Santidad, falsa santidad y posesiones demoniacas en Perú y Chile. René Millar. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: René Millar
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561425705
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primeros en declarar fueron los religiosos de la Órden de la Merced, concluyendo esa etapa el 26 del mismo mes. Luego se continuó con las declaraciones de las monjas, que se realizaron en sus conventos y por los capellanes de los monasterios. El proceso siguió con cierta lentitud durante los dos años siguientes, para culminar en abril de 1674. El 20 de dicho mes, el procurador especial de la causa, Fr. Francisco Messía, solicitó la entrega de una copia textual de todas las informaciones realizadas para remitirlas a Roma, a la Congregación de los Ritos. Cabe hacer notar que el procurador, con anterioridad, había hecho llegar al tribunal una copia certificada de la profesión religiosa de Urraca, una información sobre las visiones de las cruces que ocurrieron pocos días después de la muerte del Siervo de Dios y un ejemplar de su libro de espiritualidad. Sólo en 1678 la documentación llegó a Roma.

      Una vez traducidas las actas enviadas de Lima, se prepararon los documentos para la introducción de la causa, lo que llevó poco más de dos años. Culminó esta etapa en abril de 1682, admitiéndose el estudio de la causa de acuerdo a la petición realizada por Fr. José Linás107. Aunque se cumplía con el plazo de 10 años fijado por la legislación canónica entre uno y otro proceso, no deja de llamar la atención, pues desde el cierre del primero y la apertura del segundo había pasado justo el período y la tendencia era más bien a dejar un lapso de tiempo mayor, pues la autoridad apostólica buscaba, con la separación de las instancias, asegurar que la fama de santidad no fuera transitoria, sino que se mantuviera firme en el tiempo108. Lo efectivo fue que el 18 de marzo de 1684 se expidieron las Letras Apostólicas Remisoriales y Compulsoriales dirigidas al Arzobispo de Lima, en virtud de las cuales, el Papa y la Sagrada Congregación de los Ritos, lo autorizaban, en conjunto con el cabildo eclesiástico, para que pudieran efectuar proceso, examinar testigos y realizar todas las demás diligencias en orden a la beatificación y canonización de Fr. Pedro de Urraca109. Fueron recibidas en Lima el 20 de noviembre de 1686 y se realizó una solemne ceremonia en la catedral el día 24, presidida por el Arzobispo Melchor Liñán y Cisneros y el cabildo eclesiástico, a la que asistió el virrey, la Real Audiencia, el cabildo de la ciudad y otras autoridades civiles, junto a las órdenes religiosas, la Real Universidad y gran concurso de fieles110. Además, las letras traducidas se publicaron por la ciudad mediante pregonero y avisos instalados en las puertas de las iglesias, para que los fieles se enteraran de que iban a examinarse testigos con vistas a la beatificación del Siervo de Dios111.

      En los meses siguientes se constituyó formalmente el tribunal y se efectuaron los preparativos para los interrogatorios, que debían ceñirse a pautas muy precisas enviadas de Roma. El tribunal apostólico fue integrado por el deán Luis Joseph Merlo de la Fuente, que lo presidía; Agustín Negrón de Luna, Tesorero del cabildo catedralicio, y los canónigos doctores Diego de Salazar, Bartolomé de Velarde, Juan González de Oserín y Manuel Artero de Loayza. En representación del Promotor de la Fe, actuaba el doctor José de Lara Galán, presbítero y abogado, promotor fiscal general y mayor del arzobispado; también como subpromotor fue nombrado por el tribunal el doctor Diego de León Pinelo Gutiérrez, racionero y rector de la Universidad. Como notario público y actuario de la causa se designó a Miguel Pérez de Marieta. Se fijó la capilla de los Reyes Magos de la catedral como el lugar donde se realizarían las audiencias. Para que lo actuado por el tribunal tuviera validez debía ajustarse a las instrucciones sobre su funcionamiento, en las que se especificaba la forma de proceder en los interrogatorios y las formalidades que era necesario guardar112.

