7 En la llegada del hombre a la Luna fue fundamental el protagonismo de Wernher von Braun (1912-1977). Luego de la Segunda Guerra Mundial, el Servicio de Inteligencia y Militar de los Estados Unidos organizó la Operación Paperclip para sacar de Alemania a numerosos científicos, entre los que se contaba von Braun, que habían intervenido en el programa de las Armas Maravillosas del Tercer Reich. Ya instalado en Estados Unidos, von Braun, en su condición de ingeniero mecánico y aeroespacial, y con gran experiencia en cohetería (en la guerra había desarrollado el célebre misil V2), fue integrado a la NASA. Su cohete Saturno V llevó al hombre a la Luna.
8 Detrás de la apertura al espacio cósmico de la época siempre estuvo presente el deseo de las dos grandes superpotencias de la Guerra Fría, EE. UU. y la URSS, de conquistar el espacio para afianzar sus propios intereses geopolíticos en la Tierra. Es decir, la apertura al espacio exterior nunca estuvo exenta de su manipulación política dentro de una lucha de poder. En este sentido, ver Brzezinski, M., (2008), La conquista del espacio. Una historia de poder, Buenos Aires, El Ateneo.
9 Entre los principales capítulos antológicos de The Twilight Zone se encuentran It’s a Good Life y su misterioso “campo del maíz”, escrito por Rod Serling, basado en una historia corta de Jerome Bixby, de 1961; Living Doll, escrito por Charles Beaumont en 1963, con Telly Savalas, en torno a una siniestra muñeca; Time Enough at Last, con guión de Rod Serling, pero inspirada en un relato corto de Lynn Venable, de 1959, con un Henry Bemis, (protagonizado por Burgess Meredith y Mickey Goldmill) que tras la destrucción nuclear finalmente puede entregarse a su placer de la lectura, pero con un incómodo giro final del destino; Eye of the Beholde, con guión de Serling, de 1960, donde alguien pasa por muchas intervenciones quirúrgicas con el objetivo de calzar en los cánones de belleza convencionales; To Serve Man, con guión de Serling, basado en una historia corta de Damon Knight, de 1959; y Nightmare at 20,000 Feet, capítulo en el que a Bob Wilson (William Shatner) le altera volar, ¿pero es solo producto de un ataque de nervios el monstruo que ve caminando sobre un ala, cerca de los motores del avión? ¿O esa criatura procede de la dimensión desconocida?, escrito en 1963 por Richard Matheson (autor también del guión de la película de culto El increíble hombre menguante, de Duel, primer film de Steven Spielberg, y de la novela Soy leyenda, adaptada también al cine). También hay que recordar que la serie fue continuada en dos nuevas etapas, a mediados de la década de 1980 y en 2002, y, asimismo, con dos películas.
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Golpes de distopía
2.1. Los caminos de la utopía hacia la distopía
Black Mirror propone un futuro dominado por la distopía. La distopía es la antiutopía. Un pesimismo profundo respecto a lo que vendrá. No ya la visión esperanzada de un mañana mejor (propia de la utopía). No. Un mundo asolado por nubes sombrías. Lluvia ácida, la oscuridad organizada del caos, donde antes se soñaba con un mundo de flores y cristales. Este capítulo lo dedicaremos a explicar la dimensión de lo distópico a partir de su diferencia con lo utópico. Primero perseguiremos la génesis de la perspectiva utópica en los comienzos de la modernidad, para, luego, encontrarnos con la angustia distópica. Luego podremos destacar, como ejemplos, el trasfondo distópico de algunas temáticas que introduce Black Mirror, y que hace de la ficción un disparador de un análisis de categorías culturales más amplias (como lo distópico de la guerra futura que, vía El hombre contra el fuego, invalida la utopía kantiana de una paz perpetua; o la disolución del ideal utópico de la confraternidad por el odio que separa y destruye de Odio nacional).
