Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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en el que debía centrarse. Difícil, porque le costaba mirarlo sin que la fuerza se le concentrase en los puños.

      Prefirió no martirizarse con el pseudohombre y acudió a Nick. Esta esperó con su falsa paciencia a que hiciera un comentario que no llegó.

      —¿Y? —preguntó, viendo que no iba a hablar. Señaló con la cabeza a la pareja—. ¿Qué mote le vamos a poner?

      —¿A cuál de los dos?

      —A ella, claro.

      Lo de los motes había empezado como una forma de ayudar a Marc a recordar los nombres de todos los que pasaban por el bufete. Tenía una memoria privilegiada, pero solo para lo que le convenía, y eso incluía dos grupos exclusivos: gente que le importaba, y gente que le pagaba. A los demás se refería con un apelativo que, en general, hacía referencia a su cualidad física más notable o a alguna historia humillante que, por casualidad, hubiera llegado a sus oídos. Y si bien al principio era solo una herramienta de colaboración, ahora era fuente de divertimento de Nick, que se lo pasaba en grande poniendo a prueba su imaginación buscando apodos deplorables para los pobres donnadies.

      No estuvo seguro de querer darle el gusto con Aiko. La miró, aprovechando como excusa su comentario, e hizo un lento recorrido por la porción de piernas que la falda desdeñaba. Vestía como una abogada de su posición: un vestido blanco sin mangas, cerrado al pecho y demasiado largo para su gusto. Nada que ver con el atuendo de la primera vez. Ahora se apreciaba cada parte de ella con tal detalle que Marc sintió unos irracionales, patéticos y absurdos celos hacia todos los que la miraban. Era delgada, pero no de vientre plano ni cadera estrecha. Se intuía una ligera protuberancia en su estómago y la falda se ensanchaba deliciosamente a partir de la cintura. La larga melena oscura casi impedía que apreciase la curvatura trasera. Le llegaba por el coxis, lo que la hacía parecer algo más menuda.

      —Sin motes. Creo que de su nombre sí me acordaré.

      Nick soltó una exclamación ahogada, como si la hubiera insultado, o peor: como si se hubiese dado cuenta de que...

      —¡Jodida mierda! —aulló por lo bajo, agarrándose al borde de la mesa—. ¡Te la quieres follar!

      Marc la miró por el rabillo del ojo.

      —¿Tú no? —inquirió con sorna—. ¿Se supone que no debería?

      —Estamos hablando de tu primer divorcio y de Brian Campbell —le recordó Nick. El estómago se le revolvió solo con oír de nuevo su nombre—. Claro que no deberías. ¿Te atrae en serio, o es tu manera de decirme que vas a acostarte con ella para que deje el caso?

      —Es evidente que tiene que dejar el caso. La quiero fuera a más tardar el lunes que viene.

      —¿Por qué? ¿Porque es una distracción?

      —Porque es buena —corrigió.

      —Una buena distracción, ya. A eso me refería.

      Marc miró a Nick con aire irónico. Todos sus intercambios cargaban un lastre de complicidad que les había granjeado numerosos estados civiles, desde amantes hasta «casados en secreto». Desde luego era un halago que le relacionasen con una mujer que no solo era inteligente, sino que cruzaba lo retorcido y se regodeaba en la villanía… Además de ser atractiva de sobra para detener el devenir del universo.

      Lucía el pelo naranja con un favorecedor corte Bob; el flequillo recto enmarcaba sus gatunos ojos grises. Se perfilaba los labios de rojo a diario, y vestía el escote que se le antojaría a cualquier hombre, en cualquier momento del día. De no ser porque era pelirroja y tenían una historia detrás, Marc se habría acercado a ella en términos distintos a los de aliado.

      Verónica Duval, Nick para él y solo para él, era su compinche. Nada más.

      —Harían falta veinte mujeres como Aiko para distraerme de mis objetivos, y ni aun así lo conseguirían.

