Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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de carne incapaces de aportar nada a su vida, sino porque sentía que para tratar con la mayoría de ellas por mucho tiempo había que poseer una sensibilidad especial y ser constante en el trato, y él no podía prometer ninguna de las dos cosas. Además de que, de ser posible prefería tirárselas.

      De todos modos, y solo por llevar la contraria, se defendió del muy bien fundamentado ataque.

      —No sé por qué te haces la sorprendida. Tú misma eres un ejemplo de amiga mía.

      —Cariño, eso es porque te tomas muy a pecho tus códigos, y una de las reglas de los Miranda dice que te puedes follar a la mujer que te dé la gana... menos a una que se haya follado antes tu hermano.

      Marc sonrió.

      —Tú te acostaste con el hermano que no considero hermano, así que si no has caído en mi cama no es por códigos, sino porque eres pelirroja y no me apetece.

      —¿Perdona? Si no he caído en tu cama es porque no me apetece a mí. ¿Qué te crees, que no podría convertirte en mi perro faldero si me diese la gana?

      —Nena mía, no dudo que podrías convertir en un perro a cualquiera, pero los Miranda te dan miedo. No lo habrías intentado conmigo. Y, ¿qué hemos dicho de la palabra con efe en el trabajo? Hay que ser elegante, My Fair Lady1.

      —¿My Fair Lady, en serio? Ya ni te molestas en esconderte de tu labor social elitista hacia los marginados malhablados, o ya puestos, los feos obesos —añadió levantando las cejas—. ¿A qué ha venido esa elección de júniores? ¿Y cómo es que lo has ascendido a adjunto personal con una sola entrevista? No me digas que no es porque sientes el deseo de convertirlo en tu miniyo.

      Marc contuvo una carcajada de incredulidad. ¿Convertir a alguien en él mismo? Desde luego sonaba a algo que le diría a cualquier inquieto y curioso que metiese las narices en sus elecciones, pero distaba mucho de ser la verdad. En Hugo había visto a un tipo auténtico, honesto y sin miedo a nada: era él quien pretendía empaparse de eso, no a la inversa. Necesitaba gente real en su vida, que no tuviese una segunda cara o intenciones ocultas.

      —Tengo que recomponer el corazón de mi hermano y ya llego tarde, Nick. ¿Crees que podrías esperar a las doce para seguir pensando que quiero convertirme en un role model?

      —De acuerdo, de acuerdo, se nos ha desviado la conversación.

      —Levantó las palmas de las manos—. Solo dime a qué vino lo de la amistad repentina entre miss Japón y tú..., y qué vas a hacer ahora.

      —Estaba todo calculado. Es una mujer que necesita confianza y sensibilidad para abrirse. Con mi amistad le demuestro que puedo ser su confesor y su compañero de crímenes, y en cuanto a lo otro... Un brote alérgico provocado, unos cuantos aspavientos fingiendo pánico, y ya estaba apiadándose de mi pobre alma mortal.

      Una mentira tras otra. Primero, dudaba bastante que Aiko necesitara confianza y sensibilidad: había tenido unas cuantas salidas que denotaban que sabía defenderse de forma mezquina, dar en los puntos débiles de otros, y eso significaba que no era tan buena como pensaba. En segundo lugar, ser su amigo no era nada que tuviese en mente cuando la vio, básicamente porque esta se quedaba en blanco en esos casos: tenía que recurrir con las alarmas encendidas a cualquier frase estúpida para salvar el silencio en el que quería quedarse para admirarla. Sin embargo, la conversación fue conduciendo a la amistad... Y no le quedó otra que coger el guante, y ahora prepararse para ser su amiguito fiel. En cuanto al brote alérgico... Él se había plantado en el bufete de Leighton con el objetivo de hacerse ver irresistiblemente sexy, por Dios. Esa era su virtud y lo que debía potenciar; el atractivo físico. Si hubiera tenido una jodida idea de que se le iba a quedar la cara como el relleno de un chorizo, habría aparecido con máscara de gas y tres pares de guantes.

      Aunque en su defensa debía decir que no le salió nada mal, salvo por el ataque de pánico que se le descontroló más de lo que le habría gustado al ver la aguja. Llevaba huyendo de esos instrumentos demoníacos desde la última vez que le inyectaron, y era lógico. Lo suyo no era una fobia normal, sino un temor justificado que arrastraba desde los diez años.

