La celebración del Pacto de Olivos (noviembre de 1993) fue el punto de quiebre que le permitió a Álvarez, Fernández Meijide, Solanas y al Frente Grande hacer un fuerte salto. Ya lo habíamos visto, el Pacto de Olivos encontró a la UCR en retroceso y significó su identificación inmediata con el menemismo por su inconsecuencia. Gracias a él, el PJ y la UCR pasaron a confundirse entre sí, casi sin presentar distinciones entre ambos. Esta fue la oportunidad donde el Frente Grande supo capitalizar los rechazos contra lo que era visto como los vicios de las viejas corporaciones políticas y de los “partidos pactistas”. Lo cual se plasmó en las elecciones para constituyentes de abril de 1994. Allí el Frente Grande se impuso en la Capital Federal con el 38% de los votos y terminó primero. En la provincia de Buenos Aires, principal distrito del país, salió en segundo lugar y relegó a la UCR al tercero. Además, se consiguieron buenos números en otros distritos del país: Neuquén (29.8%), Entre Ríos (12,5%), Santa Fe (10,2%) y Río Negro (9,7%). Los principales ejes de la campaña fueron la lucha contra la corrupción, la crisis de la educación y la justicia, el peligro de un poder ejecutivo sin contrapesos, la perpetuación personal de Menem en el gobierno y el control de los gastos en las campañas políticas. Aunque fueron sin dudas las denuncias de corrupción las que más atractivo le dieran al Frente, especialmente una realizada contra la interventora del PAMI, Matilde Menéndez, efectuada poco tiempo antes de las elecciones.
Igualmente, el rápido crecimiento que llevó al Frente Grande a una alta exposición y a un importante posicionamiento que tendría consecuencias internas para sus protagonistas, ya que ciertas fricciones y diferencias no se podrían disimular más. La disputa por el liderazgo entre Chacho Álvarez y Pino Solanas en poco tiempo explotó. Además, en el conflicto individual entre ambos líderes también se puso en juego la demarcación del perfil político ideológico de la nueva fuerza política. Así, mientras Solanas era partidario de continuar con una línea de intransigencia contra el gobierno de Menem, no aceptar sus cambios y rechazar de cuajo las privatizaciones, el neoliberalismo y la sumisión empresarial, Álvarez optó por llevar al partido opositor por otro rumbo, a través de darle un giro de moderación y aceptando los cambios económicos como irreversibles. Tras “arrepentirse” públicamente de no haber acompañado con sus votos en el Congreso a la ley de convertibilidad (Clarín 08/09/1994) y de negar que alguna vez haya sido de “izquierda”, la claudicación frente al nuevo orden fue notoria. Decía Álvarez, “la estabilidad es algo que no puede discutirse […] no puede volverse atrás con las privatizaciones […] deben fortalecerse los entes reguladores” (Clarín, 11/04/1994); “[ahora] hay que armar un equipo que, en principio, no politice o ideologice la economía” (Palermo & Novaro, 1998: 139); “en esta etapa que se abre, evidentemente, el diálogo con los empresarios es un dato inobviable” (Ib., 95). A su vez, también comenzó a cuestionar las protestas encabezadas por la CTA contra el gobierno por los efectos que ello pudieran generar en la economía. De este modo, Álvarez pasó a reclamar realizar una mejor administración de un orden sociopolítico, el cual había renunciado a cambiar, y que al contrario, ahora parecía que quería fortalecer gracias a su compromiso con él.
La fractura en el Frente Grande se produjo a mediados de 1994 al poco tiempo de haberse alcanzado los muy buenos resultados electorales de la constituyente. Pino Solanas abandonó el Frente Grande junto al Partido Comunista, grupos de Encuentro Popular, el obispo De Nevares y a los sectores de izquierda más radicalizados. Muchos de ellos en noviembre de ese año formaron la Alianza Sur bajo el control de Solanas. Sin embargo, es importante notar que la mayoría partidaria del Frente Grande no rompió y quedó en manos de Álvarez (Jozami, 2004). Así, con este quiebre se produjo una mayor homogeneización del partido, que se deshizo de la disidencia interna más radicalizada y disolvió a los grupos y partidos pequeños que Álvarez no controlaba, con lo que ahora los sectores moderados devinieron mayoría. De allí hacia adelante el Frente Grande pasó a catapultarse al aspirar a hegemonizar el espacio opositor, con vocación de alcanzar la presidencia del país el próximo año, convirtiendo a la Capital Federal y a su espacio en una punta de playa para un proyecto nacional, que intentaría unirse a otras fuerzas.
