Como se ve, en apenas dos años fueron tantos los cambios y transformaciones que el nuevo orden social ya estaba prácticamente construido. Había existido un gigantesco reordenamiento de todos los actores sociopolíticos, ya sea en el plano institucional, internacional, político, legislativo, militar, sindical, eclesiástico, social, ideológico y partidario (tanto interno como externo). Aunque en algunos casos los caminos, apoyos, apuestas y los triunfos hayan tenido un curso sinuoso y zigzagueante –con algunos retrocesos parciales, como las dos recaídas hiperinflacionarias que casi costaron un naufragio absoluto–. Así, el reformateo definitivo del vértice gubernamental y el control por primera vez efectivo de la situación se darían recién a principios de 1991, cuando Domingo Cavallo recalara en Economía e implantara el plan de convertibilidad, con el cual haría valer un peso con un dólar, permitiendo que la dirección general del proceso termine por ser aceptada como un éxito arrollador. Por lo que, los primeros resultados del nuevo orden político fueron impresionantes. Repasemos tan solo algo de esto.
La inflación, que era uno de los principales problemas, con un potencial desestabilizador inmenso, se logró controlar, reduciéndola a cero gracias a los éxitos del plan de convertibilidad. El país tuvo un crecimiento económico vigoroso (por varios años la suba anual promedió el 7%), las exportaciones se multiplicaron y la economía se modernizó; entraron capitales del exterior y se alcanzó por primera vez en muchos años (en 1991) superávit en las cuentas del Estado, las cuales se vieron reforzadas en parte por los ingresos de las privatizaciones. El presupuesto público del año fiscal pudo presentarse –y preverse– por primera vez en la historia tal como ordenaba la Constitución, siendo establecido y aprobado por el Parlamento antes de que se iniciara el año de su ejecución. A su vez, la informatización para la recaudación impositiva mejoró aún más el resultado fiscal. Los niveles de pobreza, que desde 1988 estaban en el orden del 30%, y superaron el 50% de la población en lo peor de la hiperinflación, para 1991 ya estaban cerca del 20%, y descendieron aún más hasta 1994 (la indigencia estaba teniendo un curso similar, reduciéndose hasta casi desaparecer). El desempleo, que había estado subiendo durante casi todo el gobierno de Alfonsín y que tuvo un pico del 10%, cayó a casi la mitad en junio de 1991 (fue del 5,5%). Mientras que el salario, aplazado en niveles muy bajos, recuperó su poder de compra gracias a la estabilidad de precios, y comenzó a crecer durante los primeros años de la convertibilidad y de la expansión económica. En el plano internacional existieron varios sucesos que acompañaron el proceso palmo a palmo: las tasas de interés comenzaron a desplomarse, lo que facilitó mayores niveles de crédito y que una abundancia de capitales externos buscaran nuevos destinos de inversión que terminaron por aflorar a plazas como la argentina, mientras que los precios de los principales bienes que exportaba el país tuvieron un ininterrumpido aumento durante la primera mitad de la década, lo que reforzó los esquemas e ingresos. Todo parecía acompañar al cuadro de transformaciones.
Gracias a los buenos números que podía ofrecer el menemismo en materia económica, el consenso que había logrado en torno a los principales actores sociopolíticos y el ordenamiento político institucional logrado, el nuevo poder fue ratificado en las urnas. Por lo que la hegemonía neoliberal se consolidó y amplió sus apoyos. Así, el respaldo plebiscitario no paró de crecer. En 1991 el PJ se impuso en casi todo el país, sumando más diputados nacionales que los que tenía anteriormente –aún los suficientes como para sobrepasar las bajas sufridas–. Los nuevos legisladores tenían una total afinidad con el proyecto menemista, lo que socavó aún más a los grupos disidentes. El año 1993 fue todavía mejor en votos, volvió a crecer el menemismo en número de diputados nacionales y se amplió el apoyo institucional que no paraba de expandirse.
A pesar de las crecientes y escandalosas denuncias de corrupción o algunas secuelas que empezaron a evidenciarse en materia social, el consenso logrado en torno a las propuestas producidas por el orden neoliberal tuvieron un aceptación generalizada en casi toda la población. Se creó así un dispositivo sociopolítico que no paró de consolidarse y de crecer. Las elecciones no hicieron otra cosa más que fortalecer las transformaciones. De manera progresiva, los distintos aspectos de la vida social fueron modificados y permeados por la hegemonía neoliberal. La salud, educación, jubilación, vivienda, la prensa, tecnología y las principales ciudades del país –hechizadas con el desembarco de imponentes shoppings centers– sufrieron bruscas transformaciones. El sistema de representación en su conjunto fue amoldándose a los cambios. De golpe, pasó a considerarse que, si todavía quedaban algunos problemas pendientes por resolver, esto se debía a que el nuevo orden social no se encontraba aún lo suficientemente extendido. Solo podían solucionarse los escollos a través de mayor neoliberalismo. Por ello se crearon las Administradoras de Fondos de Pensiones y Jubilaciones (AFJP) en 1993 para subsanar al que se llamaba deficiente sistema jubilatorio argentino, se desregularon las Obras Sociales para que el mercado pudiera hacer más eficiente el régimen de salud y se amplió la educación privada (buscando privatizar las universidades y cientos de escuelas).
El vendaval de cambios parecía que había llegado a la Argentina para quedarse de una vez y para siempre. América Latina y el mundo daban la sensación de estarse dirigiendo en una única y misma dirección, donde las democracias liberales y las economías de mercado eran los únicos senderos posibles. No solo los países que habían conformado la ex Unión Soviética se estaban embarcando por este rumbo, sino que también los países insignia que todavía se autodenominaban parte del ‘socialismo real’ no estaban tampoco por un sendero muy alejado; hasta China y la mismísima Cuba estaban abriendo sus economías y privatizando sus empresas en manos del capital extranjero y del neoliberalismo económico. Promediando el primer gobierno de Menem, en la nueva Argentina del neoliberalismo, ya no existían más proscripciones políticas, censura, represión militar, amenazas de golpes de estado ni caos económico. El tren del progreso, la estabilidad, la democracia y el crecimiento parecían que definitivamente estaban empujando a la Argentina hacia un periodo de prosperidad sin límites. No parecían existir mayores nubes de preocupación o temor con vistas al futuro. Al contrario, la única preocupación consistía en expandir aún más el viraje realizado, consolidando los esquemas económicos y, por sobre todo, la estabilidad.
Era inmenso el contraste que se podía trazar entre los últimos años del gobierno de Alfonsín –con un clima de crisis y de descomposición general– y el nuevo orden instaurado. Recordemos las condiciones sobre las cuales le tocó asumir a Menem. En ese momento no había pasado mucho tiempo desde que el país había perdido una guerra, lo que