Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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la frente. Fingió un lloriqueo infantil.

      —Pero todavía me queda medio tema... Tengo que terminarlo antes de las siete de mañana, cuando me levante para seguir.

      —Mio, es el BAR, no una oposición a notarías. Tampoco es taaaaaan difícil. Nadie te va a examinar semanalmente para ver si te lo sabes, y ya te he dicho todos los trucos...

      —Pues no me sirven. ¿Por qué soy tan tonta? —preguntó haciendo un puchero. Ladeó la cabeza y la miró con sus ojitos de ardilla—. No es justo. Estoy estudiando el triple que tú y al día siguiente se me va. Se desvanece. Hace magia borrás. ¡Chas!, y desaparece de mi lado…

      Si suspendo...

      —No vas a suspender. Pero si ves que se acerca el día y no estás preparada, espera al año que viene y...

      —¡No! ¡Ni de lejos! Ya lo he atrasado suficiente perdiendo años en carreras universitarias que no iban conmigo. Tengo que conseguirlo ahora, Kiko —insistió, mirándola con seriedad. Se estiró de nuevo, mostrando su bonito camisón morado—. Quiero ser abogada ya, y salir de la casa de papá y mamá.

      Aiko hizo una mueca. Ni que le molestaran mucho sus padres como para querer salir huyendo. Entendía su deseo de independencia porque la gente de su edad la sentía, pero Mio en concreto vivía como una reina. No se enteraba de las peleas que había entre Raúl y Aiko I, y no era ella a la que llamaban cuando estaban a punto de cogerse del pescuezo, ni la que debía hacerse cargo de los platos rotos. Mio estaba encerrada en su habitación estudiando. Lo demás ni le rozaba. Nada ni nadie se interponía en las decisiones que tomaba, ella hacía y deshacía y lo único que la molestaba era la opinión externa. Aiko la envidiaba por eso: nadie le decía «eso será perjudicial para tu salud», ni «eres muy delicada, no puedes permitirte tal cosa», ni la obligaban a mediar entre una pareja que vivía en crisis.

      Sin ir más lejos, esa noche, en la cena —que Mio había tomado en su cuarto, mientras repasaba el tema anterior—, Raúl y Aiko I habían discutido hasta el extremo. Su madre había agarrado el vaso de agua y se lo había tirado por encima a su padre, cuya reacción fue ponerse en pie con actitud belicosa. Aiko tenía tan normalizada la situación que no pasaba miedo como antaño, pero sí acababa exhausta.

      Se sentía como en Vicky Cristina Barcelona, esa película de Woody Allen en la que Scarlett Johansson hacía de elemento unificador y pacificador entre María Elena y Juan Antonio. Y ni mudándose había conseguido librarse de ese peso sobre sus hombros, porque su madre aún llamaba llorando de vez en cuando para que la socorriera o dijera algo a su padre. Como críos de guardería, solo que estos constituían una amenaza real el uno para el otro.

      Pero no querían divorciarse, porque igual que en el caso de Penélope Cruz y Javier Bardem en la película, su relación era pasional en el sentido positivo y negativo de la palabra. Cuando estaban bien, estaban malditamente bien.

      Como si eso pudiera justificar de alguna forma el comportamiento promiscuo de su padre, las rabietas de su madre o lo mal que se lo hacían pasar.

      —Bueno, pues si quieres presentarte al próximo examen ponte las pilas. Pero estudiar dos horas más hoy no va a marcar ninguna diferencia. Vete a dormir y mañana sigues.

      Mio la miró avergonzada.

      —No puedo. Me he bebido siete cafés hoy. Y cuando se ha gastado he empezado con las bebidas energéticas. Ahora mismo podría ganar los mil metros lisos.

      Aiko se echó a reír sin muchas ganas. Ella llevaba todo el día yendo de arriba para abajo. Lo último que le apetecía era seguir despierta un solo segundo más, pero se notaba que Mio tenía planes que la incluían. Hizo de tripas corazón y se sentó a su lado.

      —¿Y qué propones?