En esta dirección, el 8 de agosto de 1994 se realizó en una confitería porteña lo que se denominó el “Encuentro del Molino”, allí convergieron sectores del PJ no menemistas, encabezados por el senador mendocino José Octavio Bordón, los grupos de la UCR contrarios al Pacto de Olivos, cuya figura destacada era Federico Storani, y la cúpula del Frente Grande encabezada por Álvarez. En dicho encuentro se debatieron lineamientos, alternativas y la posibilidad de entablar un frente conjunto antimenemista para 1995. Sin embargo, al poco tiempo la corriente de Storani (en alianza con Terragno) fue derrotada en la elección interna de la UCR y esta se decidió a no romper con su partido. Por lo cual, el flamante frente transversal que se buscó constituir recayó solo en las manos de Álvarez y Bordón. Para fin de año (diciembre) nació un nuevo partido político: el Frente del País Solidario (Frepaso), el cual fue la convergencia de además del Frente Grande y del partido Política Abierta para la Integración Social (PAIS) de Bordón, de la Democracia Cristiana y de la Unidad Socialista.
Con la creación del Frepaso comenzó una nueva disputa, esta vez en torno a quién encabezaría el nuevo espacio. Graciela Fernández Meijide, relató con respecto a esto:
[Bordón] se traducía en una imagen compuesta de experiencia de gobierno [había sido gobernador de Mendoza], honestidad y representación del interior del país. […] Pero en el Frente Grande primaba el consenso de no ceder el primer lugar de la formula a Bordón. Nos parecía que había una desproporción evidente entre lo que ofrecían una y otra fuerza a la alianza en ciernes. El Frente Grande sumaba nada menos que la creación del espacio político desde el que se iba a competir, había atravesado con éxito las últimas contiendas electorales y tenía en Chacho un dirigente de, al menos, la misma proyección que Bordón. […] [Sin embargo] éramos solo una cabeza porteña sin cuerpo federal, vulnerable a este tipo de argumentos. Además, Chacho pensaba que carecíamos de un número aceptable de cuadros políticos y técnicos que nos hicieran fiables como alternativa real de gobierno. En su fuero íntimo debía tener la certeza de que era mejor una fórmula Bordón-Álvarez que la inversa (Fernández Meijide, 2007: 74-75).
El 26 de febrero de 1995, finalmente, se realizaron internas abiertas, en las que participaron cerca de medio millón de personas. El resultado obtenido fue escasísimo en sus diferencias, estuvo lleno de irregularidades y fue para Bordón con el 50,6% de los votos frente al 49,4% de Álvarez. Igualmente, no hubo reclamos y se silenció la ayuda del Sindicato de Camioneros de Hugo Moyano y de los grupos del PJ que empujaron la diferencia a favor de Bordón17. Una vez definido el orden de la fórmula, el principal dilema del Frepaso fue sobre cómo sortear el temor de Álvarez de no convertirse simplemente en una fuerza de “oposición testimonial o ideológica” (sic), sino en proyectarse como un espacio que fuera capaz de gobernar y con “vocación de mayorías”. Con lo cual, el énfasis político ya no estuvo centrado en las consignas originales de romper con el régimen, sino en mostrarse como la alternativa ética frente al bipartidismo. Así, ya no se habló más de representar a todas las víctimas y excluidos del modelo, sino que se apeló a todos aquellos afectados por el “cansancio moral” a los que los sometía el gobierno, lleno de escándalos de corrupción y autoritarismo, sino que se habló de representar a una etérea masa impersonal llamada “la gente”. De allí que el Frepaso hablara únicamente de la “defensa de las convicciones” y desde el plano ético, cuidándose cada vez más de mostrarse como un espacio amenazante o que condenara el modelo económico, sino al contrario. Bordón y Álvarez se encargaron de aclarar que concordaban en tres aspectos básicos con el programa económico de Cavallo: defendían la paridad cambiaria, la apertura económica y la necesidad de sostener los equilibrios fiscales, amén de que señalar que habría que reforzar los controles de las empresas privatizadas, pero sin anularlas y sin tampoco aspirar a un “estado propietario”. Como señaló Álvarez: “Un