Santidad, falsa santidad y posesiones demoniacas en Perú y Chile. René Millar. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: René Millar
Издательство: Bookwire
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Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561425705
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siempre que asistía a los agasajos en palacio o casas de la nobleza, untaba los platos, sus dedos y los labios con acíbar para que la comida quedara amarga41.

      La etapa que Urraca pasó en Lima hasta su retorno temporal a España en 1623, la ocupó, mientras estuvo en el convento, en oración, penitencias y mortificaciones. De esta época es el uso permanente de un cilicio de cadenas de hierro que mandó confeccionar, que lo llevó por más de 30 años y le provocó profundas heridas. Las disciplinas y los ayunos se transformaron en una práctica de expiación frecuente y lo hacía por los pecados del prójimo, para que Dios los perdonara42. La imagen que transmiten los hagiógrafos era que Fr. Pedro no requería de disciplinas y de autoflagelación para vencer las tentaciones del demonio. Messía insiste en que Urraca sólo experimentó tentaciones lascivas durante el noviciado y que con la ayuda de la Virgen venció al demonio, el cual, reconociendo su derrota, nunca más volvió a tentarlo con ese tipo de provocaciones. En ese aspecto el comportamiento de Urraca escapaba de la tendencia general a la que se enfrentaban los santos, quienes eran, por lo general, los que sufrían las tentaciones más intensas relacionadas con la sensualidad43. Las que experimentaba Urraca se centraban en su amor propio, en la paciencia y en la voluntad. Desde que se ordenó de sacerdote, la misa y la confesión se constituyeron en aspectos centrales de su ministerio. A ello se agregó la actividad que desempeñó como director espiritual tanto de personas de la corte virreinal, incluida la princesa, como de religiosas y de mujeres alejadas de Dios, que vivían en pecado, a las que incluso ayudaba económicamente para rescatarlas44. A esas alturas, Urraca había adquirido fama como “maestro de espíritu”, es decir, como una persona experta en la enseñanza de la oración contemplativa y para guía de sus hijas de confesión escribió varios libritos de espiritualidad, de los que sólo se conserva el dedicado a la princesa45. Los prodigios continuaron formando parte de la vida cotidiana de Fr. Pedro. Era frecuente que mientras oraba, o incluso cuando escuchaba en el refectorio la lectura espiritual, se arrobase, perdiendo toda conciencia y sensibilidad. También, se manifestaba su don de profecía, que muchas veces le permitía salvar a personas de situaciones peligrosas o inconfortables46. Fue, en consecuencia, en la adultez donde terminó por definirse la orientación de vida de Fr. Pedro. Él, en la búsqueda de Dios a través de la oración, pasó a comportarse como un místico. Se entrega a la contemplación de la vida de Cristo, especialmente de la pasión, y entra en diálogo con Él y con su Madre. Como adquirió experiencia en esa forma de oración, se dedicó a guiar espiritualmente a sus hijos de confesión. Por lo tanto, más allá de los trabajos que desarrolla en el convento, su actividad principal girará en torno a la oración personal y a la orientación de almas. Con todo, también, al parecer, participará en la labor de evangelización de indios y negros de los obrajes, al igual que muchos miembros de la orden, que realizaban misiones específicas en las haciendas que tenían esos establecimientos, como lo refiere el hagiógrafo Felipe Colombo47. Empero, no queda clara la intensidad con que se dedica a esa labor, pues dicho autor sólo hace referencia a ella, y al pasar, con lo que en ese punto no sigue a Messía48.

      El viaje a España no sólo habría sido consecuencia de las presiones del príncipe de Esquilache, sino también del interés que el propio Urraca mostró por hacerlo con el fin de cumplir con su cuarto voto de religioso. Esperaba poder ir desde la Península a tierra de infieles a rescatar cristianos. En ese aspecto se sentía con una deuda, no obstante la recolección de limosnas que realizaba con ese objeto y las oraciones permanentes que hacía para que Dios reconfortara a los cautivos y les diera fuerzas para no caer en la apostasía. Estando ya en Madrid, el tema será una de sus principales preocupaciones y saldrá por Castilla a recoger limosnas para esa causa, siempre con el convencimiento de que iba a realizar su tan ansiado viaje a redimir cautivos. Pero la mayor parte de su tiempo lo dedicó al confesionario y a la dirección de almas, adquiriendo pronto un gran renombre. Cabe hacer notar que, en el convento de la orden en Madrid, coincidió con varios religiosos muy destacados como padres de espíritu, entre los que sobresalía nada menos que el gran místico mercedario Fr. Juan Falconi, de quien Urraca fue confesor y amigo. La labor en el confesionario fue muy intensa, sobre todo en la corte, con las damas de la nobleza y con la propia soberana. Las camareras de la reina valoraron tanto su labor, que pusieron obstáculos al viaje de Urraca a Berbería (costa norte de África), causándole uno de los mayores desconsuelos de su vida49. La frustración sufrida lo llevó a considerar su regreso a Lima, lo que finalmente ocurrió en 1628, al coincidir ese interés con las necesidades de la orden de enviar un visitador a dicha provincia y a Urraca, por pertenecer a ella, como colaborador50.

