Santidad, falsa santidad y posesiones demoniacas en Perú y Chile. René Millar. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: René Millar
Издательство: Bookwire
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Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561425705
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virtuosa y las circunstancias que rodeaban el deceso, pasaban a ser un factor de santificación del sujeto.

      Las revelaciones de Luisa Melgarejo contribuyeron a darle a la muerte de Rosa una proyección social multitudinaria. Así queda de manifiesto en las declaraciones de Gonzalo de la Maza, 22 días después del deceso, cuando señala que “por haber concurrido tanta gente a los arrobamientos y hablas y sido Nuestro Señor servido que fuesen con tanta publicidad ha dicho este testigo y declarado los nombres de las personas que los tuvieron y por haberse publicado en esta ciudad”27. El suceso descrito por aquella mujer de reconocida vida virtuosa dejaba en evidencia que no había muerto sólo una buena católica, sino que había muerto una santa y, por lo tanto, era de esperar que los fieles efectuaran los rituales que en las situaciones de ese tipo se acostumbraba.

      En el caso de Rosa de Santa María se cumplen todos los signos y ritos que rodean la muerte de un santo. Desde la larga agonía, la propia anunciación de su muerte, pasando por su ocurrencia un día particular a ser interpretado de elección divina, hasta la forma edificante en que se producía, unido al clima de exaltación que se generaba, propicio a las reacciones imprevisibles y a los actos emotivos. A todo eso se agregaban las actitudes de los fieles, entre las que cabe destacar la gran concurrencia para ver el cadáver, su larga exposición, a requerimiento de la muchedumbre, y la demanda incontrolada por reliquias que obliga a un entierro casi secreto. Salmann analiza con detalle estos hechos y situaciones para el caso de los santos de Nápoles en la época Moderna28, que igualmente han sido puestos en evidencia en relación con los santos franceses29, y que también podemos verlos presentes, y de una manera casi idéntica, en la muerte de la virgen limeña. Como lo enfatizan André Vauchez y Éric Suire, la santidad de una vida se probaba con la forma en que se moría30.

      Según lo consignan las hagiografías, Rosa profetizó su muerte, primero a tres años de que ocurriera y ante su confesor, Fr. Luis de Bilbao. Luego, lo volvió a reiterar a un año de ella y después a cuatro meses; en ambos casos se lo dijo a María de Uzátegui, dueña de la casa en que residía. Los biógrafos también asociaron el día de su muerte con la especial devoción que Rosa tenía a San Bartolomé31, de tal modo que vieron una relación entre ambas situaciones. Hansen escribe al respecto: “Sabía con luces soberanas que en este día había de pasar del destierro de este mundo a la patria celestial”32. De esa manera se enfatizaba el don de la profecía con que Dios la había adornado y que los biógrafos y testigos del proceso de beatificación destacarán con variados ejemplos33. El significado de la intervención divina se hacía más patente al enfatizarse la prolongación de la agonía el tiempo necesario para que Rosa expirara nada más iniciado el día de San Bartolomé34. Salmann plantea, en relación con los santos de Nápoles, que el anuncio de la muerte se conoce más bien tarde en el desarrollo del proceso de canonización, cuando los testigos establecen coincidencias entre ciertas palabras o hechos insólitos35. Lo interesante en el caso de Rosa es que el anuncio profético de su muerte fue registrado cuando su cadáver acababa de ser enterrado y sin que aún existiera el proceso de beatificación de por medio36.

