Santidad, falsa santidad y posesiones demoniacas en Perú y Chile. René Millar. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: René Millar
Издательство: Bookwire
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Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561425705
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del sujeto quede muy diluida, reflejándose también aquí un fenómeno frecuente en las “Vidas” de los santos. El santo no podía rehusarse a su destino y lo único que le cabía era ir interpretando las señales, en lo que, por lo demás, no se equivocará. Como dice Sallmann, en la vida de un santo nada es producto del azar28.

      En el caso de Urraca no se plantea el tema de la vocación religiosa. Se da por supuesto que siempre existió y, por lo tanto, que la tuvo desde niño. No aparecen dudas sobre su consagración al servicio de Dios y la Virgen. Aunque sí surgen respecto de otro tema, el relacionado con el camino a seguir ya dentro de la orden religiosa. El futuro fraile siempre se consideró sin las cualidades necesarias para recibir las órdenes sagradas y trató de evitar su otorgamiento, pero al final, por obediencia a sus prelados, las aceptó. El 1 de febrero de 1604 tomó el hábito mercedario, estando un año en el noviciado, en el que se hizo notar por el cumplimiento de las constituciones de la orden, por el entusiasmo con que practicaba la oración, la rigurosidad de las mortificaciones y por la obediencia expresada a su maestro de novicios, Fr. Alonso Téllez, quien, en su condición de tal, lo habría introducido en la oración contemplativa. En ese período experimentó constantes acosos del demonio, que buscaba la manera, hasta con golpes, de hacerlo desistir de su permanencia en el convento; pero siempre salió airoso, con la ayuda de la Virgen que lo consolaba en las conversaciones frecuentes que tenían mientras oraba. Vehementes fueron los intentos del demonio para tratar de impedir, inútilmente, la profesión del joven, que efectuó de manera solemne el 2 de febrero de 160529.

      Una vez asumido aquel compromiso, la vida de Urraca girará en función de la estricta observancia de los cuatro votos. Y a la hora de cumplir con esa responsabilidad se inspirará en San Pedro Nolasco, cuyas virtudes se transformarán en el modelo a imitar. Con todo, en esto también acontece un hecho extraordinario, porque en ese tiempo no existía en Lima ninguna hagiografía sobre el fundador de la Orden de la Merced, por lo que el conocimiento de su vida le llegará por revelación de la Virgen, que escuchó sus ruegos en ese sentido. Según cuenta Messía, el joven fraile se habría inspirado en aquel santo al practicar la devoción a la Cruz, al intensificar la oración, al preocuparse con especial energía por el rescate de cautivos30 y al realizar rigurosas penitencias y ayunos31. Por obediencia a sus superiores, siguió los estudios de teología, aunque prefería ocuparse de los oficios más bajos, como portero, despensero y sacristán. Por esos días, acatando un mandato del superior, realizó un viaje por los pueblos cercanos a Quito con el objeto de recoger limosna para el convento y para la redención de cautivos. En esa expedición le sucedieron diversos hechos prodigiosos que confirmaban los dones sobrenaturales que Dios le había dispensado, como el tener visiones, hacer profecías y sanar personas. De regreso a Quito continuó desempeñándose de sacristán y en ese lapso llegó de Lima una orden y la respectiva patente para que se ordenase de subdiácono, lo que efectuó, a instancias de la Virgen, después de superar los escrúpulos por sentirse indigno. Poco después, al promediar el año 1608, un padre visitador del convento de Quito le manda trasladarse a Lima para incorporarse al convento de Recoletos que la orden acababa de fundar en dicha ciudad.

      La imagen que se proyecta de Urraca hasta esa etapa de su vida sigue sustentándose fundamentalmente en la hagiografía de Messía y en sus declaraciones y las de otro testigo, efectuadas en los procesos ordinarios y apostólicos. Los acontecimientos que relatan, salvo aquellos hechos concretos sobre los que quedaron registros, como la profesión religiosa, los conocen porque el mismo Urraca se los habría narrado. La relación más estrecha con estos testigos es tardía en la vida de Urraca, con posterioridad a los 60 años de edad. Por lo mismo, la conformación de la historia relatada por los testigos está muy condicionada por los recuerdos del personaje y por las “Vidas” de hombres virtuosos y santos que circulaban profusamente y leían los involucrados, incluyendo el propio protagonista. Lo que cuenta Messía es lo que termina conociendo una parte significativa de los testigos de los procesos, porque, como señalamos, muchos leyeron el escrito; sin ir más lejos, todos los religiosos mercedarios que testificaron en el proceso. El mundo de prodigios, visiones, duras mortificaciones y abstinencias que caracterizarían el noviciado de Urraca resulta coincidente con lo vivido por la generalidad de los santos de la época. Ilustrativo en ese aspecto es lo que le acontece con el demonio, quien lo tienta con más intensidad y vehemencia que a un mortal cualquiera. Todos los hombres escogidos por Dios sufrían los ataques del demonio con mayor intensidad32.