      Esta segunda y definitiva residencia de Urraca en Lima es la que termina por definir la imagen que se proyectará del personaje. Ella continuará estando condicionada por la obra de Messía, pero también influirán las opiniones de otras personas que lo conocieron, como compañeros religiosos, monjas que lo tuvieron por confesor y laicos, principalmente mujeres a las que asistió espiritualmente51. Lo extraordinario sigue estando asociado a su persona y los testigos de los procesos se encargan de destacar los hechos maravillosos de que tuvieron noticia. La ausencia de Urraca, al parecer, sirvió para acrecentar su fama de persona poseedora de cualidades fuera de lo normal. Messía relata que su vuelta produjo un “increíble gozo de todos los de la república” y que un gran gentío iba a verle a la Iglesia y otros muchos le seguían por las calles52. Entre los dones que habría poseído Urraca, el que más destacaban era el de profecía, que le permitía saber “cosas secretas y escondidas en el interior humano y cosas que sucedieron tal cual como él lo había dicho” 53. Llamaba la atención sobre todo por sus efectos prácticos, pues gracias a él, Urraca contribuyó a que mucha gente salvara su alma, su matrimonio o su físico. Los testigos contaban cómo había puesto término a muchas relaciones sentimentales ilícitas; cómo ayudó a personas a contraer matrimonios ventajosos o a entrar en religión, a obtener o recuperar puestos de trabajo, y a evitar duelos o a ser víctima de un asalto. Su hagiógrafo principal hace también referencia a su condición de visionario y relata diversas visiones que tuvo sobre todo cuando se encontraba en oración. Algunas de estas visiones Urraca las interpretará como un mandato divino y actuará en consonancia con ello. Por ejemplo, como resultado de una de esas visiones, desarrolló una devoción a la Santa Cruz, dedicándose a confeccionar y repartir pequeñas cruces de madera entre los fieles54. Estas reproducciones se relacionan con otra de las cualidades atribuidas a Urraca: las taumatúrgicas. Varios testigos, relatan cómo el Siervo de Dios mediante imposición de sus manos, o con la colocación de una de sus cruces o de un escapulario de la Virgen, sanaba diversos males. Incluso se cuenta que hizo revivir a una niña que había sido aplastada por un carruaje55. También gozaba del don de lágrimas, que se le manifestaba durante la oración, al considerarse un hombre tan pecador que no merecía los favores de Dios; y lo mismo acontecía cuando era protagonista de algún prodigio 56. Ese curioso don se había comenzado a considerar como un signo de santidad desde la Baja Edad Media, en el contexto de una tendencia que buscaba identificar la santidad con elementos que podían ser demostrados57.

      En cuanto a las virtudes, era la práctica de la paciencia y de la fortaleza lo que más llamaba la atención de quienes le rodeaban. Como lo insinúa uno de los hagiógrafos, es muy posible que las rigurosas y persistentes mortificaciones terminaran afectando gravemente la salud del Siervo de Dios. Los diversos males lo fueron dejando inválido, al punto que, como le interesaba mantener el contacto con sus devotos, debía ser llevado en mula a una casa cercana al convento y en la etapa final de su vida se le trasladaba en una silla de manos. Las limitaciones eran tantas que ni siquiera podía alimentarse por sí mismo, ni expresarse con claridad, al punto que la dueña de casa actuaba como su intérprete. Todo eso lo experimentaba sin una queja y cuando por razones médicas le quitaron el cilicio expresó una gran pena, pues las disciplinas y otras formas de mortificación eran para él una pálida imitación del sacrificio de Cristo y, como lo hemos señalado, una manera caritativa de pedir perdón por los pecados del prójimo. La muerte de Urraca, tal como la describen testigos y hagiógrafos, se corresponde con las formas que revestía ese tipo de acontecimientos cuando involucraba a quienes habían vivido con fama de santidad58. Sin duda, en el caso de nuestro