      Por lo mismo, el cuestionario al que debían ser sometidos los testigos también había sido preparado en la Congregación de los Ritos a partir de la información que allí se disponía por el proceso ordinario. El nuevo interrogatorio difería del anterior en diversos aspectos. En primer lugar, se contemplaban varias preguntas referentes al testigo con el fin de garantizar la veracidad y validez de sus declaraciones. Para hacer esto posible se requería que el testigo fuera católico, piadoso y de costumbres intachables, lo cual se trataba de saber a través de ese examen preliminar. Incluso más, al inicio de la audiencia se le hacía jurar solemnemente, de rodillas, las manos sobre los evangelios y delante de una imagen de Jesucristo, que iba a decir la verdad sobre todo lo que se preguntare y que guardaría secreto de lo declarado, bajo penas de perjuro y de excomunión. Las preguntas mismas referentes a su persona, a parte de su identificación (lugar de origen y de residencia, edad, antepasados y actividad u oficio), pretendían evaluar si había entendido el significado del juramento realizado; también, conocer su compromiso religioso, es decir, cuándo, dónde y con quién se había confesado y comulgado; enterarse de su comportamiento social, para lo cual se le preguntaba si había sido procesado por alguna causa113; saber si había incurrido en algún delito sancionado por los tribunales eclesiásticos con la excomunión; y por último, a los jueces les interesaba asegurarse de que el testigo no estaba preparado, es decir, de que no lo habían instruido acerca de lo que debía declarar114. En las preguntas referentes al candidato, las dos primeras pretendían obtener información sobre el tipo de relación que le unía al Siervo de Dios y las circunstancias en que lo había conocido; las siguientes se referían a aspectos específicos de su biografía, como las que inquirían sobre el lugar de nacimiento, padres y hermanos y paso a las Indias. Luego, la mayoría tenía que ver con la religiosidad y santidad de Urraca. Aquí se preguntaba sobre la práctica de las virtudes, penitencias, fama de santidad y dones sobrenaturales, específicamente sobre el don de profecía y las visiones celestiales que habría tenido. A continuación se preguntaba sobre la muerte y entierro de Fr. Pedro, para terminar con varias preguntas sobre los milagros que se habrían producido gracias a su intercesión. En total eran 25 preguntas. Pero a ese interrogatorio se agregaba una segunda fase durante la cual al testigo le iban leyendo los diversos artículos, a veces agrupados, de una versión preliminar de las posiciones redactadas por el promotor de la causa. En el caso de Urraca llegaba a los 96 artículos y tocaban los diversos aspectos de su vida, la práctica de las diferentes virtudes, tanto cardinales como teologales, la observancia de los votos religiosos, los dones sobrenaturales, la fama de santidad, su muerte, el concurso público en sus exequias, la fama de santidad después de muerto y los milagros en vida y después de muerto115. Se pretendía que los testigos pudieran aprobar lo que se les leía o explayarse más allá de lo expuesto sobre alguno de esos temas en la primera serie de preguntas. Con todo, en la práctica ocurrirá que la mayoría de ellos se limitaba a reafirmar lo declarado con anterioridad, sin aportar mayores antecedentes, aunque a veces sí lo hacían en alguno de los artículos.

      En este proceso apostólico declararon 129 testigos, 30 menos que en el ordinario116. Pero las diferencias no sólo fueron cuantitativas, sino que también se dieron en otros aspectos. Desde ya la proporción entre hombres y mujeres fue mucho más equilibrada, pues estas últimas representaron en esta oportunidad sólo el 51,9 por ciento del total. Y si bien la proporción entre laicos y miembros del clero se mantuvo igual que en el anterior proceso, hubo cambios en relación con los religiosos: disminuyó el número de mercedarios y aumentó levemente el de las demás órdenes religiosas. También se produjeron variaciones en cuanto a las monjas, que disminuyeron en términos generales, ya que declararon sólo 22, con un incremento de las clarisas y una menor presencia de las de Santa Catalina, que ya no predominaron de manera absoluta. Equilibra la representación del clero, la mayor presencia de sacerdotes seculares, que sumaron 12, incluido al inquisidor más antiguo del Tribunal de Lima. En esta etapa no participó como testigo Fr. Francisco Messía debido a que estaba imposibilitado por su calidad de confesor de Urraca. Pero lo que más llama la atención de este conjunto de testigos es su heterogeneidad, sobre todo si lo comparamos con la serie anterior. Hubo una mayor presencia de personas pertenecientes a los sectores más modestos de la sociedad. Incluso declaró una esclava y un indigente, aparte de varios artesanos y de mujeres sin recursos, ya fuesen solteras o viudas, que vivían de su trabajo como costureras o cuidando a personas mayores. Con todo, el perfil social que predomina continúa siendo el acomodado. La comparecencia de ocho maestres de campo, cuatro mayorazgos y otros tantos caballeros de órdenes militares, un oidor, un alguacil mayor y un regidor perpetuo, junto a varias viudas de prohombres con cargos y medios de fortuna importantes, es lo que termina por darle el carácter al conjunto117. Esto se ve reforzado si se considera que las monjas de velo negro de los conventos pertenecían