      Pero nada de eso era de la incumbencia de Nick, a quien ya veía bastante involucrada en un tema que Marc se estaba tomando muy a pecho.

      —Vaya... Sí que eres manipulador.

      Y ahí estaba el secreto de su fama: que su correspondencia con la verdad fuese nula. Era mucho más fácil mentir para infundir respeto en los demás que admitir que había estado soñando con la misma mujer durante seis noches seguidas. No era muy conveniente que eso se supiera.

      —Ya me conoces. Ahora me interesaré por sus aficiones, sus miedos, su familia... Conocerla. Y entonces se enamorará.

      —¿No hay riesgo de que te encaje en la «zona amigos»?

      Marc suspiró muy aliviado para sus adentros. Gracias al cielo, no, no había ni el más remoto riesgo. No necesitaba poner en práctica sus pulidas tácticas de desciframiento para entender lo que pasaba por la mente de Aiko Sandoval, que esa mañana en urgencias quedó bastante claro: la decepcionaba la idea de ser su amiga.

      Pues ya eran dos. Marc nunca había tenido tantas ganas de romper su «amistad» con alguien, y ya puestos, de inaugurar un nuevo estadio en su relación con un polvo tántrico. O seis. Que pagara en folladas por colarse en sus pesadillas.

      —¿De verdad lo preguntas? Tú misma lo has dicho. Las mujeres no pueden ser mis amigas. —Y le guiñó un ojo, a modo de despedida.

      Agarró los documentos del divorcio y cruzó el pasillo hacia la reunión. Pensaba todavía en la canallada de tener que fingir camaradería con una mujer que le ponía cachondo. Él no era uno de esos adeptos de Harry Burns2 y su teoría básica sobre la imposibilidad de la amistad entre sexos. Sin embargo, creía en las dificultades de esa relación en algunos casos, como aquel al que se iba a enfrentar enseguida. Solo por la cara que le vio a su hermano antes de entrar en la sala, supo que volver a ser amigo de su ex le costaría años, si es que alguna vez lo lograba.

      —Por fin llegas, Piolín. ¿Hay alguna razón secreta por la que siempre aparezcas tarde? Te da siempre el apretón por alguna dolencia endocrina, o te gusta hacerte el difícil, o sufres algún tipo de TOC que te obliga a hacer pausas para comprobar cerraduras...

      Marc tomó asiento en el sillón que presidía la mesa. La mención al TOC no venía de la originalidad de Jesse a la hora de bromear o

      su amor por el imaginario colectivo, sino de su vocación frustrada como psicólogo.

      —Sabes muy bien qué es lo que sufro, y me parece desagradable que encima quieras añadirme trastornos obsesivos. Las tardanzas son pura vanidad. En un rato abriré recepción para insultos, si necesitas desahogarte.

      Jesse se le quedó mirando. Más que guapo, era un tipo llamativo, con el pelo anaranjado peinado al estilo punk, los ojos a juego y la dilatación en la oreja. Porque se abrió el agujero después de entrar a trabajar como abogado y se lo podía cubrir con el pelo, que si no, lo habría tenido difícil en el bufete.

      —¿Cómo estás de ese tema? —preguntó como siempre, antes interesado en él que en sus problemas—. ¿Te va bien con el nuevo loquero?

      —Nos vemos una vez al mes por conferencia. Es profesora en la facultad, además de pelirroja y pasa de los cincuenta años. Perfecta para evitar tentaciones.

      —Regla número tres: nunca acostarse con pelirrojas —anunció Jesse formando un letrero con las manos—. Ojalá algún día me dijeras qué problema tienes con ellas. Se supone que son criaturas celestiales, Piolín: dicho por algunos, y cito textualmente, «el precio que hay que pagar por los pelirrojos».

      Marc rodó los ojos. Se le hacía difícil odiar ese apodo porque se lo puso la madre de Jesse, en referencia al tamaño de su cabeza cuando era un crío. Por lo visto, Camila Ocasio veía divertido bromear con la situación alimenticia de un crío desnutrido por depresión. Comparado con su cuerpo, claro que iba a ser un puñetero cabezón. Afortunadamente, quería a la mamá puertorriqueña lo