      El catolicismo post tridentino había enseñado a los fieles a morir en paz, esperando confiados el juicio final. Si lo que se consideraba una “bella muerte” debía ser la aspiración de todo buen católico, en el caso de los santos el tránsito a la vida eterna debía revestir características especiales. Ella no podía sorprender de improviso al hombre virtuoso; una larga preparación era lo que correspondía. Pero además, la muerte debía ser edificante y observada con expectación y recogimiento por numerosas personas37. Según las hagiografías, Rosa se preparó para la muerte con bastante antelación e incluso pocos días antes, no obstante su enfermedad, visitó la casa de sus padres para despedirse de la pequeña celda que tenía en el jardín. Fr. Francisco Nieto, testigo presencial de las últimas horas de Rosa, habla de su “feliz muerte”. Esto puede parecer contradictorio con el sufrimiento físico que experimentó, pero lo cierto es que la calificación del padre Nieto responde al comportamiento que guardó en la agonía. Mantuvo una lucidez total hasta los últimos instantes, tomó diversas medidas y efectuó varias acciones, como pedir el viático y la extremaunción; además de caer en éxtasis luego de recibir la eucaristía; firmar un poder para solicitar su entierro en el convento de Santo Domingo; confesar que moría como “hija legítima de su Gran Patriarca Santo Domingo”; solicitar que estuviera a la vista y extendido en la cama el escapulario de la orden; pedir que un sacerdote le leyera un formulario en que solicitaba perdón por los agravios cometidos, mientras sostenía un crucifijo en sus manos; convocar a todos los de la casa del contador de la Maza y solicitarles perdón por las posibles ofensas; demandar de sus padres que le dieran la bendición y rogar que le pasaran la vela bendita de los agonizantes. En sus últimos instantes pidió que le quitaran la almohada para poder apoyar su cabeza en el madero de la cama y hacer de ese modo un símil con la muerte en la cruz. Expiró diciendo “Jesús, Jesús, sea conmigo”. El padre Nieto y otros que la velaban quedaron convencidos que a medida que se acercaba la hora e iba desfalleciendo físicamente, se reforzaba su espíritu y recobraba bríos y alegrías, al punto que experimentaba gozo a raudales38.

      De acuerdo a las costumbres de la época los cadáveres de los difuntos no eran enterrados de inmediato, sino que se dejaban expuestos por dos o tres días. Razones médicas (asegurar la muerte biológica), religiosas (hacer coincidir con el tiempo de la Resurrección) y sociales (dar tiempo a la realización de los ritos) explican esas prácticas39. Durante esta etapa los fieles desempeñaban un papel determinante. Era la sociedad en su conjunto la que se identificaba con quien consideraban muerto en santidad. En la mayoría de las situaciones que involucraban a los Siervos de Dios de la Edad Moderna, los fieles se enteraban pronto de la muerte y concurrían masivamente al velatorio. Rosa no fue una excepción en ese sentido y ya vimos que Luisa de Melgarejo desempeñó un papel significativo en informar a los limeños de la muerte de una santa. La multitud pronto llenó el patio de la casa del contador, “los zaguanes, las salas; y así se vio obligado D. Gonzalo a abrir la puerta falsa de su casa, para que saliendo los que habían visto a la virgen diesen lugar a los que venían de nuevo”40.

      Los testimonios más cercanos a esos sucesos no nos permiten saber si los deudos pensaron velar los restos de Rosa durante 48 horas o sepultarlos de inmediato. Pareciera que la duración de las exequias estuvo condicionada por el comportamiento de los fieles, que presas de una reacción psicológica incontrolable obligaron a las autoridades civiles y eclesiásticas a tomar medidas extremas para evitar tumultos y el desmembramiento del cadáver. La multitud se volcó primero a la casa del contador, donde tuvieron que cerrar las puertas y, para prevenir males mayores, se decidió llevar el féretro al convento de Santo Domingo. El cabildo eclesiástico y religiosos de diferentes órdenes, comenzando por los dominicos, llevaron en hombros los restos de Rosa, con muchas dificultades a causa del gentío que se juntó en el trayecto y que se disputaba por acercarse a tocar el cadáver41. Hasta el cabildo de la ciudad pugnó por llevar el cuerpo en la última etapa del trayecto. Una vez en la iglesia, la presión popular por coger pétalos de la corona de rosas y trozos del hábito y de la palma que le habían puesto adquirió tal intensidad que fue necesario trasladar el féretro a la casa de novicios42. En la iglesia se había dispuesto un túmulo de gran tamaño y altura que dejaba a aquel cerca de la bóveda y lo suficientemente aislado para impedir el acceso de la multitud. Para mayor seguridad se instalaron religiosos y una guardia de alabarderos que sólo permitían el paso de los enfermos que buscaban sanar sus males tocando el cadáver. Todas esas precauciones resultaron insuficientes y por eso, a instancias del arzobispo, debió velarse el cadáver en el noviciado y sólo por algunos religiosos. Finalmente, en la mañana del viernes 25 de agosto se pudieron realizar las ceremonias fúnebres, que contaron con la participación del obispo de Guatemala y cientos de fieles que volvieron a dificultar los actos, al punto que el entierro debió efectuarse horas después y a escondidas43.

      Como lo hemos señalado, los acontecimientos que rodearon la muerte de Rosa respondían a unas prácticas que se daban en casi todos los casos de personas que morían en fama de santidad. La reacción multitudinaria y tumultuosa de los fieles, la necesidad de recurrir a la fuerza pública para salvar el cadáver del acoso popular que buscaba