Empecemos entonces por destacar, al menos parcialmente, parte de la génesis del sueño utópico. La Edad Media y el Renacimiento todavía estaban conmocionados por el milenarismo, un movimiento apocalíptico que unió a sacerdotes y laicos en la certeza de que se acercaba el apocalipsis. El fin del mundo. Un final catastrófico que, sin embargo, era parte de una palingenesia regeneradora. Pero en los orígenes renacentistas de la modernidad, el mañana también asumió una expresión más amable y prometedora. Mientras que muchos esperaban el fin, otros, como Tomás Moro, confiaban en un futuro en el que el hombre se elevaría a una existencia justa. En 1516, en su obra Utopía, Tomás Moro10, canciller de Enrique VIII de Inglaterra, sienta las bases del género utópico. Imagina una sociedad en una isla. En el océano Índico. En esa isla no imperan las desigualdades sociales o el autoritarismo. Su gobierno es una República ideal. Irradia belleza y armonía. Pero ese gobierno mejor no existe. Es una ilusión. Una quimera. O mejor: un proyecto. El gobierno mejor no es, por ahora. Pero mañana, sí, será. La utopía perderá su primer carácter quimérico. Se hará sustancia real. La vida mejor ahora no tiene lugar, topos, en el presente; es lo sin lugar, u-topia, pero sí tendrá lugar, realidad, en el futuro. Lo utópico pasará desde su mera posibilidad a lo realizado, desde su condición potencial a diamante tangible. Desde sus comienzos, la utopía como género literario exhaló crítica social e idealismo moral. Durante siglos, hasta incluso la primera mitad del siglo XX, lo utópico pregonaba una humanidad emancipada. Ese optimismo utópico se diversificó en el pensamiento del siglo XIX: desde el utopismo propio de falangistas o los socialistas utópicos, hasta el marxismo o la Ilustración. Dentro del movimiento ilustrado, Condorcet o Kant generaron sendas justificaciones filosóficas del progreso como ímpetu irreversible de lo histórico. La historia como lo mejor que se abre paso en la lucha entre saber y superstición, como lo pensó el Marqués de Condorcet11; y Kant que, de cara a la Revolución Francesa, postuló el entusiasmo de la intelectualidad que adhiere a los ideales proclamados por la Asamblea de 1790, conectados al lema de “Libertad, igualdad, fraternidad”, y los Derechos del Hombre y el Ciudadano12. Ese anuncio fungía como un avance moral sin retorno: la declaración de un nuevo mundo lanzado hacia la libertad y la felicidad continuas.
A su manera, el fervor utópico alcanzó incluso a los piratas que, en los siglos XVII o XVIII, se empeñaron en crear “minisociedades” autónomas en islas fuera del dominio de gobiernos y reyes. Una vía de cristalización utópica de un sistema sin gobierno, “protoanarquismo”, o una “zona temporal autónoma”, en el decir de Peter Lamborn Wilson, más conocido como Hakim Bey13. Libertalia, una presunta colonia pirata establecida en la costa de Magadascar sería un ejemplo de ello.14
Estamos en las aguas de la utopía, primero, entonces. Aún tenemos que remar algo más hasta llegar a los acantilados más ásperos de la distopía. Allí, el oleaje, compuesto por las olas de la angustia distópica que atraviesan la ficciones de Black Mirror y tantos referentes de la alta literatura, es más turbio e inquietante.
El ideal utópico iluminó la modernidad hasta, quizá, el clima de la expectativa revolucionaria marxista de los años veinte, atesorada por los movimientos obreros e intelectuales de izquierda, entusiasmados por la propagación de la revolución comunista de octubre de 1917 en Rusia. La revolución bolchevique y su expansión es el signo de la utopía en construcción de un mundo de rostro socialista. Pero, para muchos, luego de la Segunda Guerra Mundial, y Auschwitz como maquinaria de la muerte, luego de un stalinismo que edificó su propia versión de un Estado autoritario, el gigante de la utopía se desplomó. Ni utopía democrática ni socialista. El mañana no será lo mejor. Lo liberador. Será lo peor. Un mañana sin sol, congelado por la decepción. Ningún progreso se talla en la frente de la historia universal. Todo lo contrario: el futuro es promesa de pesadilla, encierro, angustia.