te peleaste con aquel juez, y quien te ha cubierto la espalda al cagar varios casos que te obcecabas en coger. ¿Y ahora me entregas la ficha ya rellena y firmada por ambas partes? ¿Qué coño significa esto, Jesse? ¿Me avisas, o me pides aprobación?

      —Sabía que te pondrías así.

      —Claro que me pongo así —rugió—. Primero te estampas con el coche en la interestatal y pasas una noche inconsciente, después te pones a vivir en la cochera y ahora dejas tu trabajo. ¿Cuántas jodidas cosas más vas a hacer mal porque tu mujer te ha dejado? Estar soltero no te da la excusa de abandonar la vida responsable y convertirte en un miserable.

      Jesse lo miró con seriedad.

      —No lo hago porque quiera ser más miserable. Cambio de bufete para evitar cruzarme con ella.

      —Es una forma de condicionar tu vida a lo que haya pasado con alguien externo.

      —No es alguien externo. Es mi mujer.

      Marc levantó los papeles del divorcio, calientes aún por la reciente impresión.

      —No, Jesse. Ya no lo es.

      —Aún no he firmado.

      —Pero vas a hacerlo.

      —Escucha —interrumpió alzando una mano—. No estoy huyendo de aquí, ni lo hago para hacer feliz a nadie, solo es una manera de facilitar las cosas. Yo no me muero por este sitio, ni siquiera me mata mi trabajo: no me importa a dónde ir. Pero ella adora su despacho, su gente, y fue primera de su promoción. Lo justo es que, para no afectar a nuestra carrera, y evitarnos el sufrimiento cada vez que nos crucemos... trasladé mi expediente laboral a otro bufete.

      Marc plantó los folios sobre la mesa con un golpe seco y lo enfrentó, irritado.

      —Ahora me vas a decir que te largas a Leighton Abogados.

      —Sí.

      Contuvo una risa amarga. Genial. Esa era una de las partes malas de tener amigos —porque con un hermano, al final, se mantenía una relación amistosa—: que se les daba el poder de hacerte daño, y te lo hacían. La mayoría de las veces sin querer, como era el caso. Jesse qué diablos iba a saber sobre la opinión que Marc tenía de aquel bufete concreto. O, más bien, del tipo que lo dirigía. Era una de las maldiciones de ser él mismo, que le irritaba todo lo que hacían los demás porque no le tenían en cuenta, y no lo tenían en cuenta porque nunca decía lo que le molestaba. Así era imposible evitarle las molestias. Pero ¿qué sentido tendría decir que Caleb Leighton y él se odiaban por una historia pasada, que les había afectado por igual? Tener a su hermano haciendo buenas migas con ese tipo —porque las haría, era algo que estaba en él— no le simpatizaba en absoluto, y era algo rotundamente egoísta. Por eso no se molestaba en decirlo, por muy humano que fuera.

      Eso por no mencionar lo mucho que se notaría su ausencia allí. Marc necesitaba a su hermano. No se lo confesaba porque no hacía falta. Él lo sabía, era consciente de que su comprensión y su simpatía le rescataban a diario de su controlada tendencia a la agresividad. Otra razón altamente egoísta por la que deseaba retenerlo. Aquel asunto le había tocado en todos los aspectos en los que podía, porque, además, sabiendo él lo que era irse de un lugar por la ruptura con alguien, no quería que Jesse lo viviera. Victoria no era comparable a Sabina: en un divorcio no solía haber culpables, a diferencia de cuando se trataba una serie de infidelidades crueles y sistemáticas. Pero Jesse no tenía por qué renunciar a su grandeza y sus oportunidades por una mujer.

      —Sé en lo que estás pensando —habló su hermano. «Lo dudo bastante»—, pero te aseguro que es lo mejor que podría hacer. No me sentiré cómodo aquí, ni ella tampoco. Tori quiere poner distancia para recuperarse y... Yo no quiero ni distanciarme ni recuperarme, lo admito, pero si es lo que necesita no puedo hacer otra cosa que dárselo. He tenido que hacer cosas mal si quiere divorciarse, y no es tarde para redimir esos errores, ¿no?

      Marc ni se movió, se encontraba sumido en sus pensamientos. Era lamentable lo fácil que le resultaba a su cabeza dar un giro de tuercas y recuperar todo lo que le afectaba con el solo incentivo de su hermano despidiéndose. Lo fácil que era para su mente llevárselo a lo personal. Se pasaba la mayor parte del día irritado, harto, y también lleno de ideas creativas que le salvaban de los dos síntomas anteriores, pero bastaba un pequeño desbarajuste en su rutina, un cambio de planes desagradable, para que todo se disparase. Odiaba que las circunstancias le llevasen la contraria a su programa, y también odiaba que no le diesen la razón cuando decía algo, pero era irracional. Al final solo odiaba ese cúmulo de nervios impotentes que le dejaban mal cuerpo, y en el peor de los casos le incitaban a golpear cualquier cosa.

      Gracias al cielo, llevaba unos cuantos años sabiendo cómo enfrentarse a sí mismo. Así que se controló hasta que pudiese desahogarse como era debido.

      —Es tu vida. Tú decides lo que es mejor.

      —Ya no estoy viviendo en la cochera. Me ofreciste la casa de tu madre, ¿recuerdas? Y hace días que no bebo. Solo fueron unos días malos, te aseguro que con lo del choque aprendí la lección. Ahora cojo la bicicleta para ir a todas partes.

      Marc no levantó la mirada de los documentos.

      —Como sea.

      —¿Estás bien?

      —Perfectamente. ¿Cuánto le queda a Victoria?

      —Supongo que estará al caer, quedan unos diez minutos y ella suele llegar antes de la hora.

      Marc asintió y se sumió en el silencio que le hacía falta para no armar una gorda. Prefería no discutir por algo que ya estaba decidido y que no era de su incumbencia. Si Jesse se hacía amigo de Leighton tampoco podría contar como traición. A fin de cuentas, Caleb solo fue otra víctima en aquel juego de tres, lo que no quitaba que le tuviese un poco de ojeriza. Era una emoción injusta, desde luego, pero no ayudaba a mejorar su forma de verlo el hecho de que este hablase pestes de él. Y, además, dudaba que ese tipo fuera a causarle problemas, así que mientras estuviera lejos de su mapa de acción, le daba igual su opinión.

      Unos minutos después, Victoria aparecía