      —Así que Miss Japón tiene nombre... Tranquilo, amigo, si yo entiendo tu situación. Debe ser molesto esperar tanto tiempo este momento para que ahora te interese más su carita que destrozar a Campbell.

      —No tiene nada que ver con cuestiones físicas. Es tan simple como que ella es mejor que yo. La he investigado y ya venía con eso en mente. Solo ha perdido un juicio y fue porque el cliente se reservó información vital. Es indestructible en el ámbito civil y yo nunca he tocado un divorcio. Puedo reconocer un fracaso cuando me huelo que es lo que está por venir si no tomo cartas en el asunto.

      —Entonces te la tienes que quitar del medio. ¿Y cómo piensas hacerlo?

      —Encontrando un punto débil, una herida abierta donde meter el dedo. Dudo que deje el caso por sí misma. No es tonta. Sabrá que si lo gana escalará posiciones.

      —¿Y tienes alguna idea sobre puntos débiles?

      —Ninguna, aunque... Bueno, tengo una ligera sospecha —comentó, entornando los ojos—. Voy a tener que investigar. Y tú también. Tenemos dos posibilidades: hacer que le surja un inconveniente y deba transferir el caso a alguno de los otros matados de su bufete, o que me desprecie lo suficiente para no soportar verme y lo cambie por su salud mental.

      —¿Le gustas? —preguntó Nick.

      Marc apartó la vista de su secretaria y la devolvió a Aiko, que esperaba al ascensor mirando alrededor con curiosidad. En esa valoración silenciosa de su entorno, lo atrapó mirándola. Él no fingió que no se estuviera fijando, obteniendo el resultado que quería. Se ruborizó con suavidad, una reacción natural que le pareció extraordinariamente bonita.

      Gracias a Dios que Nick no sabía leer mentes. Todavía. Se la imaginaba acribillándolo por tener pensamientos románticos.

      —Puede ser. Pero en cuanto me conozca un poco más, decidirá que no es tan inocente como para seguir enganchada. No creo que sirva el truco de acostarme con ella. Te repito que no es estúpida.

      —Tampoco creo que sea de piedra. Pudiendo follar contigo le dará igual cualquier cosa, me juego lo que sea.

      Marc la miró con un atisbo de sonrisa.

      —¿Lo dices por experiencia?

      Ella se giró hacia él con coquetería.

      —Por supuesto, rubio. Sabes que me muero por tus huesos.

      Marc tamborileó los dedos sobre la mesa.

      —Puede que acabara yendo a la cama conmigo, pero su reacción no sería la de huir, estoy seguro. Todo lo contrario. Le daría motivos para enfrentarme con más ganas y destrozarme. Y no me lo puedo permitir. No de su parte.

      —¿Qué más da? Para ese momento ya sabrías los trapos sucios de Campbell. Ella te los habría contado después del orgasmo.

      —Pero sabría que lo sé porque se acordaría, así que cambiaría de táctica y me pillaría. Que no te engañen sus ojos dulces, Nick. Las guapas son las peores.

      —¿Me lo dices, o me lo cuentas?

      Marc se rio a medias, como siempre.

      —Dudo bastante que me contara sus planes, ni aunque consiguiera ponerla a mis pies.

      —Por intentarlo no pierdes nada —comentó ella, volviendo al arduo trabajo de mejorarse las uñas inmejorables—. ¿O de repente has recuperado la conciencia?

      Marc siguió a Aiko con la mirada hasta que el ascensor se la tragó. Ella no tuvo problema en seguir pegada a sus ojos en la distancia, esperando con una tranquilidad que él nunca podría experimentar solo, a que las puertas se cerrasen. En el último momento, se despidió de él de una forma muy original: sonriendo un poco, con timidez, como aceptando que estaba nerviosa. Diciéndole también algo parecido a: «No importa que hayamos empezado con mal pie, estoy dispuesta a que nos llevemos bien». Un gesto de humanidad que no debería haber tenido, porque él no quería tener piedad.

      Marc contuvo el aliento con los ojos clavados en sus labios, y esperó a perderla de vista para