      Urraca llegaba a una ciudad con más de 20 mil habitantes, muy heterogénea desde el punto de vista social y étnico, con un clero muy numeroso, que fluctuaba en torno a los 2.500 miembros, de los cuales 1.194 eran religiosos varones y 1.337 monjas33, y en la que la Orden de la Merced tenía dos conventos. El más importante, en el centro de Lima, tenía entre 110 y 120 religiosos34. El otro era el de la Recoleta de Belén, ubicado en un sector que en ese entonces quedaba en las afueras de la ciudad. Este convento estaba en plena fase de instalación y era el resultado de una política de la orden por fundar seis establecimientos de ese tipo en América, lo que había generado cierta inquietud en la Corte de Madrid35. Como lo dijo el arzobispo de Lima, cuando avaló esa fundación, dichos conventos eran un refugio para aquellos religiosos a los que Dios llamaba a una “vida más rigurosa deseando cumplir la regla de su instituto con más perfección”36. La destinación de Urraca a ese convento, como lo insinúan sus hagiógrafos, pudo estar asociada a la fama que había llegado a Lima “de la rara virtud de Fr. Pedro”37.

      En el viaje a esa ciudad le ocurrieron varios hechos prodigiosos, desde conocer por profecía de la cercana muerte de determinadas personas, reconciliar a pecadores empedernidos y sufrir ataques del demonio, hasta sanar enfermos. Pero sin duda, lo más trascendente, por la proyección que tuvo en los años siguientes, fue el encuentro cerca de Trujillo con el marqués de Montesclaro, que venía a asumir el cargo de virrey. A partir de ahí, este y su esposa le tomaron gran aprecio; una vez en Lima, lo invitaron regularmente al palacio; el virrey fue su padrino en la ordenación sacerdotal y Urraca se transformará en confesor de la marquesa, diciendo misa con frecuencia en su oratorio. Todo esto lo haría Fr. Pedro, al decir de los hagiógrafos, con muchas reticencias y sólo en obediencia a sus prelados, que se lo pedían. Este vínculo con la corte virreinal, nuestro personaje lo continuó con el sucesor de Montesclaro, el príncipe de Esquilache, a quien conoció como resultado de sucesos prodigiosos y, también, cuando venía en el trayecto a Lima a tomar posesión del cargo38. En este caso habría sido el propio Urraca que, estando convaleciente de una enfermedad grave en Trujillo, se habría acercado a Paita a entrevistarse con el nuevo virrey porque supo, antes de que llegara, que este lo quería ver. Fr. Pedro se transformó en capellán de palacio y en confesor de la princesa. La relación espiritual y afectiva fue muy estrecha, al punto que Urraca escribió un librito de espiritualidad dedicado a ella, el que se publicó en Lima 1616 e incluía un soneto del príncipe de Esquilache39. Pero todavía más, cuando el virrey cumplió su período, presionó a los superiores de Urraca para que lo autorizaran a acompañarlo en su viaje de regreso a la Península, lo que por cierto consiguió. Esta cercanía con las máximas autoridades del poder temporal la mantuvo en España, pues allí, posiblemente vía princesa de Esquilache, se relacionó con la corte madrileña y fue director espiritual de muchas señoras principales e incluso de la propia reina doña Isabel de Borbón.

      La cercanía de un santo con el poder temporal no era algo extraño. En la Edad Media fue bastante frecuente que aquellos que gozaban de fama de santidad, tuvieran llegada a los altos dignatarios, como aconteció incluso con mujeres; tal es el caso de Santa Catalina de Siena y Santa Brígida, cuyas “Vidas” fueron muy conocidas en Lima y circularon profusamente entre religiosos y laicos. Lo mismo ocurrió con muchos santos varones, entre los cuales se pueden mencionar, por ejemplo, a San Bernardo, cuya “Vida” era lectura frecuente para Messía y Urraca; también a San Pedro Nolasco, que fue el modelo al que aquel trató de imitar. Había sí una diferencia entre nuestro personaje y los santos nombrados. Estos pretendían, en su relación con el poder, influir en las decisiones políticas. Pues bien, nada de eso puede inferirse de las hagiografías de Urraca; lo que este buscaba era guiar espiritualmente a las personas de la corte, porque, como lo expresa uno de sus hagiógrafos, necesitaban