      —Llamar a Otto por Skype. Me dijo ayer que me iba a contar lo que le va a regalar a Caleb por su cumpleaños, y ahora dice que mejor me lo enseña en directo. Es que estoy nerviosa con eso —confesó, poniendo morritos—. Necesito saber qué le van a regalar los demás para saber si mi regalo es penoso, o... si le va a gustar.

      Aiko le estrechó la mano.

      —Claro que le va a gustar, tonta. Se hará el difícil, porque ya sabes cómo es, pero al final seguro que le encanta. ¿Qué le has comprado?

      Mio se mordió el labio, nerviosa.

      —Dímelo tú primero.

      —Los éxitos de Estopa, un libro de cocina mexicana y un álbum de fotos. Lleno, claro. Pensé en adoptar un perrito para que no se sienta tan solo, pero al final el que se sentiría solo es el perro. Se pasa el día trabajando...

      —¿Cómo va a sentirse solo si te tiene a ti?

      —Bueno, ya, sí. Yo tampoco es que me pase el día en su despacho, los dos tenemos cosas que hacer. ¿Y tú? ¿Qué le has regalado?

      —Ya lo verás. Al final vamos a hacer la merienda aquí, ¿no?

      —Mio la miró con los ojos tan abiertos que parecía que se le iban

      a caer—. Porfi, hazla aquí y así puedo ir yo sin que quede raro. Ya sabes, si estoy en mi casa... No puede decir que me he acoplado sin permiso.

      —¿Cómo va a pensar eso? Mio...

      —Hazla aquí por si acaso. —Y juntó las manos en un ruego.

      Aiko chasqueó la lengua. Merendar en casa con Aiko I sin duda le haría ilusión. Caleb había crecido con ellas y adoraba a su madre como el que más, se alegraría muchísimo de verla fuera de fechas de reunión familiar. Pero Aiko no lo tenía tan claro. Sus padres sentados en una mesa en un día importante podían hacer de la tarde un auténtico infierno. Y necesitaba que el cumpleaños de Caleb fuese muy especial; era la fiesta en la que más se esforzaba, porque sabía que todos los cumpleaños de su infancia fueron horribles, pasados en su mayoría con familias de acogida que no lo trataban bien.

      No podía decirles a sus padres que se fueran, tampoco. Estaban en su casa, y el amor que Caleb les tenía era recíproco. Querrían celebrarlo. Pero...

      —Vale. Organizaré algo para que papá y mamá estén ocupados, y no den la tabarra —decidió, suspirando—. ¿Qué hora es en España? ¿Estás segura de que le viene bien a Otto hacer Skype un viernes por la noche? Estará...

      Dio un respingo cuando el móvil vibró en el bolsillo trasero de su short. Se llevaba unos sustos que le aceleraban el pulso, pero siempre se olvidaba de ponerlo en silencio. O en sonido.

      ¿Quién habría enviado un mensaje a esas horas?

      Sacó el teléfono temiéndose lo peor. Se quedó más tranquila cuando vio que era un correo electrónico.

      De: Marc Miranda

      Para: Aiko Sandoval

      Asunto: Estoy enfadado

      Acabo de terminar la novela que me has prestado y no me puedo creer que esto haya sido lo mejor que podrías haber conseguido.

      P.D: Siento el horario, pero ya no puedo dormir, y es por

      tu culpa.

      Aiko alzó las cejas de golpe. ¿Ya se la había acabado? ¿Le había dado tiempo material? Era larga, y él tenía que trabajar... ¿no?

      De: Aiko Sandoval

      Para: Marc Miranda

      Asunto: ¿Cómo de enfadado?

      ¿Qué es lo que te ha desvelado exactamente?

      Aiko esperó su respuesta mordiéndose la uña del dedo mientras Mio conectaba la cámara del ordenador.

      De: Marc Miranda

      Para: Aiko Sandoval

      Asunto: ENFADADO en mayúsculas

      No sé. Tal vez la parte en la que el tipo la viola y luego se cree con el derecho de perseguirla gritándole que le pertenece. Un final muy romántico, por cierto, aunque se me escapa cómo pasan de un hecho